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NINE INCH NAILS – BAD WITCH

Bad Witch, concebido en un principio como el tercer ep de una trilogía que buscaba un punto de inflexión musical iniciada con Not the Actual Events y que continuaba con Add Violence, ha resultado ser el primer álbum de estudio de NIN tras el irregular y disperso Hesitation Marks. Su anterior entrega de 2013 marcó un punto de no retorno para Trent Reznor pese a que contaba con todo un Adrian Belew (King Crimson) a la hora de la pre-producción pero que, finalmente, abandonó la banda en medio año. En sus palabras, comentó en redes algo así como que mr. Reznor prefería ahorrarse unos billetes contando con músicos más jóvenes y quizá con menos reconocimiento al ir de gira. Si un músico de la talla de Adrien comenta algo así, es que algo se cuece y este algo no huele bien. Pese a entrar en la zona alta de las listas con este trabajo, Trent cree que la banda necesita un revulsivo y se planta frente a seguir del mismo modo. Nine Inch Nails va a reventar.

Bad Witch se hacía esperar.La trilogía se vendía como un revulsivo y retorno a la esencia de la banda con la aportación de sus miembros actuales, pero el punto de agotamiento compositivo de la dupla Reznor –Ross (Atticus) era sabido. Los dos primeros eps buscan romper la dinámica de los últimos trabajos con un sonido más industrial y heredero de aquel Pretty Hate Machine y Broken, pero no logran el efecto deseado incluso con trucos como aparecer en Twin Peaks interpretando uno de sus nuevos temas en un regalo de escena firmada por David Lynch. La expectación crece, pero las canciones no llegan. O al menos no del modo esperado por el propio autor. El dúo de productores tiene una querencia creativa por los sonidos más ambientales desarrollados en la serie Ghosts I-IV en 2008 y pese a que culminan exitosamente en 2011 con un Grammy gracias a la banda sonora de la película The Social Network, no acaban de sentirse cómodos y satisfechos. De hecho, esta vertiente más visual y ambiental de la banda va intoxicando los discos de Nine Inch Nails durante esos años pese al retorno de Robin Finck a sus filas a modo de revulsivo y la catástrofe en ese sentido es Hesitation Marks. Eso sí, a la hora de llevar un repertorio en directo, y es que Reznor no tiene un pelo de tonto, basan sus giras en temas de sus primeros discos y los hits más identificables de la era post-fragile.

Su gran seña de identidad siempre ha sido la presión y precisión de su sonido capaz de bascular entre lo apocalíptico y asfixiante, a la sutileza de un piano desnudo sin que la intensidad de su emotividad caiga (quienes les hayáis visto en una sala cerrada sabéis de qué hablo). Esa energía desbordada del directo de Woodstock ´94 es un claro ejemplo por si queréis haceros a la idea. Recientemente NIN fueron captados en vídeo en blanco y negro (en una especie de “homenaje” a aquel Closure que disfrutamos en vhs) dentro de la programación del festival Mad Cool con uno de los repertorios más intensos que se pudieron disfrutar a lo largo de esos tres días frente a un público sobrepasado por los problemas organizativos que han chocado con la calidad de las bandas que han conformado el cartel. Como se vio aquella noche el gato ya no es tan salvaje como antes, pero aún posee buenas uñas. De hecho, incluyeron hasta tres temas de este Bad Witch en la recta final del concierto para hacernos a la idea de que los nuevos temas sí parecen encajar con su lista de clásicos. Vamos con su nueva entrega.

Abre el disco Shit Mirror con una línea de bajo con una de esas distorsiones de libro que marcaron los noventa. Caja de ritmos, samplers y la voz con filtros se suman pero pronto otra serie de sonidos abren el tema a atmósferas menos contundentes. Y menos angustiosas y asfixiantes también. El paso de los años ha dado a aquella fiereza cruda una serie de elementos secundarios más o menos identificables y con un mayor trabajo en las teclas que en sus primeros tiempos. De aquellos estaban, pero no eran decisivos a la hora de las mezclas con lo que quedaban de un modo más sutil en segundos planos o quizá eran más afilados. La sensación de claustrofobia ahora no proviene tanto de las guitarras, sino que es la voz tratada de Trent Reznor la que en parte aporta ese matiz. Continúa Ahead of ourselves entrando en una modernidad anunciada desde el pasado. Reznor es un glitch (figura que además Rob Sheridan siempre trabaja con la banda desde la parte artística) que juega a Gentleman de los tugurios. Su figura se erige como narrador desde ese otro lado en el que siempre se ha sentido cómodo y ahora además lleva megáfono. Algunos fogonazos revientan todo a ritmo de jungle descuadrado con un fraseo repetido una y otra vez que nos llevan hasta el final del tema. Por el momento, estamos antes un regreso digno. Bastante más que en sus días de producción más pop de Year Zero o With Teeth y que acabaron con Slip.

