Carta enviada por: Chris Martin.
Remite: Parque Nacional de la Selva Impenetrable de Bwili, Uganda, s/n.
Año: 2035
Hay momentos en los que pareces tenerlo todo y no tienes nada. Es cuando más cerca estás del abismo. Desde que tengo uso de razón me habían dicho que mi perdición iba a ser una mujer. En realidad se equivocaban a medias. Fue una de ellas la que cambió mi vida pero de una manera que no encaja en lo que me habían contado. Perder es siempre la primera parada de la victoria.
Recuerdo El día. Gwyneth releía las revistas del corazón buscando alguna crítica positiva. No existía tal cosa. Enfado y huida rápida. Bajé a por cereales para hacer tiempo. Mientras buscaba los que le gustan a Gwyneth me despisté viendo mi cara en una lata de Pepsi.
A Gwyneth le habían sacado un michelín en una portada de tirada nacional. Se fue a la cocina a contener su ira mediante una insalubre dosis de Special K y tranquilizantes. Puse música. War, ni más ni menos, en el estéreo. Un grito mudo me señaló furioso una caja de cereales de marca blanca. Antes de que pudiera hablar los altavoces escupieron un sonoro Qué Coño. Esa frasecita era la única que sabía de español y la usaba para vacilar a mi mujer con su pasado universitario español. Ella montó en cólera y se marchó a su habitación. Hizo las maletas. Se fue de mi vida.
Un tiempo después disolví Coldplay por despecho. Sin ella no tenía mucho sentido. Mis antiguos compañeros me insultaban enfurecidos y me llamaban moñas. Mientras, Gwyneth me desvalijaba social y económicamente. Incluso daba seminarios de sobre cómo arruinar al estúpido hombre de tu vida. Sus artimañas femeninas frutos de un rencor Special K hicieron mella en mi psique.
Comencé mi carrera en solitario con un disco muy sutil titulado Love her. La prensa captó la metáfora y volvió a rotular la palabra maldita en sus portadas. La moña del año, leí en el New York Times. Solo quería dormir y soñar con su tez morena y sus mechas de Park Avenue.
Mi casa era mi cárcel y mi balneario. Allí me encerré durante un par de años de visionados continuos de Shakespeare in love y mucho alcohol. Una mañana insulsa como todas las que me precipitaban sobre mi vida sucedió un hecho insólito. Bono me hizo una visita reveladora. Estaba metido en diversas estafas solidarias. Había recaudado mucho dinero para la causa de la pobreza en España con su lema Save Spain. La charla se transformó en un seminario de la maldad financiera muy interesante aunque el huracán Paltrow aún nublaba mi raciocinio.
Al despedirse me comentó que adoraba mis sillas de diseño escandinavo. Me hizo enviarle una a Madrid, a donde se mudaba como embajador de buena voluntad de la Marca España.
Me costó dormir aquella noche, no por los negocios turbios de Bono en España ni por su nuevo disco de U2, Alive in Spain. Aquello fue la semilla del bien en medio del huerto del mal. La bombilla se iluminó y grité desnudo por la ventana: ¡Voy a construir muebles de diseño gratuitos para la gente pobre del mundo!
Redacté una propuesta que hice llegar a mi amigo de parranda, Kofi Annan. Kofi todavía tenía mano en la ONU. Aun así, me dijo que esperase a tener apoyos financieros diversificados y algún rostro famoso dando la brasa en medios de comunicación. Además insistió en la necesidad de blanquear ciertos fondos para caridad personal, o sea para mi. Me pareció muy generoso.
Tres años después, me encontraba en Madrid perfilando los detalles de Un trono para todos. El gobierno español entusiasmado por la palabras de Bono me ofreció una recepción oficial con los codiciosos banqueros, empresarios y cabezas coronadas del país. Sólo querían dinero fácil. Me premiaron con un galardón a la excelencia innovadora en proyectos de ayuda humanitaria. Nadie había ido tan lejos. Está bien que la gente pase hambre o muera de SIDA o Dengue pero que tengas problemas de espalda era una crueldad.
