Set de maquillaje y purpurina. Beach House abandona el sonido Lo-Fi definitivamente para sumergirse en un Dream Pop más refinado y efectivo pero quizás un poco distante y artificial. Esa sensación te recorre el cuerpo cuando Irene despide el álbum. El proceso siguiente a este momento se parece a una digestión incómoda, de esas de estar en la playa a 40º sin poder bañarte. Sin previo aviso, ya es el momento, el cerebro digiere la información, borra el Teen Dream de sus archivos y almacena Bloom en el estante de las delicias, junto al arroz de tu madre. Ya estás atrapado en la casa de la playa y te olvidas de aquellos que te dijeron que éste era el disco del año y de aquellos que creen que estos chicos están sobrevalorados. Te pasas el día esperando tumbarte en la cama y disfrutar de tu momento Bloom de desconexión cerebral.
Beach House continua con su huida hacia adelante, siempre esquivos con la fama, les atropella el éxito disco a disco a pesar de que: “No queremos ser muy grandes”, como suelen reconocer a menudo. Estoy de acuerdo que renunciar a su característico sonido Lo-Fi convierte al álbum en una especie de nostalgia Pop edulcorada, pero también es cierto, que el refinamiento de este disco es difícil de encontrar entre tanto productor hortera. La sensibilidad volcada en la producción convierte a este álbum en una obra de belleza extraña, frágil. Debes darle parte de tí para que te cautive, dejar de lado tu desgana inicial y observar el poso de fascinación que te deja adentro, tal y como te pasa con una mujer.
La belleza retro de Bloom reside en esa visita sutil que hace al mejor New Age y a unos 80 que salen muy revalorizados en sus diez cortes. Un pasaporte al futuro que incluye lo mejor del pasado. Baterías que aparecen y desaparecen, muchos sintetizadores, alguna carantoña al Pop, alguna guitarra fugaz y la maravillosa voz de Victoria, que te taladra el hipotálamo con su melodiosa capacidad de contar historias.
Myth probablemente sea el tema que mejor resume el párrafo anterior, una preciosidad New Age muy onírica, que te sumerge en tu cerebro con una ternura muy inusual. Pop de vanguardia. Los cortes restantes son un monocromo intencionado. Una pieza única capaz de generar un sonido particular sin altibajos. A pesar de ello, hay dos temas muy a tener en cuenta: Wild, y sobre todo, Other People, canciones terapeúticas que ponen en marcha esas endorfinas dormidas por la situación que vivimos todos. Por su parte, The hours se convierte en un túnel de tiempo adornado con sintetizadores, idóneo para empezar a desperdiciar una tarde metido en ti mismo. Mientras, Troublemaker, Wishes, – una de las delicatessen del disco -, On the Sea o Irene son temas que parecen de relleno pero que forman una estructura lineal propicia para que las canciones pasen pero que la intención introspectiva del disco prevalezca. Por último, he de reconocer que Lazuli, uno de los singles, es el tema que menos me ha interesado de Bloom. A pesar de sus adornos, sus coros y esa batería omnipresente, no me acaba de convencer. Quizás porque está muy destinada a ser single en un álbum que funciona de forma integral.
A pesar de que la alargada sombra de Teen Dream, Bloom es un paso adelante de un dúo que está llamado a transformar la música Pop en este siglo. Un refinamiento estético que disfrutas de principio a fin, un todo armónico que no pasa desapercibido. Gran trabajo que merece varias escuchas para apreciar el talento oculto que encierra. Algún día tus hijos, si la prima de riesgo te deja tenerlos, te robarán este disco de tu estantería. Un clásico del futuro.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 8/10