Play the Goddamned Part es un corte instrumental en el que Atticus marca territorio y la banda despliega un arsenal sonoro caústico a sus órdenes. Su zona de confort son las texturas y eso a nivel compositivo les permite crear esos ambientes desgastados con saxo que pudimos disfrutar en sus colaboraciones con Angelo Badalamenti y Lynch pero que, con las manos de Atticus, la cosa se pone más seria y tiene objetivos claros. Hay unos NIN de banda sonora para personajes torturados cuyos destinos penden de un hilo a capricho del director y sus sueños. Las luces azules y rojas superpuestas sobre el blanco y negro. Los vientos de una realidad onírica en paralelo que desea saltar a la nuestra y adueñarse de nuestras vidas para ser protagonistas en lugar de personajes secundarios. Hay un aviso en la entrada a ese mundo: No habrá rehenes.

En God Break Down the Door vuelve el glitch a caminar entre realidades y se trae los saxos del anterior tema. No pierdas ni un solo instante en pensarlo, han ganado un nuevo compañero de viaje de dudosa procedencia que conocían de amaneceres pasados y fiestas inconfesables. Las percusiones acompañan una batería que parece más pequeña desde que está en manos de Ilan Rubin. No está mal su aportación, pero me cuesta acostumbrarme. Aunque bien es cierto que se adapta correctamente el nuevo pálpito general de la banda, me cuesta creer que son baterías más “finas”. Un tema de sofá y rave, de decadencia y festín. Algunos/as hablan de lounge. Yo le añado entrega al hedonismo y una búsqueda de cierta crítica social ya no sé si impostada. La sección electrónica aquí es quien lleva las riendas de un modo más claro en un rompepistas perfecto para incluir en sus directos en grandes festivales.

Im not From Ttis World es el segundo tema instrumental del disco. Como comentábamos, la compatibilidad de Trent Reznor y Atticus Ross les ha llevado a poder desarrollar juntos su parte más ambiental e instrumental. Aquella cuyo mensaje es crear espacios a través de sonidos y dejarnos ahí, aislados/as con sus terrores y temores. Su terreno artístico son las texturas, y en ello son unos maestros y han producido una extensa obra. Pero Nine Inch Nails es una banda de contrastes, de energía y eso les hace supeditarse a sus propios estándares como referentes del género. Esa batalla interna en ocasiones lleva la balanza para ganarse su espacio a cortes exquisitos ambientales que además sirven como desahogo artístico para ambos más allá de la cuestión mercantil industrial que el negocio exige. El mundo desaparece entonces y crean uno a su medida. Im not from this World es un claro ejemplo de esos no lugares que son capaces de crear difuminando lo electrónico con lo analógico al frente de una maquinaria con alma que tiembla y llora queriendo ser consciente.

Para cerrar, queda Over and Out, con una de esas cajas de ritmos primigenias que han seguido usando desde los inicios como seña de identidad. Reznor es fan de aquellas casi cutres cajas de ritmos y las ha utilizado en sus grandes producciones. Al final va a resultar un verdadero romántico. Tenemos una línea de bajo redonda asequible y sonidos de saxo que se alejan como espectrales libélulas mecánicas que viajan junto a nosotros/as y nos encaminan hacia un trabajo que concreta en gran parte lo mejor de cada época. De pronto, en esa habitación a media luz, enmoquetada y con muebles caros perfectamente alineados entra David Bowie, amigo personal y causante en parte de que Trent hoy siga vivo. Cruje la madera bajo sus pasos y nos agarra el corazón con su inconfundible voz frente a un Reznor abrumado por sus recuerdos en común. «Time is running out» nos canta y el eco de esa inconfundible voz nos deja pensativos/as hasta que todo se silencia.

En mi opinión, este álbum supera con creces mucho de lo expuesto en los últimos tiempos desde aquel épico e inmenso The Fragile que buscaba romper y ampliar el espectro sonoro de un impresionante The Downward Spiral, que continuaba lo rompedor del EP Broken apuntado en aquel arriesgado The Pretty Hate Machine de 1989. Tras años de cambios de formaciones, de cambio de discurso y de mucha experimentación creativa quizá el engranaje haya logrado un cierto equilibrio de elementos a priori dispares después de la catarsis y la extenuación con un lenguaje que ha costado casi 20 años comprender para ellos mismos. Impresionante la evolución interna que han desarrollado en apenas dos años desde que se decidieran a lanzar la trilogía de eps. Así que si estas son sus primeras palabras aglutinando todos los elementos del universo creado por Reznor, Ross, Finck, Cortini y Rubin me parece un fabuloso renacimiento del proyecto personal de una de las mentes más increíbles de la música de los últimos tiempos que siempre ha buscado su propio lenguaje para expresar sus emociones e inquietudes alejado de la autocomplacencia. El viaje ha sido increíble hasta llegar aquí, el resultado sorprendente por lo bien que fluyen todos los elementos y que nos acompañe el sentido de la palabra y el aire de aquel inconformista Bowie me parece como para otorgar a este álbum que nació como ep la categoría de obra de arte mayúscula.

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