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London Calling: Malos tiempos para la gente corriente, Jarvis

Horas antes de que Blur anunciaran su nuevo disco, el primero en doce años, Jarvis Cocker se subía al escenario del Brixton Academy. No lo hacía para cantar alguna de sus canciones o para reunirse con sus viejos compañeros de Blur. La excusa era la gala de los NME Awards, premios que la mítica revista británica entrega cada año a sus favoritos de la temporada pasada. Cocker, pelo desaliñado, eterno traje oscuro a juego con sus gafas, presentaba el galardón a mejor banda novel, oportunidad que el de Sheffield aprovechó para hacer una defensa del presente. “Necesitamos gente haciendo música nueva, traspasando fronteras”, reivindicaba con vehemencia el músico. El gesto sonó sincero. Si no fuera porque un rato más tarde el propio Cocker recogía el premio a mejor película musical por Pulp: A Film About Death, Life & Supermarkets, el brillante retrato que Florian Habitch dedica a esa banda sencilla, pero con aspiraciones pop, que, como tantas otras nacidas al calor del britpop, se disolvieron como un azucarillo con el cambio de siglo.

No me malinterpreten. Cocker, a diferencia de otros músicos de su generación, ha sabido mantener un excelente nivel productivo con el paso de los años. Sus discos en solitario recogen el espíritu afilado pero sencillo de sus composiciones con Pulp y su programa de radio para la BBC se encuentra entre lo más jugoso del dial. Artista respetado por la industria, el año pasado fue invitado por el festival SXSW como ponente en una de sus habituales charlas, ocasión que el inglés aprovechó para hablar de su particular manera de componer, siempre con los pies en el suelo. Artista de pluma costumbrista y humor seco, las letras del de Sheffield siempre intentaron poner banda sonora a esa “gente corriente”. Sin pesimismos o reivindicaciones de folletín, más bien con la convicción de que allí yace una porción de felicidad que los tipos de las grandes mansiones nunca llegarán a descubrir.

A pesar de todo, uno no puede evitar pensar que algo de ese espíritu se ha perdido en el camino con el paso de los años. Cuando en 2011 Pulp anunciaron su primer gira en casi una década, muchos fueron los que desempolvaron su viejos discos de la banda. Jarvis Cocker acababa de cumplir 45 y buena parte de los que habían crecido con su música hacía tiempo que habían cambiado las noches sin final en los bares por un piso con hipoteca. Supongo que sí, estos tipos, seguían siendo gente corriente, tipos anónimos que seguían cantando con ironía aquello de “rent a flat above a shop, cut your hair and get a job”. Tipos que habían cumplido alguno de sus sueños y habían dejado el resto para una vida mejor. Tipos que no habían olvidado los tiempos difíciles, pero que habían encontrado en su empleo, su casa y su coche un remedio a todos sus males. Clase media, clase acomodada, nuevos ricos sin más religión que conservar su estatus.

Habrá quienes consideren que, visto lo visto, corren buenos tiempos para recuperar el discurso de Jarvis y compañía. ¿Tiene sentido seguir reivindicando una “clase diferente” -aludiendo al título del disco más celebrado de Pulp-? La ironía de las letras de Cocker sigue fresca, sí, pero sus palabras están condenadas a caer en saco roto. En estos tiempos de perfiles sociales e hiper-individualidades nadie quiere formar parte de la «gente». Y mucho menos de una que lleva por apellido la palabra “corriente”. Ni siquiera los artistas, antaño espejos de sus propias canciones, se amoldan a sus propias palabras. Jarvis Cocker ejerce de gurú cultural desde su programa de radio, élite de una clase que decide el hit parade semanal de lo que es y no es cool. Damon Albarn, valiente en sus incursiones en la música africana o en su más digerible proyecto Gorillaz, se junta con sus viejos compañeros de Blur para firmar un nuevo disco. Un álbum que, más allá de su posible calidad musical, suena a reencuentro de viejos amigos, capricho de aquellos que saben que, hagan lo que hagan, ya tienen al público ganado.

Algunos, no sin cierta retranca, se han aventurado a anunciar una nueva batalla en el seno del britpop ante la coincidencia en el calendario del elepé de Blur y el nuevo trabajo del ex-Oasis Noel Gallagher. Una guerra que, como aquella inventada a mediados de los noventa por la prensa británica, es pura fachada. Ni Blur eran representantes de la realeza londinense (Albarn siempre que puede recupera sus orígenes en el humilde este de la ciudad), ni Oasis tenían un corazón tan obrero como intentaron hacernos creer (Liam y Noel eran dos paletos de Manchester, pero nunca ocultaron su intención de ser estrellas del rock). Ni siquiera Pulp, la tercera vía del britpop, el altavoz de la gente corriente, la gente sin clase, sobrevivieron a su propio éxito. Hoy todos ellos, con más canas y arrugas, regresan a un mundo que parece haberse olvidado de aquellas peleas por ver quién encabezaba la lista de singles. Ellos, sin embargo, permanecen impasibles, como si sus canciones les otorgaran el preciado don de la eterna juventud. Malos tiempos para ser un tipo corriente, Jarvis.

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