Firmé muchos papeles, besé muchos culos y me hicieron cientos de entrevistas en programas infames. España me adoraba y logró que el mundo me viese como un benefactor antes que como el moñas de la Paltrow. Me animaron a grabar un disco fusión de flamenco. Fue horroroso. Durante la grabación del Clip de Morena opaca, el single que me daría la inmortalidad, comenzó una lluvia de granizo tan salvaje que terminó por derribar las angostas paredes de la cueva de Sacromonte donde se encontraba el equipo. Hubo dos muertos y se me acusó de gafe. Parecía que el cielo no quería que profanase el arte flamenco.
Decidí en ese momento dejar la música por completo y dedicarme exclusivamente a la filantropía. Recibía fotos de niños de todas las partes del globo con inmaculada sonrisa junto a la silla diseñada por mi. Aunque alguno de ellos se quejaba de lo incómodas que eran.
Todo fue plácido hasta que detuvieron a Bono en la aduana con dinero y papeles destinados a Suiza. En ellos contenía toda la fiscalidad de mi ONG y de sus actividades fraudulentas en España. En la cabeza de Bono no existía la solidaridad, únicamente había espacio para los francos suizos. A mi me detuvieron durante mis modestas vacaciones en Isla Margarita.
Me acusaban de quedarme con el dinero de una ONG estúpida que no había enviado ni una chaise longue a Andorra, un bello país pirenaico. Bono me la había jugado. Contraté a un letrado con mucha reputación y excesivos ceros en su viruta. Logró exculparme aludiendo estupidez y recordando que había sido capaz de deprimirme por la Paltrow. El juez no vio indicios de lo contrario. Bono fue condenado a 35 años de cárcel. Aún hoy lidera los ránkings de personajes más odiados y es uno de los motivos por los que se ha prohibido la solidaridad.
Tras el escándalo me quedé casi sin recursos. Opté por lo más sencillo. Elegí la redención. Busqué el albarán de la única chaise longue que envié a través de mi antigua ONG. El remite era de Uganda. Cogí una mochila con mis mejores camisetas, dos pantalones largos, dos cortos, un traje y tres camisas planchadas.
Viajar a Uganda no fue sencillo. Demasiados aviones en clase turista y un largo viaje en autobús me dejaron unas fiebres intensas que no se iban ni con los Mentos que llevaba en el bolsillo. A la entrada de la jungla fue cuando comenzaron las diarreas. Dos días saludando a la parca después llegué a Bwili, una miserable aldea sin wi-fi. Los lugareños reaccionaron extrañados cuando aparecí. En principio pensé que se trataba de mi fama pero enseguida me percaté que temían mi color de piel.
Traté como pude de integrarme cantando Paradise pero era complicado que supieran de qué se trataba. Encontré al crío de la foto y me contó que un blanco con gafas de sol horteras y melena se la había hecho. Debí imaginarlo. Bono, siempre Bono. Empecé a fabricar el mobiliario de la aldea con la exquisita madera que había en los alrededores. Ellos me lo agradecieron convirtiéndome en uno más.
En la comunidad hallé la respuesta que no me dio ninguna mujer. Y aquí sigo construyendo un lugar más digno para la gente a la que le han arrebatado la dignidad. Si os preguntáis si echo de menos el glamour, os responderé con una historia. Cada noche cuando los gorilas en celo procrean me viene a mi mente la voz de Gwyneth y me siento afortunado por todo lo sucedido. En la selva las hienas son más honestas que sobre el asfalto.
*El texto anterior se trata de un relato de ficción cuyo contenido no tiene por qué tener parecido alguno con la realidad… Simplemente, nos imaginamos un futuro inventado para artistas de actualidad, pero no pretendemos jugar a adivinos ni intentar adelantar lo que va a suceder en la vida del artista en cuestión. Sólo ficción, amigos… Próximamente, nuevas entregas de “Palabras del Mañana”