Las comparaciones pueden ser odiosas. O una bendición. Puede que a estas alturas Jake Bugg se haya cansado de oír que su música bebe de las fuentes de Bob Dylan y el pop británico. En cualquier caso parece que la jugada le ha salido bien. Con unos sorprendentes 19 años, este jovenzuelo de Nottingham presume de nombre en la combativa escena musical inglesa, gracias a un debut insultantemente sencillo tanto en lo musical como en lo prosaico. Una historia que, en el fondo, repite la eterna parábola de la música en pleno siglo XXI: joven anónimo se convierte de la noche a la mañana en estrella. O en su versión más clásica y romántica: chico de provincias consigue hacerse un nombre en la gran ciudad gracias al boca al boca.
Le pasó a comienzos de siglo a los Arctic Monkeys y, en sus inicios, a Oasis; precisamente dos de las bandas que más han apoyado a Jake Bugg. Noel Gallagher, el que fuera guitarrista de estos últimos, ha sido uno de los mayores valedores del joven músico. También The Stones Roses, otra de las joyas de la corona del britpop, recientemente resucitados y que han invitado a Bugg a abrir alguno de sus últimos conciertos.
Rendida la realeza del pop britanico a sus pies, a Bugg sólo le faltaba pasar un último corte para confirmar que lo suyo iba en serio: un concierto multitudinario. La prueba llegó hace unos días en una de las citas importantes del calendario festivalero, Glastonbury. La cosa tenía miga, pues, con su actuación en la reciente edición, Bugg regresaba al sitio donde se había consagrado como promesa hace dos años. En 2011 la organización había apostado por él dentro de la programación de bandas y artistas emergentes, invitación que el británico aprovechó para demostrar su dotes de cantautor rock. Durante los siguientes meses su música circuló como un rumor, esperando a dar el gran salto, aunque no sería hasta un año después cuando sus canciones tomarían la senda del éxito.
Si esa primera actuación en Glastonbury le había dado entidad musical, su incorporación a la banda sonora de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012 le dio la notoriedad necesaria para dar el acelerón definitivo a su carrera. Y no sólo metafóricamente. Revisando los vídeos de la gran cita mundial del deporte uno puede ver al atleta Usain Bolt colgándose una nueva medalla olímpica mientras de fondo suena The Lightning Bolt (El rayo Bolt), canción firmada por nuestro joven protagonista . Impagable campaña de promoción.
A pesar de ello Bugg no parece muy dispuesto a convertirse en artista de un sólo éxito. A finales de 2012 el músico editó su disco de debut en el que, además del nombrado hit, se incluían otras trece canciones. La fórmula: pildorazos contruídos sobre tres acordes y baladas que recuerdan al Dylan de comienzos de los sesenta. Folk-rock de manual que no oculta sus deudas e influencias. En estos tiempos de profetas de la nueva ola y de novedades devoradas mes a mes, la propuesta de Bugg puede sonar anticuada. Incluso revival. Pero, ¿no lo era también el britpop?
Rebobinemos un par de décadas atrás. Durante buena parte de los noventa la prensa musical inglesa se enfrascó en una de sus habituales fiebres patrióticas. Cansados de los ambientes depresivos y las camisas de cuadros que llegaban desde el otro lado del Atlántico vía grunge, las portadas respondieron apostando por bandas como la ya nombrada Oasis o Blur. Grupos que, sin inventar nada, parecían inyectar savia nueva en el anquilosado panorama de las islas. Fueron años de declaraciones incendiarias, luchas infantiles por ver quién llegaba más alto en las listas de ventas y melodías para el recuerdo.
Por suerte, pasada la fiebre, muchos descubrieron que la cosa tenía más de broma que de auténtica batalla por el dominio del hit parade. No era sólo que el fenómeno Oasis se desinflara apenas dos discos después o que Radiohead renunciaran a sus esencias rock para mutar en vanguardia electrónica; sino que, como tantas veces, el soplo de aire fresco que prometía el britpop no era más que otro refrito del pasado reciente de la música británica. Para ser francos: Liam Gallagher nunca llegará ni a la altura del betún a John Lennon o a Ray Davies, aunque durante años haya intentado copiar cada uno de sus giros.
Ahora, esos mismos que encendieron la mecha se empeñan en seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro. Incapaces de salir de su propia trampa, los tabloides británicos insisten en buscar la estrella que sirva de nuevo buque insignia del imperio. Y en vapulear a todo aquel que se salga del renglón establecido. Si los dos primeros discos de los Arctic Monkeys fueron reverenciados como la promesa del nuevo siglo, su giro hacia el sonido más rocoso con Josh Homme a los mandos pareció caer en desgracia entre algunos. Idéntico resultado puede llegar a obtener el nuevo chico en la calle del éxito, Miles Kane. Arropado por muchos de los grandes nombres de la escena inglesa, su recién editado segundo disco sabe nadar y guardar la ropa, mantener ese toque fresco sin perder esa esencia retro, mantener la melodía pegadiza en primer plano tomando los riegos justos para no sonar repetitivo.
Por desgracia Jake Bugg no puede decir lo mismo. Mientras Alex Turner y Kane han sabido tapar sus vergüenzas como mejor han podido, Bugg aparece a pecho descubierto, mostrando padres musicales sin ruborizarse. Error de principiante en estos tiempos en los que la nostalgia parece estar mal vista a pesar de que, quien más, quien menos, la practica con cierta asiduidad. A este paso tendremos que escuchar a los Beatles en la clandestinidad, no vaya a ser que los guardianes de la modernidad nos amonesten por nuestro gusto anticuado.
Con las cartas sobre la mesa uno puedo tener la tentación de emitir un juicio rápido sobre el joven Bugg. Cierto es que su música resulta simplona, de fácil digestión, evitando florituras donde otros buscan el tirabuzón y el detalle. Pero no es menos cierto que, quizás por su falta de complejos a la hora de reconocer sus influencias, su voz suena auténtica, sin trampa ni cartón. Una música que uno puede mirar de frente sin miedo a que el reflejo resulte distorsionado. Fuera máscaras y disgresiones sesudas, aquí sólo hay lugar para las canciones. Celebrémoslo.