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091, el regreso necesario

Con 091 ha ocurrido como con tantos otros recuerdos húmedos del rock. La memoria ha terminado empañando la realidad. El grupo granadino, reivindicado por muchos durante años, desapareció sin lograr el éxito mayoritorio. Tampoco fueron capaces de alcanzar el estatus de banda generacional que algunos le han querido atribuir. Mejor para ellos. Sin mito que sustentar, su cancionero se ha mantenido en pie por sí solo, firme al paso de los años, fresco, sin apenas fisuras si lo comparamos con el de muchos de sus coetáneos. Los Cero se subían al escenario por última vez un 18 de Mayo de 1996. Y lo hacían en el pico de su carrera, conscientes a pesar de todo de que había llegado su hora.

Quizás fuera esa decisión meditada, siempre respetable, la que ha provocado que acabaran muchas veces en el cajón de culto. También la que ha alimentado las esperanzas de sus seguidores, deseosos de un regreso que nunca parecía llegar. Pues bien, las plegarias parecen haber surtido efecto. Hace unas semanas los 091 anunciaban la buena nueva. En 2016 habrá gira con la última alineación de los granadinos. Esto es: José Antonio Garcia, los hermanos Lapido, Tacho González y Jacinto Ríos. El espejismo de la parroquia roquera hecho realidad. Si algún pero hay que ponerle a este regreso es que, a excepción de las tres fechas anunciadas en la madrileña sala Joy, el resto de actuaciones apuntan a los carteles de los festivales veraniegos. Oportunidad perdida para apreciar en la distancia corta ese directo sudoroso y efectivo que los más viejos del lugar recuerdan. Pero, como diría aquel, menos da una piedra.

Paradojicamente los granadinos han terminado alcanzando con esta vuelta a los escenarios el éxito que parecía negárseles en su momento. ¿Sorprendente? Para nada. Como viene siendo costumbre, la nostalgia ha servido de lubricante para que en apenas treinta minutos se agotaran las entradas de sus conciertos en la capital. Qué duda cabe que había ganas de ver a los Cero. Pero también razones de peso, no lo olviden, para acercarse a cualquiera de las paradas de su próxima gira. Excusas que van más allá de la evocación, una vez más, de un cancionero que marcó la juventud de unos cuantos. Los 091 regresan porque nunca se fueron del todo.

Desde que editaran su último trabajo, hace ahora dos décadas, la legión de seguidores de la banda ha seguido creciendo exponencialmente. Demostrando que el tiempo no ha roto el brillo original de sus discos. Pero, sobre todo, dejando en evidencia a muchos de las bandas contemporáneas que acabarían siendo engullidas por el big-bang de la música independiente en nuestro país. ¿Cuántos grupos de finales de los ochenta y comienzos de los noventa cuentan en nuestro país con un ramillete de himnos como el que atesoran los 091? Sin duda, ninguno de los que terminarían engrosando una y otra vez los carteles del FIB y el Primavera Sound para regocijo de la masa indie. Quizás sí los integrantes de esa nueva ola de comienzos de los ochenta a la que los 091, más por decisión propia que por conexión generacional, llegaron con retraso.

Los Cero eran los raros de la clase, demasiado jóvenes para una Movida en proceso de descomposición, demasiado veteranos para sumarse al escaparate alternativo. Cierto es que habían logrado que el mismísimo Joe Strummer produjera su segundo disco como parte de la aventura andaluza del ex-Clash. Sin embargo, más allá de la anécdota, aquel Más de cien lobos apenas modificaba la propuesta callejera y desmelenada de su debut. Si acaso canciones como Escenas de guerra o Blues de medianoche añadían al repertorio de la banda esas fotografías reposadas que acabarían convirtiéndose en marca registrada de su guitarrista, José Ignacio Lapido. El verdadero salto adelante llegaría en 1989 con Doce canciones sin piedad. Una colección redonda, definitiva, en el que a la urgencia de esas primeras grabaciones se sumaba al barniz pop que la banda había acariciado en el reciente Debajo de las piedras. Canciones como Qué fue del siglo XX, En el laberinto o Carne cruda deberían ser paso obligado en los próximos conciertos de 091.

En ellas la pluma de Lapido, el poeta eléctrico, logra aunar el nervio juvenil de las guitarras con el gracejo popular, reivindicando de paso un rock autóctono en la lengua de Cervantes. En 091 había influencias foráneas sí, pero nunca el impulso fotocopiador que primaría en las bandas de los noventa. Coinciden en esto con gente como Gabinete Caligari y Los Enemigos. O lo que es lo mismo, con Jaime Urrutia y Josele Santiago, dos de los mejores letristas que ha dado nuestro país en el último cuarto de siglo. Sólo ellos son capaces de cantarle a la copla y al sur, a la buena vida y el vino, sin caer en los tópicos de siempre. Sólo los Cero pueden sonar a Dylan y al Guadalquivir, firmar una canción como Este es nuestro tiempo y no mutar en panfleto social.

Por desgracia aquel navegar entre dos aguas, lo callejero y lo poético, Johnny Thunders y Lorca, terminaría por relegarles a un segundo plano. Podríamos, cayendo en la pataleta habitual, echarle la culpa a la ceguera general de la audiencia. O apuntar a una prensa empeñada en convertirles en banda de entendidos, rock popular para tipos listos. No existe tal cosa. Ya lo señalaba hace un tiempo el propio Lapido: “en el rock español no hay clase media. O estás arriba del todo o estás tocando en salas de mala muerte”. 091 lo sabían y, antes de arrastrarse, decidieron dar carpetazo al asunto. No por chulería ni por reivindicación. Más bien por respeto a un cancionero que había llegado a su punto y final.

Tras el adiós de la banda, el propio Lapido comenzaría a tejer una de las obras más sólidas y lúcidas de la canción española con discos para la estantería dorada como En otro tiempo, en otro lugar o De sombras y sueños. Por su parte, su hermano Víctor se uniría a Lagartija Nick, el proyecto que había formado el también ex-091 Antonio Arias. Más modesto, aunque igual de reivindicable, el trabajo del cantante José Antonio García adoptaría ese tono romántico y popular que impregnaba colecciones como Debajo de las piedras. Rock & roll, al fin y al cabo, canciones y melodías, excusas para seguir mirando al frente. Nadie, en ese momento, hubiera apostado un céntimo por un regreso de los granadinos. Ni siquiera los guiños hacia el pasado de algunos de sus compañeros y amigos servían de aguijón para activar el veneno de la nostalgia. En 2002 se editaban un par de homenajes a cargo de gente como Amaral, Quique González, Los Sencillos, Doctor Divago o Niños Mutantes, confirmando que las huellas seguían frescas. 091 presumían de cantera en una época en el que este tipo de discos de alabanza eran un rara avis en nuestro país. Se agradece.

Desde entonces, muchos rumores, alguna reunión esporádica de algunos de sus integrantes sobre el escenario y poco más. La pregunta, sin embargo, seguía en el aire, recurrente en las entrevistas a los granadinos. ¿Hay posibilidad de un regreso de 091? La hay, podemos decir hoy. Es real porque la hemos visto con nuestros propios ojos durante estos días. Aunque conviene no alzar mucho la voz. Recordando aquellas palabras que el siempre modesto José Ignacio Lapido pronunció hace un tiempo antes de una de sus actuaciones, “en el escenario se encontrarán con una banda de rock. Y en la barra, cervezas frías, supongo”. Así de simple. Así de sincero.

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