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Lucinda Williams vuelve a conmover en Madrid.

Fecha: jueves, 13 de junio de 2013

Sala: Joy Eslava (Madrid)

La generosa aglomeración de aficionados en los aledaños de la sala sugería la notable expectación que levantaba el concierto. Su avanzada edad media también delataba, o al menos daba una pista, sobre lo alejada que su protagonista se encuentra de la coyuntura, la moda y la vacuidad. Por último, la admiración reverencial que se respiró de principio a fin durante la velada y el cariño y la gratitud infinitas con que se la despidió confirmaron las sensaciones: en la Joy Eslava no actuó una cantante, se veneró a un mito. A la dama del country, del rock, del folk y del blues por excelencia. Su nombre es Lucinda Williams, naturalmente. La discografía más robusta y emocionante compuesta por una mujer de la que se tiene recuerdo o noticia es suya. O, como mínimo, no existe un pedestal superior al que ella ocupa y defiende desde más de treinta años a base de tesón, esmero y, por encima de todo, canciones como planetas.

Tras el aperitivo de Partido, una banda catalana reducida a dúo y que ofreció un concierto de folk atmosférico bastante sombrío y competente, la estadounidense, austera y elegante, apareció flanqueada por el bajista David Sutton y el guitarrista Doug Pettibone y, con Can’t Let Go, arrancó la liturgia. En circunstancias tan consabidas como peculiares, por cierto. No hubo batería, pero sí electricidad; no fue un unplugged ni un concierto con banda en toda regla como el que brindó en el mismo recinto hace cuatro años.

La propuesta fue imprecisa pero efectiva. Aunque hubo algún altibajo, y de recibo es admitir que los temas más desnudos e íntimos funcionaron mejor que los más complejos musicalmente. Así, piezas de orfebrería como Car Wheels On A Gravel Road o Essence sonaron algo desamparadas. Joy, que con banda al completo acostumbra a parecerse a un misil, tampoco cuajó a gran nivel. Pero la tibieza acaba ahí. Si acaso, a la lista de objeciones se puede sumar la pobre y poco certera representación que tuvo Blessed, su inspirada y última obra hasta la fecha, con Born To Be Loved y la titular.

Cuestiones menores, todas ellas, cuando alguien es capaz de congelar el tiempo y cortar las respiraciones con una interpretación como la que ofreció con Blue, tal vez lo más frágil y bello que haya creado nunca, y que supuso el cénit del concierto, y quién sabe si del año. O cuando ejecuta con tanta dignidad Those Three Days, canción para la que, directamente, ni existen adjetivos ni se necesitan. Otras hazañas fueron Change The Locks y Come On, desafiantes y con filo. Tampoco tuvieron desperdicio, entre otros aciertos, la presentación de una canción tan irresistible como When I Look At The World o la versión, llena de sentimiento, del Tryin’ To Get To Heaven de Bon Dylan. Con Get Right With God como broche, la compositora de Luisiana, con ese puntito de timidez e inocencia que la hacen irresistible, se despidió de sus entregados seguidores. Esperemos que hasta muy pronto. Este mundo, esta vida, necesita asideros como Lucinda Williams.

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