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Laura Gibson, cándida y fronteriza

Fecha: 2 de Mayo de 2012

Lugar: Café Berlín (Madrid)

Laura Gibson chapurrea unas palabras en español. Se ríe, conversa con sus compañeros de escenario y echa una mirada a un público que casi pisa las tablas del Café Berlín. La sala madrileña, acostumbrada a albergar 50 personas, se queda pequeña con la llegada de la norteamericana a nuestro país. Ella lo aprovecha con un final en el que hace cantar al auditorio ese This Is Not The End que abría su primer disco.

Fue una de las pocas concesiones que hizo Gibson a su repertorio antiguo. El set escogido en Madrid, como no podía ser de otra manera, rebuscó en el baúl de su último disco, La Grande. En él, la de Portland se ayuda de músicos de The Decemberists, Calexico o The Dodos para crear una paleta de colores que se sale de los límites estrictos del song-writer, de ese folk espartano de seis cuerdas convertido en cliché desde hace unos años.

El reto se antoja osado, sobre todo cuando toca convertir el notable trabajo de estudio al lenguaje del escenario. Para ello, como ya hiciera Cat Power en su celebrado The Greatest, Gibson se ayuda de la calidez de los vientos, dotando de alma a sus canciones y regalándonos esas baladas de aires tex-mex (Red Moon) o esas incursiones en el soft-jazz (Lion/Lamb). Feather Lungs suena a nana, a canción de cuna, a serenidad y candidez. También Skin, Warning Skin, que con su steel guitar recuerda a la Feist más reposada.

Una calma que termina de inundar la sala cuando Laura se queda a solas (Sleeper es la canción escogida). Y que se rompe al instante siguiente con esa versión de In The Pines, canción reflotada en los años noventa por Nirvana y que en las manos de Gibson juega entre los vaporoso y lo espectral. Sin duda, el golpe de la noche, ese que necesitaba el público para terminar noqueado. No sería el único que la cantante asestaría, que había comenzado la velada con ese potente y rítmico La Grande, en el que la batería toma el mando.

La formula se repetiría al final con The Fire y Time Is Not, números que precedieron a los bises. Con ellos Gibson cerró el círculo, completando ese repaso íntegro a su última referencia, y abriendo el tiempo para explayarse, para terminar de liberar ese regusto que dejan las cosas bien hechas. The Rushing Dark, a capella y con los coros del público, fue la encargada de prender la chispa de un fuego que terminó de encenderse con ese This Is Not The End, número final.

Sin duda, corren buenos tiempos para las voces femeninas. Para los amantes de las esencias folk y los buscadores de las atmósferas intimistas. Un terreno en el que Gibson se movía a sus anchas en sus dos primeros discos, pero que parece habérsele quedado pequeño en su último álbum. Buena parte de la culpa la tienen esos tres músicos que ayer acompañaron a la cantante en su primera incursión en el circuito madrileño. Con ellos la norteamericana se muestra atrevida y sincera, aunque sin perder la inocencia de canciones como Crow/Swallow, quizás su composición más personal. Sólo cabe esperar que la sombra de las Cat Power, Feist y compañía no se le haga muy alargada a esta nueva chica de la ciudad del folk.

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