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Springsteen & I: Aún recuerdo aquel día

Nunca dejará de fascinarnos la historia de Springsteen. Un tipo que a sus 63 primaveras sigue provocando amistades a pesar de no haber entregado una colección de canciones redonda en años y haberse rendido a las exigencias de un guión que le obliga noche a noche a llenar estadios de fútbol y recientos mastodónticos. Y es que quizás este sea precisamente el secreto del rockero de New Jersey. Su capacidad para haber mutado en artista universal sin que ello haya erosionado practicamente su fama como trovador a pie de calle y muchacho apasionado de las canciones.

Un camino que parece haber tenido su última confirmación en la reciente, y aún sin finalizar, gira mundial. Puede que este no sea el mejor momento del cantante a nivel compositivo o que a veces se deje engatusar por los caprichos de la masa de seguidores de la vieja escuela (esos discos interpretados al completo en directo). Puede que las últimas bajas en la E Street Band hayan hecho que el conjunto esté todavía buscando su sitio en la encrucijada entre la pegada rock, ese nuevo aliento soul que ofrece la sección de vientos o el folk jovial de sus últimas canciones. Sin embargo, nadie le puede acusar de no echar el resto.

No se trata simplemente de ese empeño por demostrar que, cual Fidel Castro, es capaz de retar a los agoreros de la edad. Es algo más. Es esa idea de que esta gira de alguna u otras manera parece hecha expresamente para la gente, para aquellos que en estos tiempos difíciles siguen agarrándose a sus canciones; para aquellos que siguen creyendo que allí arriba, subido a un escenario, puede haber alguien que hable de nuestras desgracias sin compadecerse o decirnos lo que tenemos que hacer. Un músico, que, a pesar de tener que lidiar con los rigores del estrellato, continúa mirándonos de frente sin nada que reprocharse.

“Estamos aquí por una razón, porque vosotros estáis aquí” entona al micrófono en uno de las escenas de la reciente película Springsteen & I. Una cinta que, como la actual gira, parece hecha por y para los fans. Construída a base de vídeos caseros grabados por sus seguidores y fragmentos de actuaciones en directo, el largometraje se suma a la larga lista de libros, artículos y retrospectivas dedicados al compositor norteamericano. Un documento revelador de lo que puede llegar a hacer una voz, de cómo la memoria siempre tuvo algo de musical. En definitiva, un compendio de aquellos recuerdos trenzados con melodías que aún permanecen en nuestra retina.

Ahí tenemos el ejemplo de Nick Ferraro. Hombre sencillo de Philadelphia que a su edad sigue disfrutando de tomarse un gran perrito caliente en el parque con su mujer. Un tipo anónimo que, en su tiempo libre, sueña con subirse a un escenario emulando al Rey del rock&roll. Sueño que, Springsteen, el viejo rockero que sigue manteniendo su espíritu de chico de barrio, no duda en cumplir en una de sus visitas a la ciudad apodada como Philly. Ahí tenemos también a esa transportista que recuerda aquel viaje por Arizona mientras sonaba Nebraska en el transistor. O a aquella pareja que, a pesar de no haber podido ir a ninguno de sus conciertos por falta de dinero, no duda en asegurar su fidelidad a la música del Boss.

Y es que si algo tiene la música de Springsteen es su capacidad para contarnos aquello que siempre supimos pero que nunca nos atrevimos a cantar. Con él nos deslizamos al asiento trasero del coche, recorrimos kilómetros en busca de la felicidad o velamos a las puertas de la tienda de discos de nuestro barrio para hacernos con su último elepé. Puede que Neil Young sea nuestro tío cascarrabias preferido o Dylan aquel abuelo de voz carrasposa cuyas historias hace tiempo dejaron de interesar a muchos, pero Springsteen es todo eso y más. Sobre un escenario el viejo rockero se convierte en el padre que nunca tuvimos, en aquel amigo que nunca nos abandonó, en aquel familiar que hace tiempo que no vemos y que aparece casi sin avisar por Navidad. En definitiva, en uno de los nuestros.

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