El regreso de 091, anunciado a finales del año pasado, no sólo fue una de las noticias más excitantes que ofrece la música española en mucho, demasiado, tiempo. También es una apuesta valiente y con un punto temerario. Cuando en 1996, en su cúspide creativa y escénica y en un alarde de integridad verdaderamente encomiable decidieron disolverse, adujeron como motivo la erosión de los años y las giras, el desencanto con las discográficas, el hartazgo ante un país incapacitado para hacerles justicia. Pero Tacho González, el batería, deslizó entonces otro motivo, menos relacionado con el desgaste y la incomprensión y más enfocado al orgullo artístico: el miedo a resultar patéticos. El escrúpulo se agradece. Y debería cundir ejemplo. Existen pocas cosas más horrorosas, y podemos hablar tanto de la música en particular como de la humanidad en general, que un declive no asumido, una descomposición en vida. Esa elegante decisión de retirarse a tiempo y en plena forma, sumada a la obvia calidad y absoluta vigencia de su repertorio un par de décadas después, ayudan a explicar el entusiasmo entre la audiencia que ha despertado esta reunión. Nada hubiera resultado más desolador que comprobar sobre el escenario de la madrileña Joy Eslava, en la primera actuación de las tres consecutivas que desplegarán en la capital, que la magia se ha esfumado, que los años han dejado su siniestra huella en los hermanos Lapido, José Antonio García, Tacho González y Jacinto Ríos. En definitiva, ver a 091 víctimas de esos vicios que tan noblemente quisieron evitar. En un clima de lógica expectación, con una audiencia que abarrotaba la sala y rebosaba fanatismo, emoción y conciencia de encontrarse ante un momento especial, para no olvidar jamás, los acordes de la instrumental Palo Cortao comenzaron a sonar y, progresivamente, los componentes fueron ocupando sus posiciones. Se intuyó rotundidad, empaque y, cuando José Antonio, parapetado en unas gafas negras y derrochando su habitual carisma, emergió de la oscuridad y atacó la gloriosa Zapatos De Piel De Caimán el público no sólo entró en un trance que no abandonó hasta el último acorde, sino que también respiró aliviado: ni pizca de degeneración, ni rastro de patetismo. 091 han vuelto al lugar que ocupaban en 1996: lo más alto del pedestal del rock de este país.
Quien desee defender este concierto como lo que fue, una absoluta maravilla, una cima escénica de los últimos años, deberían sobrarle los argumentos. En términos de sonido, de actitud y de confección de repertorio se recuerdan pocas exhibiciones recientes de este nivel. Las expectativas suelen ser traicioneras, pero en este caso no sólo se cumplieron, sino que por momentos aquello desbordó las previsiones más optimistas. Ya se fue detectando en los primeros compases de concierto, donde sobresalió la exquisita finura con la que tocaron Tormentas Imaginarias y la pasión que imprimieron a En El Laberinto, uno de los momentos más arrebatadores de la función. Pero, lejos de perder fuelle, la maquinaria fue engrasándose aún más, con un José Ignacio Lapido en estado de gracia con su guitarra e impecablemente secundado en sus punteos y riffs por su hermano Víctor. Así, medios tiempos cargados de lirismo y emotividad como Nubes Con Forma De Pistola o La Noche Que La Luna Salió Tarde sonaron impecablemente, pero curiosamente eran los temas con más garra y filo los que la banda acometía aún mejor, con más convicción y brillantez. Si hubiera sido al revés, algo que podía esperarse, nadie les hubiera reprochado nada, pero 091 mantienen el colmillo afilado y siguen manejándose con maestría en esos climas más intensos, en esos temas de temperatura más elevada. Puestos a buscar razones que acrediten la buena salud actual de esta banda, tal vez no exista una más persuasiva que ésta. Esto propició que Este Es Nuestro Tiempo, con un Jacinto Ríos especialmente desatado al bajo, particularmente cómodo en estas ráfagas de riffs y decibelios, fuera seguramente el cénit de la noche, una interpretación tan inspirada y vibrante que parecía sacada directamente de aquel antológico último concierto de 1996 ofrecido en Maracena e inmortalizado para los restos.
Hasta redondear un generosísimo set de 25 canciones, algo que en ocasiones para poder disfrutar requiere asistir a dos o tres conciertos, y en una duración que rozó las dos horas, la banda granadina siguió desgranando algunos de los mejores temas que han grabado nunca, como La Torre De La Vela, deliciosa, o Qué Fue Del Siglo XX, otro atronador festín guitarrero, además de otros momentos tremendamente disfrutables como Sigue Estando Dios De Nuestro Lado o Cementerio De Automóviles. En los bises, la aclamada Canción Del Espantapájaros y la popular La Vida Qué Mala Es fueron muy coreadas, pero dos en particular resplandecieron: Esta Noche, hipnótica, y Cómo Acaban Los Sueños, tal vez su tema de corte intimista más memorable, y que fue, y nunca mejor dicho, pura ensoñación. Al apagarse las luces, el regusto no podía ser mejor. Ya se contaba con el talento y la precisión de 091 facturando canciones, con que sus adictivas melodías y sus sombríos, retorcidos y personalísimos textos plagados de símbolos y destellos literarios no envejecerán jamás. Lo que no estaba claro es si la banda estaría a la altura de su legado, de su obra. Pues bien, un solo concierto ha despejado las dudas de un plumazo: 091 han regresado a lo grande, con hambre, ilusión y ejemplar capacidad. Probablemente se publiquen noticias musicales con mayor resonancia en los próximos días. Pero cuesta creer que alguna proporcione más placer que la reflejada en estas líneas.