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Russian Red en el Palau de la Música de Valencia, te la crees pero no te la crees.

Hay ciertos conciertos a los que nunca pensaste que irías. Y, tengo que reconocerlo, el de Russian Red era uno de esos a los que yo pensaba que nunca iría. Principalmente porque no acaba de convencerme, de ganarme. Principalmente porque he llegado a pillarle manía por todo el postureo que hay a su alrededor, esa especie de convencimiento de que es la quintaesencia de la música indie actual, y sobre todo porque me da mucha mucha mucha rabia haber leído ya en más que uno y que dos medios que es «la nueva Christina Rosenvinge«. Por todo esto, cada vez que he oído hablar de ella mi actitud ha sido como de un «vamos, por dios» bastante cabreado.

 

Y, sin embargo, ahí me teníais este fin de semana, en la quinta fila del Palau de la Música de Valencia, esperando a que Lourdes apareciese en el escenario y deseando poder argumentar más su mucho o poco valor musical después de haberla visto en directo. Pero vamos por pasos, que muchos no estuvisteis allí y mi misión es contaros lo que pasó, que es lo siguiente.

 

El Palau estaba lleno completamente, había más revuelo del habitual. Sobre todo había muchas de esas niñas (y no tan niñas) que se compran la barra de labios que da el nombre artístico a Lourdes, se creen que se parecen a ella y, en consecuencia, se creen «ideales«. En fin. En ese momento empecé a sospechar si realmente le hacen un favor a esa a la que tanto admiran o todo lo contrario, hacen que algunos, como yo en ese momento, estemos hartitos de Russian Red. Pero no eran las únicas. Cierto es que predominaba el público femenino, pero allí había de todo un poco, todo tipo de personas, estilos, edades, colores y sabores. Cosa curiosa, descubrir que a Lourdes no solamente la siguen las que quieren ser Lourdes (redundancia que me autoconcedo).

 

Nos sentamos en nuestros asientos (ganas que tenía de ver un concierto sentada y en una sala como el Palau de la Música, ¿por qué no es más común esto entre los músicos «modernitos»?). Esperamos a que se apagaran las luces, y entonces salió alguien con melena rojiza, vestido de aire vintage y copa de vino en la mano a la que la gente aplaudió como si fuera quien esperaban, mientras yo (también aplaudiendo) pensaba «madre mía, sí que se ve mal desde la quinta fila, que esta ni siquiera parece la misma a la que yo venía a ver«. Entonces, la figurita pelirroja habló, con un cerradísimo acento alemán, y nos dijo «hola, buenas noches, yo soy Fee Reega, de Alemania, y no hace falta que me aplaudáis porque todavía no he hecho nada«. Bien, los calló a todos de golpe. Y Fee resultó ser la telonera de Russian Red. Empezó a cantar en español alemanizado, quieta, sin hacer una sola mueca. La primera vez que dijo «polla» en una de sus canciones todo el mundo miraba a quien le acompañaba para ver si había oído lo mismo. Cuando llegó la canción que empieza diciendo «tienes el pito morado de mi amor, yo lo he visto cuando ibas al baño», ya estábamos todos curados de espanto. Entre canción y canción, manteniendo su actitud que supongo que cree que se ubica dentro de lo gracioso, decía alguna que otra cosa borde más. Así, cinco o seis canciones. Primero, la gente la miraba con cara de mosqueo (creo que muchos todavía pensaban que era Lourdes haciendo el teatrito), poco a poco empezaron a reírse. Y se acabó la telonera. A mí no me hizo ninguna gracia porque me parece que tampoco era para tanto ser capaz de decir esas cosas (vamos, que si me pagan las digo), pero, aviso, que no se diga, esta chica dará que hablar. A la salida vi a varios buscándola en google desde el móvil. Y, como no quiero que nadie piense que me invento las cosas, sugiero que escuchéis su famoso Pito Morado o que os deis una vuelta por su Myspace. Fin del capítulo telonera.

 

Salió Lourdes, firme, decidida, sin mirar hacia el patio, y arrancó con una de las canciones más preciosas que tiene, The memory is cruel. Hizo una pequeña carrerita de tres canciones que acabó en Everyday, Everynight. Por entonces, por fin, se decidió a dar las buenas noches y a mirar al público. Saludó, muy correctamente, y presentó la siguiente canción, I hate you but I love you, uno de los mayores éxitos de su Fuerteventura. Continuó con The sun, the trees y decidió acabar de lucir todos los que apuntan a ser los hits de su último trabajo, así que nos cantó la misma Fuerteventura. Luego sigo con el setlist, que seguro que es lo menos importante y está en mil sitios más. Quisiera ahora mismo decir que en este momento yo estaba arrugando la frente, tragando saliva y mordiéndome la lengua. Arrepentida, arrepentida por haberme atrevido a decir que esa chica no tenía talento musical. No, no es «la nueva Christina Rosenvinge» (ni falta que nos hace, que con la de toda la vida estamos encantados), pero esa chica lleva la música en la sangre, canta con una perfección envidiable, se vuelve toda toda toda ritmo en el escenario y alcanza una introspección en la que borra todo lo que tiene alrededor para que solamente puedas ver dos cosas: a ella y a la música, música que se hace visible en esa personita tirando a menuda. Lo reconozco, nunca pensé que pudiera hacer eso y que pudiera hacerlo tan bien. Pensaba que, como tantas otras hoy en día, era producto de estudio, y sin embargo es carne de directo, no canta, no hace música, juega a la música, sin esfuerzo, sin ningún drama, sin pensárselo dos veces. Además, en directo controla muchísimo los agudos que a veces pueden llegar a resultar molestos de su voz y ésta se vuelve mucho más madura, como caramelizada a fuego lento.

