El viejo imperio británico ya no luce las galas de antaño. Lógico por otra parte. Por él han pasado gobiernos laboristas y conservadores, guerras de las Malvinas y revueltas callejeras. A pesar de ello, los habitantes de las islas mantienen, de una manera un tanto obstinada, su fachada limpia y regia. Poco importa que hace casi cuarenta años unos niñatos salidos de las zonas bajas de Londres se mofaran del centenario God Save The Queen. Poco importa que la primera mujer en presidir el gobierno se convirtiera en inspiración para el mayor florecimiento de la canción protesta que se recuerda en Europa desde hace décadas. Ahora que la Dama de Hierro, musa involuntaria de toda una generación, espera sepultura, uno siente cierta nostalgia de aquellos tiempos. Tiempos duros, sí. Pero no menos que los actuales.
Mientras unos reclaman mayor compromiso por parte de la aristocracia artística, la prensa británica sigue encerrada en su obsesión por encontrar el último hype. Hasta el bufón mayor del reino, Billy Bragg, conocido por su particular verbo afilado, tira de nostalgia y pule su propuesta en su último trabajo, Tooth & Nail ¿Quién enseña los dientes en estos tiempos oscuros? En los últimos días, más allá del rutinario rechazo a la figura de Thatcher, pocos han sido los músicos que han elevado el tono por encima de lo tolerado por la edulcorada opinión pública. Entre ese reducido grupo, Morrisey y Paul Weller, curiosamente antiguos líderes de dos de las bandas más críticas con el gobierno conservador de los ochenta: The Smiths y The Jam.
En 1979, año en el que la derecha regresaba en Downing Street, la primera generación del punk era ya historia. Los Sex Pistols se habían disuelto un año atrás y ese primer impulso autodestructivo, reflejado en la icónica portada del London Calling de The Clash, daba paso a un sonido más elaborado. También en lo que a las letras se refiere. La crisis ya no era cosa de pobres y trabajadores en los márgenes de la sociedad. El dolor había impactado en el ciudadano medio obligándole a posicionarse ante la barbarie. Sólo así se explica que el pop, habituado a vivir en un eterno sueño adolescente, decidiera dar un paso al frente.
Durante los años de thatcherismo las listas de ventas se vieron salpicadas por decenas de canciones que ponían el dedo en la llaga del gobierno británico. El hit más inocente podía llegar a convertirse en himno de la resistencia. Desde el golpe directo de los Newton Neurotics en Kick Out The Tories, pasando por el comentario ácido de Elvis Costello en Tramp The Dirt Down, cualquier composición tomaba forma de daga envenenada contra la líder del partido conservador. Incluso un riff tan aparentemente inocente y vitaminado como el de Going Underground de The Jam escondía una doble lectura. Mención especial para Margaret on the Guillotine, melodía de insultante sencillez que terminó ensombreciendo el resto del debut en solitario con Morrisey, provocándole algún que otro problema judicial.
Con la ventaja que da el tiempo, alguno podrá pensar que, en el fondo, de poco sirvieron estas salidas de tono. Habría que esperar hasta los años noventa para volver a ver un gobierno laborista en la Islas, algo que tampoco logró elevar la autoestima del melómano británico. En las radios, el soleado britpop se convertía en la respuesta al nihilismo grunge y la nostalgia por tiempos mejores volvía a tomar las listas de ventas. Mirándolo desde este punto de vista, uno hubiera preferido que la Dama de Hierro hubiera sido reelegida para una legislatura más. Al menos así, los escritores de canciones tendrían algo de lo que hablar más allá del manido “sexo, drogas y rock&roll”.
Y es que en el fondo, más allá del rechazo que aún hoy provocan sus políticas, Maggie consiguió algo que ningún otro político ha logrado en décadas: unir a toda la clase artística de un país contra un objetivo común. Y eso es algo que sólo podrían haber hecho los británicos. Como si de una cuestión de honor se tratara, el habitante de Londres, el de Liverpool o el de Edimburgo no puede morderse la lengua. La memoria del viejo imperio está en juego. Que no nos dejáis meter mano en vuestra iglesia, edificamos una propia; que un país reclama un puñado de islas al otro lado del globo terráqueo, nosotros sacamos a pasear a nuestra centenaria armada; que los norteamericanos inventan el rock&roll, nosotros inventamos el pop. Así y todo, esos dos grandes islotes han permanecido durante siglos en el mismo lugar, a mitad de camino entre Europa y la llamada tierra de las oportunidades. Será que, a pesar de sus millas y su Big Ben, siguen manteniendo algo del espíritu del viejo continente. “London calling to the faraway towns / Now war is declared, and battle come down.”