Fecha: 11 de enero de 2012
Lugar: Sala Caracol, Madrid.
Velada intensa, singular y llena de contrastes la vivida en la madrileña Sala Caracol con motivo de la visita a nuestro país de John Doe y Slim Cessna’s Auto Club, uno de los dobles carteles más apetecibles en este arranque de 2012 para cualquier seguidor de la música estadounidense más tradicional. El ex líder de X, legendaria banda punk, dio un golpe de timón a su sonido hace un par de décadas, rebajó la fiereza y los decibelios de los discos con su grupo y apostó por un rock americano de raíces sobrio, adusto y perfectamente ejecutado. Otros músicos afines, en mayor o menor medida, a él ofrecieron años después reinvenciones similares, como Mike Ness (Social Distortion) o Jesse Malin (D Generation). Es difícil precisar si Doe está más cerca de la brillantez del primero que de la irregularidad del segundo, su música en solitario ofrece luces y sombras, pero en cualquier caso su actuación fue bastante competente, ante un público respetuoso con el mito y con manifestaciones esporádicas de un fanatismo febril por parte de un pequeño sector de audiencia, mayoritariamente femenino, dicho sea de paso. Obras como Meet John Doe, su tarjeta de presentación, o Forever Hasn’t Happened Yet acumulan elogios y devociones, y al californiano se le notó cómodo, fluido, de menos a más, con ganas de agradar y complacer, con temas como Never Enough y una admirable riqueza de matices en su sonido. Dos damas sobre las tablas aportaron coros y slides que se agradecieron y que endulzaron muy adecuadamente la voz áspera de Doe.
Tras la actuación de Doe y compañía, engalanada con una notable ovación, mezcla de entusiasmo y de cortesía reverencial, la ortodoxia, el clasicismo y la dulzura se evaporaron. El registro cambió por completo, la atmósfera se corrompió y desquició, el infierno abrió la puerta, Slim Cessna’s Auto Club descorrió el telón. Quizá no sean la mejor banda americana del momento para dinamitar un bar, esto debería discutírselo muy seriamente a Bottle Rockets, pero es difícil presenciar en pleno 2012 una actuación más maravillosamente estrambótica y perturbadora. Es probable que jamás firmen una obra maestra ni que nos obsequien con una larga lista de clásicos, pero es un placer que existan bandas así, tan espontáneas, tan insobornables, tan genuinas. Su combinación de country, góspel y punk e imaginería religiosa resulta efectiva en estudio y delirante sobre las tablas. Sin desmerecer a su barbudo guitarrista, armado con una guitarra que proyectaba alternativamente imágenes de Jesucristo y la Virgen María, las dos grandes bazas de la puesta en escena de esta banda de Denver son el propio Slim Cessna y Munly a las voces. Como Jack Lemmon y Walter Matthau, una extraña pareja, extrañísima.
Luciendo sendos portes de predicadores corruptos, como expulsados de alguna inhóspita región de la América profunda y degenerada propia del cine los hermanos Coen o de esa serie tan siniestra llamada Carnivale, Cessna y Munly no pararon de moverse, contonarse, bajarse del escenario, interactuar con el público, tirarse al suelo y regresar a su improvisado púlpito durante toda la actuación, conciliando admirablemente la truculencia y lo tétrico con una innegable vis cómica. Y entre espasmo y espasmo, cantaban, no con virtuosismo, pero sí con rabia, con hambre, con sed de redención. No lideran conciertos de rock, orquestan liturgias, expian pecados, así concibe esta banda su labor, esto se va a encontrar cualquier profano que se tope con Slim CesSna y Munly. También, ojo, con canciones espléndidas, como A Smashing Indictment Of Character y My Last Black Scarf, quizá los dos momentos más climáticos de la función. El sonido fue correcto, pero algo saturado, no tan diáfano como en el show de John Doe. Cuestiones menores para varios fans arrebatados que secundaron con fervor la pintoresca propuesta, desgañitándose, aplaudiendo, alzando manos hacia el cielo o sentándose en confraternización con sus ídolos. Lástima que no fueron más, que la alucinógena eucaristía no se extendiera por toda la sala, pero la intempestiva hora, rozando la medianoche, y el inminente día laborable quizá incitaron al repliegue, a la simple contemplación. Pero hubo de todo, euforia, contención y medias tintas, no existió esa irritante tibieza generalizada de algunas actuaciones donde es difícil discernir si la gente congregada contempla un concierto o espera un autobús. Cabe añadir que Cessna y Munly no lo hubieran tolerado, que hubieran invocado al mismo Satanás para combatir la afrenta.