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Palabras del mañana – Justin Bieber

JUSTIN BIEBER

 

Podía haber sido poeta, narrar la intensidad del amor en primera persona o simplemente combatir junto a mis hermanos de lucha en pos de un mundo mejor. No hice nada de eso. Me limité a ser Justin Bieber. Un buen día a finales de 2013 dije: Lo dejo. Me voy. Esto no es lo mío aunque el mundo entero se empeñe en ver lo contrario. Todos creyeron que mi cuesta abajo se iniciaba aquel 18 de diciembre en el que anuncié mi renuncia a ser lo que me habían obligado a ser. En realidad, todo empezó mucho antes.

 

Echo la vista atrás y recuerdo cuando se torció todo. Una mañana, las frustraciones de los padres afloraron y vieron un inexistente talento en mi voz. Ensayé ilusionado tratando de emular a los escasos ídolos que un niño tenía a principios de siglo. Publiqué un vídeo en Youtube y los contactos en las discográficas hicieron el resto. Lástima que el poder mediático lograra su propósito. Fui una explosión, mi cara estaba por todas partes, abandoné mi tierna infancia para adentrarme en la jungla del show-business. Llegué a ser el vídeo más visto en la red en plena época de cambios sociales y políticos. Era de locos. Sin piedad de mi espíritu me embarcaron en cientos de eventos promocionales horteras e interminables giras.

 

El dinero entraba a espuertas y todo era felicidad en mi entorno. Durante una gala de la MTV, unos músicos de Rock me estuvieron convenciendo de que si no consumía cocaína no sería nadie en el mundillo. Accedí y no me desagradó. Actúe ante cientos de crías enfervorecidas mientras una poderosa erección surgía de mi fuero interno. Me sentí Dios y decidí ser una estrella destructiva, a imagen u semejanza de los que habían forjado el carácter de los americanos en el siglo XX.

 

A partir de entonces, mujeres bonitas y noches largas. Nunca sentí que mis compañeros de profesión me valorasen como el artista que yo creía ser. Aprendí a no sentir ni el desprecio ni el amor, enjaulado entre los finos barrotes de un sinfín de sustancias que prácticamente me regalaban.

 

Hasta que lancé aquel maldito disco. Me sentí un poeta maduro para llevar a cabo una loa a la intrascendencia. El resultado fue nefasto y las carcajadas se escucharon desde la estación espacial. Me recluí en mi mansión rodeado de un lujo mareante, totalmente en soledad con mis pensamientos e hileras blancas en la mesa. Me asqueaba ver las noticias internacionales y sentirme tan lejos de aquella revolución. Fue entrando en mi mismo, me convertí en mi único dios, vengativo e impasible. Demandé a mis agentes por un motivo que no recuerdo y tomé las riendas de un caballo desbocado que no supe frenar. Regresé a la noche y no me faltaron ayudas para malgastar el dinero ganado con poses absurdas y malas canciones.

 

Entonces apareció Ella. Me alejó de aquel ambiente y me ayudó a encontrar productor y estrellas a doquier para un nuevo disco de duetos que relanzara mi carrera. Muchos lo vieron como un ejercicio ridículo de un artista patético pero en Europa creyeron que se trataba de un disco underground.

 

Ninguna de las cosas eran ni del todo falsas ni del todo ciertas. Me encerré en la lectura y conocí los versos de Dylan Thomas. Ella era mi inspiración. Cuando esnifaba sus dulces pupilas oscuras sonreían al sol como si del propio Hermes se tratase. Yo atenazado por aquellas emociones, sonreía como un estúpido ante sus embestidas en busca de pasión. Las drogas nos consumieron tan rápido… La lástima comenzó a recorrer sus mejillas y todo se oscureció. Una noche discutimos muy colocados. Son esas situaciones en las que tus entrañas pelean con tu alma por salir a la superficie pero ganaron las tripas. En lugar de sexo salvaje tuvimos una trifulca deleznable. Los golpes se sucedieron. Sus años como boxeadora se hicieron valer pero mis directos al mentón dejaron su huella.

 

Me abandonó y cada sonido, imagen o letra era Ella reencarnada. Su ausencia se abrió paso entre mis huesos y caí en la heroína más barata de la ciudad. Los medios la pasearon y hablaron de golpes y sexo. Curiosa paradoja, mataban a su prefabricada gallina de los huevos de oro. Frecuentaba antros de mala reputación en busca del beso de la muerte. Sin embargo, noche tras noche regresaba cual Prometeo a mi tortura diaria. Mujeres de quita y pon, representantes codiciosos y Ella en mi mente. Los siguientes meses dilapidaron lo que me quedaba. Se llevaron incluso a mis padres en un accidente marítimo. Quizás esto último fuese lo que menos me importase en ese momento.

 

Me desahuciaron un 15 de mayo. Esa noche me senté en un bordillo junto a un chiquillo de 10 años que fumaba canutos de hierba a mayor velocidad que yo mismo. Los Ángeles parece desierta si eres un fracasado. Así me lo parecía a mí. Motel tras motel fue agotando mi efecto sorpresa de no pagar jamás. Tuve cicatrices en mi cuerpo de tipos codiciosos sin escrúpulos, las más profundas se las debía a Ella.

