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Two Gallants regresan del ostracismo presentando nuevo disco en la sala Moby Dick

Fecha: 9 de Julio de 2011

Lugar: Sala Moby Dick (Madrid)

Tras cuatro años de inactividad, el regreso a los escenarios españoles de una banda tan intensa y especial como Two Gallants fue encajada por los fans como uno de los grandes e inesperados obsequios que depara este año. Resultaba irritante este prolongado mutismo tras las exhibiciones que Adam Stephens y Tyson Vogel ofrecieron en aquel inolvidable 2007. Rememoremos: dos maravillosas obras (The Scenery Of Farewell y Two Gallants), una explosiva actuación en el Azkena Rock Festival donde se merendaron a la inmensa mayoría del cartel, Tool y Quique González incluidos, y una gira por salas donde pocas veces se pudo percibir más hambre y fuego sobre un escenario. Stephens y Vogel parecían poseídos, en trance, perpetrando sus actuaciones como si el mundo fuera a acabarse tras cada último acorde. Las astillas volaban de las baquetas, el público se contagiaba y se dejaba llevar por el huracán, en algún lance de su concierto en El Sol llegó a haber incluso una ardiente pelea en mitad del fragor de las primeras filas… en fin, una experiencia ensoñadora, irrepetible. Uno de los acontecimientos de la década, sin duda. Si algunas voces apuntan a que el reciente concierto de los Foo Fighters ha sido el mejor show de musical del siglo XXI, permítannos sumarnos al festín de hipérboles y alborozo. Two Gallants son uno de los pocos grupos que verdaderamente importan, trascienden y sacuden las entrañas hoy en día.

Pues bien, acometer esta crónica, la de su paso por la madrileña sala Moby Dick, se antoja una tarea incómoda. Y no es capricho de fan exigente o terriblemente nostálgico, aunque quizá algo de ello haya, sino una consecuencia lógica tras presenciar un concierto extraño, irregular, áspero, donde el primero que no pareció fluir del todo fue Adam Stephens. Podríamos confabular sobre los motivos, el sonido de la sala fue demasiado grueso y saturado, muy duro en ocasiones; el público pareció contagiarse del tétrico emplazamiento (La Castellana, Santiago Bernabéu) y se comportó con irritante asepsia e higiene, con desconcertante pasividad. También sonaron demasiadas canciones que la gente no conocía, correspondientes al anhelado disco que publicarán en breve, más o menos la mitad del set list. Por aquí podríamos encontrar alguna pista que ayude a desentrañar el misterio, pero el caso es que la energía, el intercambio de vibraciones entre dúo y audiencia y la sensación de calidez y voltaje no existieron en la misma medida que hace cuatro años. Dicho lo cual, el concierto fue más que digno, no fue un chasco, en absoluto. Para empezar, Marcus Doo & The Secret Family, los teloneros, cuajaron un aperitivo tan modesto como bonito. Doo aseguró que, pese a la ausencia de batería, le iba a poner «ganas», y cumplió con su palabra. Temas de folk bellos y atmosféricos, donde destacó una embriagadora y ajustada versión de Tecumseh Valley de Townes Van Zandt.

A continuación, los protagonistas de la velada, los dos amigos de la infancia de San Francisco, con sus estampas austeras, firmes y adustas, con sus barbas pobladas, emergieron. Como dijimos, abusaron de su inminente obra, pero los nuevos temas sonaron en la onda tradicional de Two Gallants, con esa irresistible combinación de delicadeza folkie, violencia punk y angustia grunge. Y hay que reconocerles que, aunque el concierto no fue muy largo, no llegó a la hora y media, la elección de temas fue certera. Steady Rollin’, la primera que fue vitoreada, hasta cierto punto, por los asistentes, con ese desarrollo tan descarnado e hipnótico, tan marca de la casa. Y así, hasta el final, combinándose con las composiciones inéditas, cayeron delicias como Despite What You’ve Been Told, Las Cruces Jail, The Deader, la sobrehumana The Hand That Held Me Down o Nothin’ To You. En esta última, la incomodidad de Stephens fue palpable, llegándola a detener a la mitad, aparentemente por problemas de afinación de la guitarra, con la mirada atenta y un tanto apocada de Vogel, que trataba de ajustar sus aporreos a la batería a las imprevistas circunstancias. El bis lo coronó una preciosa, y en formato acústico, Seems Like Home To Me. El público, que había entrado en calor, siempre entre comillas, siempre con reservas, pidió con buen criterio proezas de su discografía como Crow Jane o Fly Low Carrion Crow, pero la pareja ignoró las plegarias y se marchó sin muchos aspavientos, sin excesivas muestras de gratitud, con corrección, con discreción. Y ahora, si uno se pone severo, si uno colocó en un pedestal lo de hace cuatro años, el recuerdo de este concierto, quién sabe, bien podría amenazar con marcharse así de la memoria en breve.

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