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Bill Callahan, el pintor de paisajes

 

Fecha: 24 de Febrero de 2014

Lugar: Teatro Nuevo Apolo (Madrid)

Bill Callahan limita sus movimientos a lo estrictamente necesario. Como si cualquier exceso de energía impidiera al espectador disfrutar de la ceremonia. Dejando a un lado cualquier tipo de artificio, el músico de Maryland ha conseguido hacer de la austeridad una virtud. En sus conciertos apenas se escucha el cuchicheo del público, que mantiene la reverencia con un simple aplauso entre canción y canción. No, los directos del norteamericano no son la excusa perfecta para socializar con tu última amistad o hablar de la última novedad del NME. Tampoco para disfrutar de las melodías pegadizas del pop o la sencillez del folk. La música de Callahan es rugosa, espinosa, hace revolverse en el asiento al espectador. Mientras, el cantante, empeñado en no romper la solemnidad del ritual, apenas esboza un gracias entre canción o canción.

Aquel hombre espigado y de semblante serio parece haber encontrado la paz interior con su último disco, Dream River. Considerado por la revista Mojo como mejor álbum de la pasada temporada, este trabajo mantiene la senda marcada por el compositor desde que decidió dejar atrás la máscara de Smog. Acordes cristalinos que arrullan a lo lejos mientras la voz de un Callahan, convertido ya en heredero directo del maestro Cohen, mastica aquellas palabras trenzadas. Versos que van de lo romántico a lo burlón. The Sing con su “The only things I’ve said today are beer and thank you” provoca uno de las pocas salidas de tono del cantante. “Beer… thank you” repite de nuevo de manera mecánica. Small Plane muestra al músico enamorado y feliz. “I really am a lucky man” reconoce Callahan en el estribillo.

A pesar de todo el concierto en el madrileño Teatro Nuevo Apolo resulta tenso, con un Callahan en su papel de crooner gélido y distante. America!, de esqueleto country, suena venenosa con sus dos acordes y su temática bélica. Igual de rota que One Fine Morning, que en su versión de estudio parecía un plácido paseo a lomos de un caballo, y sobre el escenario lucha a duras apenas por hacerse hueco entre el ruido de la guitarra de Callahan y los instrumentos de sus acompañantes. Aquel paisaje apacible, aquella llanura folk, se convierte en desasosiego en manos de un artista empeñado en romper la magia del momento. Ni siquiera Too Many Birds, una de las pocas incursiones del cantante más allá de sus dos últimos álbumes, consigue calmar la fiera.

La tensión se mantiene con Drover, canción que abría Apocalypse con su ritmo trotón y sus referencias al salvaje oeste. Por desgracia no sonará en esta ocasión Riding for the feeling, una de las mejores canciones del libro de melodías de Callahan. Sí lo hará el resto de los cortes de Dream River. Ride My Arrow se asemeja a una novela de Cormac McCarthy, solitaria y peligrosa. Seagulls, a aquel cuadro impresionista que engalana la portada del disco. Spring calienta el ambiente con ese verso que dice “All I want to do is to make love to you with the careless mind”. Y antes de cerrar el concierto con Winter Road, todavía queda tiempo para dos últimos zarpazos titulados Dress Sexy at My Funeral (impagable ese estribillo que podría haber salido del Nick Cave más socarrón) y Please Send Me Someone To Love, que Callahan aprovecha para presentar a esa banda capaz de hacer sencillo lo más difícil. A veces menos es más.

Al final, como si quisiera reconciliarse con el patio de butacas, el músico canta aquello de “I have learnt when things are beautiful just keep on”, dejando que los últimos acordes se alejen en la bruma de su voz. Esa capaz de pintar paisajes escarpados y llanuras de postal, esa capaz de templar los ánimos a golpe de susurro y torcer el gesto al instante siguiente. Quizás Callahan nunca llegue a arrastrar grandes audiencias, sin embargo pocos le ganarán en elegancia y presencia. Una sola frase suya puede resultar más devastadora que muchos discos al completo.

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