InicioOpinión – ArchivoLondon Calling: El grito radiofónico de PJ Harvey

London Calling: El grito radiofónico de PJ Harvey

Tom Waits sabía de lo que hablaba cuando situó su canción Strange Weather en el Londres húmedo y gris de las tardes de invierno. Aquella melodía cumple ahora 25 años de lluvia incesante, poniendo banda sonora a una ciudad famosa por su niebla y su eterno chapoteo. Quizás por ello resulta extraño que nadie hasta ahora se hubiera atrevido a emplearla como sustituta del parte meteorológico. Aquí esta la lluvia que anunciaron. Es la previsión de siempre” canta socarronamente Waits, riéndose del hombre del tiempo. Una carcajada que se repitió hace unos días en el programa matinal de la BBC Radio 4.

En su afán por cumplir su tarea como servicio público, la cadena británica abre sus puertas desde hace un tiempo a invitados de postín para que tomen las riendas de alguno de sus programas. Es el caso del noticiero de la emisora BBC 4, que desde hace diez años elige a una serie de personalidades para que ejerzan de editores por un día. Hasta la fecha la lista de invitados incluye desde políticos o académicos hasta directivos de grandes compañías, cómicos o, incluso, la mismísima Duquesa de York. Tampoco han faltado representantes del mundo de la cultura, con especial predilección por músicos y artistas de la canción. Thom Yorke, Damon Albarn, Jarvis Cocker (sí, aquí, como en otros ámbitos, la sombra del britpop sigue siendo alargada) y hasta aquel músico convertido en mesías llamado Bono figuran ya en el libro de visitas del programa. Una saga que tuvo su último capítulo hace tan sólo unos días con PJ Harvey.

Desde que editara Let England Shake, hace ahora dos años, la artista británica ha ido aumentando poco a poco su perfil más social y político, consciente de que los tiempos reclaman un paso al frente. Aquel disco, cargado de alabanzas por parte de crítica y público, pintaba un fresco en el que la guerra y la pobreza campaban a sus anchas por la campiña inglesa. Un escenario que parecía de ciencia ficción en aquella Gran Bretaña feliz y próspera, capaz de sortear la tormenta financiera mientras, al otro lado del canal, sus vecinos europeos sufrían ya los efectos de una crisis que, a estas alturas, amenaza con convertirse en el pan nuestro de cada día.

Caprichos del destino, el tiempo terminaría dando la razón a la artista y en pleno verano de 2011 estallaban en el sur de Londres los mayores disturbios que se recuerdan en la ciudad en décadas. Un polvorín violento, cargado de rabia juvenil, al que parecían poner banda sonora las viejas canciones de The Clash. Londres llamando a los pueblos lejanos ahora que se ha declarado la guerra y la batalla se acerca” cantaba la banda en 1979. El espíritu punk parecía vivo en pleno siglo XXI, a pesar de que las nuevas generaciones hubieran cambiado sus ajados vinilos de los Sex Pistols y Joe Strummer por los raves hasta altas horas de la noches y los beats electrónicos saliendo de los altavoces de su iPhone.

Por desgracia, aquel grito de socorro terminaría cayendo en saco roto (ya lo dijo el sabio, la historia está condenada a repetirse). Los coches quemados y las aceras calientes darían paso al júbilo por unos Juegos Olímpicos que, como bien sabemos, se han convertido en el mejor antídoto para tapar las vergüenzas de gobiernos y políticos. Las llamas que provocaron el incendio de 2011 (desigualdad, marginación, descontento con la clase política) acabarían enterradas entre confeti y celebración bañada en oro, mientras la opinión pública británica olvidaba los pecados de su gobierno. Tiempos difíciles para nadar a contracorriente.

Tanto que, cuando el pasado jueves los oyentes del matinal de la BBC4 escucharon una pieza en la que se acusaba al Príncipe Carlos de haber participado en negocios relacionados con la venta de armas, no fueron pocos los que torcieron el gesto. Durante las siguientes dos horas de radio también hubo tiempo para recordar la participación británica en Iraq, el escaso apoyo que el gobierno da a sus veteranos de guerra o hasta para convertir a Tom Waits en hombre del tiempo por un día. Como una versión radiofónica de aquel fresco musical titulado Let England Shake, PJ Harvey sacudió la opinión pública con sus relatos de una guerra silenciosa, de la que ya nadie parece querer hablar.

Como era de esperar, las reacciones no tardaron en saltar a unas redes sociales siempre dispuestas a la confrontación. Entre la selva de comentarios y opiniones se pudo leer incluso a algún político sacando los pies del tiesto. Sin duda el alegato antibélico de Harvey había escocido en ciertos sectores del partido laborista, que acusaban a la artista de haberse escorado demasiado a la izquierda. ¿Joan Baez interpretando Johnny I Hardly Knew Ye? ¿Poemas firmados por el cantante protesta Woody Guthrie? Y la gota que colma el vaso. La aparición de un Julian Assange que todavía levanta ampollas entre muchos de los aliados de la superpotencia norteamericana. Demasiado material corrosivo para un oyente acostumbrado a que le den las noticias masticadas, listas para ser digeridas y olvidadas al día siguiente.

Sin duda, el programa de Harvey no será de los que se borren fácilmente de la memoria. La capacidad de la cantante para convertir un noticiero en lugar de confrontación sorprende en estos tiempos en los que cualquier titular se disuelve al instante en la maraña de tuits y retuits. Especialmente si hablamos de la BBC, envidia de cualquier cadena pública a nivel mundial gracias a su escrupulosa defensa de los hechos. Sí, puede que el noticiero de PJ Harvey no pase a los anales de la cadena como el más neutral de su historia. Sin embargo, confirma algunas verdades que parecían haber sido enterradas por el discurso oficial.

La primera que, no, la radio nunca estuvo muerta. En plena era de la interacción y la multipantalla sigue habiendo hueco para los viejos transistores de nuestros padres y abuelos. Más si cabe si se siguen destilando programas de calidad como los que emite la cadena pública británica. El hecho de que se atrevan a invitar a una figura como PJ Harvey, conocida por su pública oposición a cualquier conflicto bélico, demuestra que todavía existen directivos valientes, sin miedo a una clase política cada vez más alérgica a la opinión divergente.

La segunda, que sigue habiendo voces comprometidas en la escena musical. Frente a aquella verdad extendida que acusa al gremio artístico de haber mirado hacia otro lado frente a esta crisis, todavía hay músicos que creen en la canción como vehículo de expresión y no como simple moneda de intercambio. Entre ellos Harvey que, tras la publicación de su último trabajo, ha tomado como suya la tarea de concienciar a un país demasiado próspero en lo económico como para reconocer sus propias sombras políticas. No, Inglaterra no es la tierra prometida que nos venden cada día en el boletín de las 3.

spot_img