Lugar: Sala BeCool (Barcelona)
Fecha: 13 de noviembre del 2012
Reconozcámoslo: la razón de que las voces de Kip Berman y Peggy Wang-East queden tan enmascaradas bajo capas y más capas de electricidad es porque se trata, indudablemente, de su punto débil. Hacer de esa debilidad una marca de la casa, reconocible y vendible, es todo un talento, y muestra fehaciente de su perspicacia, de la que ya podíamos sospechar en sus melodías pegadizas. Si, además, en directo tienen la decencia (no como otros) de no hacer alardes innecesarios y canalizar sus esfuerzos en compactar el grupo, y a partir de ahí canalizar los esfuerzos en dotar a ese noise-shoegazing (ya sin mirarse tanto a los zapatos) de energía tardoadolescente con rotundidad, brillo, brío y urgencia, tenemos caballo ganador por mucho tiempo.
Pero no todo son parabienes. Quizá sea el rodaje (insisto: se los ve/oye como banda mucho más conjuntada), o quizá, como los mejores artistas, den lo mejor de sí mismos cuando las circunstancias los costriñen: sitúen a los cincopains originales en el minúsculo escenario de la BeCool (más de una vez se vio a Chrisptoph Hochheim apoyándose en la pared, arrinconado), añadan el retraso de más de hora y media con respecto al programa, aderézelo con un Kip Berman algo desgañitado, y oigan, en un set de apenas doce canciones (recordemos: para un grupo de noise-pop, la media es de tres minutos por canción, siendo generosos) se encontrarán con el que haya sido, seguramente, el concierto más vibrante de todos los ofrecidos en esta ciudad.
Posiblemente el retraso les hiciese desbrozar el repertorio e ir a tiro hecho: aparte del trío ganador del último disco, Heaven’s Gonna Happen Now, Belong y Heart in Your Heartbreak, disparadas nada más comenzar, el resto se centró en el álbum de debut (grandes versiones de Young Adult Friction y This Love is Fucking Right!) y en la presentación en la Ciutat Comtal del nuevo tema Until the Sun Explodes (muy celebrado por la parroquia), ya en la recta final de un concierto cuya intensidad hizo olvidar su brevedad.
Sin embargo, para una banda tan querida y tan mimada, en ocasiones alarma comprobar que tardan un rato en conectar. Quizá esa jovialidad que transmiten también incluya, no sé, cierta timidez, cierto titubeo a la hora de afianzarse, como si no acabasen de creerse que, hey, son The Pains y el público tiene ganas de entregarse. Pero, en el fondo, ese encanto debe de ser el que hace que se les perdonen, una y otra vez, sus debilidades.
Unos tres cuartos de hora antes abrieron fuego los llobregatenses Dulce Pájara de Juventud. Si hablamos de flaqueza vocal, Dulce Pájara ayudó a valorar mucho mejor a The Pains La mezcla de los micrófonos tampoco ayudó mucho a estos jóvenes, a los que hay que valorar la valentía de su apuesta, una amalgama de noise, psicodelia, avant-rock y un largo etcétera de influencias que, por acumulación, acaba por apabullar al espectador, como uno de esos dulces borrachos tan empalagosos que no eres capaz de repetir por mucho que te gusten. Un discurso más depurado y concreto puede darles un justo reconocimiento, puesto que las bases las tienen bien asentadas. A destacar la contundente sección rítmica, y sobretodo (debilidad instrumental de este redactor) al trabajo de la bajista, que en momentos recordaba a la mejor Kim Gordon cuando superaba el aullido de las guitarras. Un grupo a seguir de cerca.