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Ruido: MADRID no está muerto

Joder, no sé a raíz de qué ha sido exactamente, pero adelanto el ‘joder’ para que quede clara – de la mejor manera – que la argumentación que sigue es pretendidamente expresiva.

Es el quinto o, qué sé, el décimo octavo artículo que leo en menos de un mes sobre la decadencia de Madrid. En todos los sentidos. Sobre todo cultural.

Podemos partir de una base obvia que – por condición de obvia – hace que resulte aún más sorprendente que todo el mundo siga comentando. Todos sabíamos que, en cuanto a política de educación y cultura, los partidos con tendencias humanistas inclinan la balanza hacia los intereses de colectivos reducidos o menos favorecidos. En contraposición los partidos que – paradójicamente – garantizan empleo y, a bote pronto, sí prestan especial atención al cambio y a la moneda, además de la imagen (aquí me llevo riendo un par de minutos), tienen menos en cuenta – menos es nada – a los grupos minoritarios o intereses culturales reducidos.

No recuerdo un solo momento, desde que el hombre es mundo, en que esto no haya sucedido así. Si sumamos que en un determinado país, acudiendo a la cita con las urnas, Irresponsable pero democráticamente, un tanto por ciento de la población en edad de votar – que supera cualquier otro porcentaje – ha escogido que, en este momento de la historia, a dedo, nos gobierne la prioridad: gente con pasta. ¿Qué hacemos?

La historia es, para algunas cosas, cíclica. Nos guste o no, los momentos de achuchón son inspiradores. Igual que pareces reaccionar a tu vida cuando alguien decide dejar de formar parte de ella, consciente o inconscientemente, como si retomases la ‘vida de otro’. Ocurre con movimientos artísticos, reacciones sociales, bandas, colectivos, pequeñas/grandes entidades. Todos lo sabemos, no estoy aportando una segunda Capilla Sixtina a la humanidad diciendo esto.

Ese hecho de vernos obligados a mantener los ojos abiertos – ‘Por lo que pueda pasar’, dice mi abuelo – es un codazo enorme.

Cuando llegué a Madrid no estaba nada convencida siquiera de terminar aquí la carrera. Lo odiaba todo. Absolutamente todo. No entendía cómo la gente enrarecía tantísimo su vida creándose necesidades y obligaciones absurdas, ¿saben? Era un poco como el pueblo de Doctor en Alaska. Yo era el típico señor que no ha entendido hasta qué punto se puede disfrutar del hecho de estar rodeado. No siempre, pero se puede.

Ahora, cuando paso unos días fuera de Madrid, sería capaz de enumerar, una por una, cada millonésima parte de algo que me encanta hacer y de lo que no dispongo lejos. No vayamos más allá, lo real es que el hecho de depender de un ayuntamiento pro-aborto cultural no quiere decir que nosotros estemos muertos. Ni que vivamos en una ciudad decadente.

Veo a diario el esfuerzo que hacen la mayoría de las personas que me rodean por: 1. Seguir lo que les gusta; 2. Mantener la ciudad viva. Es contagioso y es admirable que se sustenten sellos, entidades, colectivos, webs, que se recuperen los fanzines y resuciten formatos. Es asombroso ver la conexión entre personas con gustos tan distintos en cosas concretas que, de repente, respiran de lo mismo en otras. Hace unos días alguien hablaba de lo mucho que se critica, también, a las bandas con aquello de: «siempre van los mismos, sus amigos y cuatro más». Bueno, si eso es una queja, vete a casa, yanki.

No hay un apoyo externo, no hay apoyo de eScalafones oficiales, no hay facilidades, no hay – casi – dinero, muchos grupos (es verdad) no giran por España. Muchas veces las oportunidades recaen sobre los mismos, precisamente, y probablemente no lo merezcan siempre ellos. Importa la imagen, importan los líos de faldas – y los de pantalones – importan muchas cosas que no deberían, sobre consideraciones básicas. Pero eh, ¿qué pasa con el resto? ¿Qué pasa con los que siguen haciendo lo que les gusta? Los que emplean tiempo, trabajo y dinero por acercarnos un trocito de eso que tanto llevamos esperando. Los mecenas. Las tiendas. Los que vamos a conciertos pequeños y salimos emocionados como si acabásemos de ver a The Beatles en Las Ventas. ¿Qué pasa con nosotros, las personas?

Lo bueno de que nadie respalde es que las ideas no se corrompen. ¿En serio alguien piensa que vivimos de los 80 en Madrid? Los 80 eran lo que se esperaba de los 80. Cada vez hay más diferencias generacionales. Somos capaces de crear muchas cosas distintas en menos tiempo. O de alargar un movimiento artístico o un género musical en millones de trozos conectados por el animal más pequeño de la cadena trófica. No somos una generación muerta. No vivimos un declive.

Por supuesto, tenemos derecho a enfadarnos. Es nuestro deber como ciudadanos activos poner en tela de juicio todo lo que percibimos como cutre o insuficiente. Pero no se puede interrumpir el buen hacer de una ciudad dejando constancia escrita de que algo no funciona cuando no es verdad.

Lo que no funciona aquí es lo que no ha funcionado nunca. Con independencia de sus majestades los políticos, seamos justos: Esto no es un padre explicándole a su hijo por qué el cine en blanco y negro era mejor. Aunque se repitan los patrones, el resultado siempre es distinto. Todo cambia de formato y de tamaño y lo nuevo choca y a veces resulta peor, para terminar demostrando por qué ha dejado algo obsoleto.

El problema es cambiar de idea. Se suponía que íbamos a ser una generación acomodada. Uno estudiaba una carrera o desarrollaba un proyecto con la certeza de que todo iría bien. Mentalidad ganadora siempre. El ghetto del arte. Las especificidades. Los escondites. Y el esfuerzo reducido que nos hace acreedores del apelativo de Generación Game-boy. Pero no. De repente lo prometido queda en deuda y se nos vacían las manos de oportunidades para dar paso a ese temido ‘búscate la vida’. Y no es, señores, como cuando pasaban westerns en la tele. No es la posguerra. No es lo mismo escuchar ‘búscate la vida’ con 14 años que diez años más tarde. Claro que no. Quizá sea eso lo que nos enfada. Ahora bien, todo lo que nace de un cabreo es más real. Y el esfuerzo hace mejores personas.

Si Madrid estuviese en retroceso lo justo sería decir que la culpa es nuestra. Porque Madrid no es el pseudónimo del político de turno. Madrid somos nosotros. Pese al sonido eslogan: Madrid es nuestro. Como mucho – pisando a La FonotecaMadrid Está Helado. Sobre todo ahora, que se acerca el invierno.

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