Puede que en Carolina del Sur, lugar de nacimiento de Sam Beam, una barba espesa y pronunciada como la suya no desentone entre las gentes del lugar. Sin embargo, en el Londres de los rascacielos y los trenes a su hora, el aspecto desaliñado de este músico de pequeña estatura y gran voz puede resultar chocante. Más si cabe en un lugar como el Barbican Centre, uno de esos espacios con una programación que haría salivar a cualquier gestor cultural español. Con sus butacas acolchadas y sus palcos de gala, este teatro situado a escasos minutos del centro de la ciudad parece acostumbrarse poco a poco a tipos como Beam. Claro que poco queda ya de ese artista al que muchos colocaron en la órbita del folk independiente.
Ahora el norteamericano calza zapatos y viste chaqueta, exhibiendo su nueva faceta de soulman con reminiscencias a Sam Cooke y Al Green. Su nuevo disco, editado hace sólo unos días, insiste en la fórmula del pop suave y relajado que tan pronto se deja salpicar por el jazz como coge fuerza a ritmo de funk. Un cóctel frágil en el que se echa de menos un poco de agitación. No, no es éste un disco que vaya a sorprender a sus seguidores. Después de esos inicios como songwriter espartano y esa aventura junto a Calexico, del que salieron un disco (The Shepherd’s Dog) y un EP conjunto (el muy recomendable In The Reins), parece que Iron & Wine ha modelado un estilo propio, una senda que podría recorrer con los ojos vendados. Con todo lo bueno y malo que eso conlleva.
Por el camino, Beam ha encontrado a una docena de músicos que hacen las veces de banda de acompañamiento. Una multitud que, lejos de abrumar, encuentra su lugar exacto entre las melodías cristalinas del cantante. Emulando a las viejas big bands, Iron & Wine presume de cualidades como arreglista. Las cuerdas de The Desert Babbler, las palmas de Grace for Saints and Ramblers o una Carousel que, a pesar de cambiar de piel, mantiene el aspecto original. Como el sonido de un río fluyendo a lo lejos. Más abigarrada, Caught In The Briars termina desembocando en una improvisación en la que el trío de vientos termina por desbocarse.
Será ésta una de las pocas salidas de tono del artista a su paso por la capital británica. Insiste Beam en mantenerse en los márgenes de la elegancia que marcan sus nuevas composiciones. Al menos mientras se deja acompañar por su nueva tropa de músicos. Mediada la noche era de esperar que el de Carolina diera un paso al frente. Guitarra en mano, durante media hora el norteamericano nos hizo recordar a ese artista de pequeñas dimensiones, capaz de dirigir el show con la simple ayuda de sus seis cuerdas. Poco importaba que ante él se encontrara un auditorio que superaba ampliamente el millar. Sus canciones siguen manteniendo la magia, el duende y sobre todo el magnetismo. Especialmente cuando echa mano de The Shepherd’s Dog, su primera incursión más allá del folk elevado a la mínima expresión. Cayeron Resurrection Fern y Boy With A Coin. Como dos losas, provocando el silencio y después la ovación.
Difícil remontar el vuelo a partir de ese momento. Suerte que a Beam le quedaba todavía una carta ganadora. Antes de la coda final, cuando parecía que la noche había agotado ya toda su munición, las primeras notas de Your Fake Name Is Good Enough For Me anunciaron un último chispazo. ¿O habría que decir una explosión en toda regla? Un bajo martilleante, unos metales soplando groove y ese fondo funk-rock que dibuja pasajes de auténtico talento compositivo sirvieron de reactivo.
Ahora que la prensa especializada ha encumbrado (con todo merecimiento) a Bon Iver por su capacidad para tejer melodías más allá de etiquetas, conviene recordar que hace tiempo que Sam Beam recorre la misma senda seguida por Justin Vernon y los suyos. Más desgarrador uno, de verbo aterciopelado el otro, ambos coinciden en su habilidad para vestir la sencillez de elegancia. Poco importa que se presenten a solas o con una artillería de acompañantes, siguen sonando frágiles y suaves. Quizás demasiado en el caso de Beam. Su última colección de canciones puede llegar a empachar a aquellos que busquen territorios más abruptos. Claro que a los amigos de los sonidos barnizados les resultará todo un caramelo. Una nueva cosecha de la mejor dulzura pop.