 

En ocasiones, una limusina me recogía y me llevaba a la zona del valle donde las niñas pijas todavía vestían sus tocadores con mis posters. Sus padres me pagaban 10$ y se marchaban de vacaciones a Malibú o Santa Mónica. Mi función era bailar mi propia música. No importaba mucho mi voz. Poco a poco me iba quitando la ropa al tiempo que perdía mi escasa dignidad. Necesitaba comer y drogarme, ¿qué otra opción tenía entonces? El sexo era optativo, si la niña se parecía a Ella, no rechistaba en cuanto la pija urbanita introducía cierto músculo de mi anatomía en su descarada boca. En otras ocasiones pedía una contraprestación económica. Algo similar a la voluntad. En una ocasión me metieron 600$ en el tanga. Mi provisión de Brown Sugar para un mes garantizada, aunque la mayoría de las chicas no eran muy generosas y no pasaban de los 40$.

 

Unos meses después decidí dejar la droga y el sexo de saldo. Me integré en una comunidad religiosa que me ayudó a salir del arroyo. Indagué sobre ellos. Eran una especie de secta peligrosa que operaba en contra de los movimientos revolucionarios de la ciudad. Unos movimientos que pedían mayores derechos y menor desigualdad. Me alejé de allí aunque con mis escasos recursos era una presa fácil para las presiones de la comunidad. Me oculté en una fábrica de las afueras con los helicópteros de la policía sobrevolándome cada noche. Vivía cerca de un área de transmisiones en las que se decodificaban millones de datos sobre la privacidad de los estadounidenses. Ese era el fondo que tanto ansiaba tocar. Y allí en el reflejo del agua estancada estaba de nuevo Ella. Nunca me abandonaba su recuerdo. Trabajaba de camello algunas tardes aunque ya no me metía.

 

Me conciencié de encontrar una labor por la que ser remunerado pero no encontré mi valía apropiada para casi ninguna función exceptuando el juego, el proxenetismo y mis memorias. Compaginé las tres hasta que finalmente un editor avispado creyó ver en mi historia la ejemplificación moral de la decadencia cultural en occidente. Curioso paleto. Fue fácil engañarle fingiendo ser un activista en busca de guiar la nueva sociedad. Lo único que quería era comer caliente.

 

La campaña de marketing venía a decir que había vuelto. La gente no entendió muy bien qué parte de mi había regresado: Si se trataba del imberbe que se rió de la música, si era el maltratador yonki o quizás el vagabundo. Fracaso. Tatuado a fuego incandescente en mi alma. Otra vez con 2000$ para el resto de mi vida. Entré en un bar con poca intención de soñar una noche como la que se me presentó en un abrir y cerrar de ojos. La camarera era un colmado de virtudes físicas. Le pedí que dejara la botella y me enfrasqué en mis pensamientos. Entraron unos tipos con ganas de lío. Fueron groseros con la pobre chica que respondió con valor a sus provocaciones. Uno de los tipejos le puso la mano encima. Me recordó a mi mismo y la imagen me revolvió al estómago. Les tumbé a los tres con una furia inusitada. Cogí de la mano de la muchacha y la saqué de allí. Me besó en la acera contigua del mugriento bar donde había malgastado dos años. Estudiaba Arte y dibujaba jardines grotescos como si fuese El Bosco.

 

Me llevó a su buhardilla sin ascensor e hicimos el amor escuchando a Gaingsbourg y a Tchaikovski. Fue la luz que esperaba para seguir vivo. Me prestó unos pavos para un traje y me presenté a una modesta entrevista de trabajo. Afortunadamente mi rostro distaba mucho del que fuese popular antaño. Conseguí un empleo honrado y nunca sentí tanta felicidad. Mi chica me quería por lo que era y en el trabajo reinaba un ambiente de camaradería diferente a lo que conocía entre bambalinas. Ya no tenía heridas sangrantes en mis entrañas. Lo único que hacía era mirar hacia delante. Y eso es lo que sigo haciendo a día de hoy hasta que unos amables periodistas se han molestado en escuchar la versión de mi vida. Agradezco el gesto puesto que a estas alturas todo el mundo ha hablado de mi existencia menos yo. ¿Me arrepiento de algo? Claro, pero creo que eso es inherente al ser humano. Si no te arrepintieras de nada serías una ameba sin voluntad. ¿Volvería a vivir mi vida? No, la vida es tan corta y tan variada que me encantaría aprovecharla para desarrollar esas virtudes ocultas que todos tenemos. Y por supuesto, haber conocido a mi actual esposa muchos años antes. Creo que este manuscrito deja cerrada una etapa de mi vida pública y abre una nueva vida privada muy gratificante.

 

*El texto anterior se trata de un relato de ficción cuyo contenido no tiene por qué tener parecido alguno con la realidad… Simplemente, nos imaginamos un futuro inventado para artistas de actualidad, pero no pretendemos jugar a adivinos ni intentar adelantar lo que va a suceder en la vida del artista en cuestión. Sólo ficción, amigos… Próximamente, nuevas entregas de «Palabras del Mañana»

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