 

Ya lo he reconocido. Sorprendida me quedé. A partir de aquí, habló poco con el público y se dedicó a seguir con su ceremonia. Ella venía a cantar sus canciones, y las cantó. Apenas se despistó para beber agua tres veces, dos de ellas a mitad canción, dos sorbitos cortos que prácticamente quedaban integrados en el baile. Habló de Fee Reega, dijo lo alucinada que se había quedado la primera vez que la vio, que pensó «dios mío, quiero llevarme a esta chica conmigo a todos los sitios», y que era la primera vez que podía llevar teloneros, así que se la había traído a ella. Le dedicó la canción Braver Soldier (momento feminista, supongo).

 

Acabo de decidir que no voy a poner la lista completa de canciones (y eso que fui anotándomelas). Digamos que fueron 16+2. Digamos que incluyó sus inevitables Cigarettes y Loving Strangers, y hasta una versión de Johnny and Mary de Robert Palmer (dijo que le encantan las versiones… ). Digamos que todo el concierto, contando con la acústica inmejorable del recinto, y con su precisión musical, lo mismo a la guitarra que con cualquier instrumento de percusión, estuvo llenito de perfección. Lourdes habló poco al público, presentó a sus músicos (bromeando sobre con cuál de todos iba a decidir liarse esa noche), y se acordó de que tenía que dar las gracias cuando presentaba la última canción (January 14th). Entonces, habló de sus veranos de infancia en la playa de Oliva, cerca de Valencia, de los buenos recuerdos que la unían a esta tierra, y de lo feliz que estaba por estar aquí. Antes ya nos había contado que esa noche tanto sus músicos como ella misma se habían puesto especialmente elegantes porque para ellos era un concierto muy importante (¿por ser en Valencia?, ¿por ser en el Palau?… ), y que de hecho ella iba «de primicia«, porque llevaba vestido largo por primera vez. Honrados nos sentimos, pues.

 

El caso es que cantó la última (perfectamente) y se fue.

 

Sin hacerse mucho de rogar, salieron al escenario a por un bis. Pero antes de volver a cantar parece ser que se emocionó y dijo que antes no había dicho nada, pero que para ellos salir ahí esa noche y «ver esto así, puffff»… y se llevó la mano al corazón. Entonces, decidieron cantar otra versión, esta vez en castellano (creo que va siendo hora de que Lourdes se atreva más a cantar en castellano, a ver si sabiendo todos lo que dice la seguimos viendo tan adecuada siempre), una de Magnetic Fields, Todas mis palabras, o sea, All my little words. Al acabarla, la dejaron sola en el escenario cantando A Hat guitarra en mano. Aplausos, muchos aplausos, los músicos salen a saludar, reverencias ante el público, y adiós. Nadie se planteó la posibilidad de más bises porque ella lo había dejado claro: «ésta va a ser la última ya«. Encendieron las luces y todos nos fuimos a casa (o no).

 

La cuestión es que salí de este concierto contenta, pensando que había descubierto a una gran música y mejor cantante, repleta de talento hasta desbordarse, y que había estado perdiéndomela durante mucho tiempo por puros prejuicios. Pero he querido dejar reposar el concierto unos días, sabía que algo pasaba. Y ya lo tengo: habitualmente suelo salir de los conciertos conmovida, no contenta. O contenta y conmovida, que no es lo mismo. Aquí estaba contenta a secas. Había visto y escuchado algo bonito, realmente bonito, precioso, perfecto en la ejecución, visualmente cuidadísimo… pero, ¿dónde estaba la emoción? Y entonces he empezado a recordar que Lourdes apenas miró al público, que aquello era un juego muy bien jugado pero del que los de las butacas no formábamos parte, que el concierto fue tirando a corto, que a pesar de estar tan emocionadísima y haberse puesto de largo por primera vez solamente se dignó a salir a bises una vez, etc. Y ahora recupero lo que he dicho antes, resumo y acabo, que va siendo hora: Lourdes tiene talento, mucho talento, y me alegró muchísimo conocerlo. A veces sorprende tanta perfección, y se agradece. No es la muñequita mona que se empeñan en vendernos, es música. Pero me pregunto qué pasaría si la oyéramos entonando una de sus letras, por ejemplo la de The memory is cruel, en castellano: no se pueden decir esas cosas sin emocionarte, sin titubear, sin que te tiemble la voz. No se puede porque si lo haces significa que no te lo estás creyendo, y eso te hace correr el riesgo de que los demás tampoco se te crean. Ahora que por fin creo en Russian Red técnicamente descubro que no me la creo emocionalmente. Es que cantar no puede ser tan parecido a comprarse una barra de labios, un acto de buen gusto. Y es que no se puede cantar sin ensuciarse, y eso fue lo que ella hizo esa noche de noviembre en Valencia, vestida de largo, inmaculada. Ojalá algún día se ensucie y pueda creérmela del todo.

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