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Estrenos… 'Escobar: Paraíso perdido' de Andrea Di Stéfano

Pablo Escobar era el hombre que se atrevía a vigilar a Dios desde la Tierra con un telescopio de lente muy grande, muy grande. Pablo Escobar estaba por encima de su querido santísimo, aún más por encima de cualquier gobierno, de cualquier persona. Su vida y obra han quedado retratadas directa o indirectamente en más de una decena de películas –sin contar documentales-, por la curiosidad que despierta este ser extravagante y tirano, humilde y generoso. Pablo Escobar fue un personaje ambiguo, carismático para sus vecinos, y para quien le tuvo aún más cerca y haya sobrevivido… como mínimo inquietante.

Escobar: Paraíso perdido se centra precisamente en ese anónimo imaginado que tuvo al principio la suerte y después la desgracia de conocerlo de cerca. En esta película ese individuo cualquiera se llama Nick –Nico en el paraíso-, un canadiense que llega a Colombia en busca de una vida sin ataduras, a quien da vida Josh Hutcherson. Aún a riesgo de parecer una loca, o peor, una friki, diré sin tapujos lo que pensé de este personaje desde que comenzó la película hasta que terminó: el joven Joshua es a Nick lo que Elijah Wood a Frodo. Ambos comienzan su aventura en un lugar de ensueño pero toman una decisión que saben les va a llevar a la destrucción. Frodo decidió, sin pensar demasiado en las consecuencias, que él llevaría el anillo único hasta el Monte del Destino, y Nick pensando más con otra parte del cuerpo -el corazón-, que con la cabeza decidió ponerle otro tipo de anillo en el dedo a una sobrina de Escobar. La mirada que mantiene Hutcherson durante toda la trama es la misma que mantiene Wood desde que su personaje sale de la Comarca hasta que llega a Mordor. Es un gesto de entre miedo y estreñimiento.

Por seguir el símil me podría aventurar a decir que Escobar es Sauron, pero en realidad no tienen nada que ver. En el caso del personaje de Escobar en esta película la ‘maldad’ no es tan evidente. Crea en el espectador la misma inseguridad que crea en Nick. Le escuchas, te dejas engatusar, te dejas incluso convencer, pero no dejas de mantener esa mirada de entre miedo y estreñimiento que indica desconfianza. Que sea Benicio del Toro el cuerpo de este famoso narcotraficante es un reclamo estupendo, entre otras cosas porque para interpretar este papel el actor se ha comido -diría literalmente, pero no-, a Pablo Escobar. Ha adoptado su físico y su temperamento, incluso su acento colombiano. Muchos pensarán que es lo lógico, que es lo mínimo que ha de hacer un buen actor, pero bien sabemos todos que no siempre ocurre así -véase por ejemplo el caso de Jonathan Rhys Meyers en la piel de Enrique VIII, el primero que se me ocurre a bote pronto, lo digo por el físico, obviamente-.

La interpretación de Benicio del Toro es uno de los mayores atractivos de Escobar: Paraíso perdido, pero no el único. Dicen por ahí que el puertorriqueño mantiene a flote la cinta él solito, que lo demás es paja. Yo no lo veo así. En este caso además hay un buen trabajo de montaje, un trabajo que ayuda a mantener la tensión. Éste es precisamente el punto fuerte de la película: la tensión. Puede que estemos ante otro maestro del suspense… -no, no creo que sea para tanto-. Lo que sí consigue Andrea Di Stéfano con su primer largometraje es que mantengamos el trasero bien apretado y bien pegado a la butaca. Si ha hecho esto en su opera prima, ¿qué no podrá hacer en las siguientes?

PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 8,5/10

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