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The New Raemon se llena de gracia en la sala El Sol

THE NEW RAEMON

Tal vez no sea la banda más memorable del momento en nuestro país, seguramente tampoco la más personal, pero sí es una de las más consecuentes. Sin la sensiblería impostada de otros y, del mismo modo, a mucha distancia de la asepsia estandarizada de ciertas bandas impronunciables, The New Raemon poseen una clara virtud: definen a la perfección los claros y oscuros, los dioses y monstruos que acompañan al ser humano. Y lo hacen diseccionando las miserias del día a día, las angustias del contradictorio y desubicado hombre occidental, sin apelar a estridencias dramáticas, a énfasis existenciales y solemnes, sino más bien barnizando sus canciones con un sano y lúcido sentido del humor, con una necesaria distancia desmitificadora, con espíritu crítico, incluso. Pero siempre con el corazón en la mano.

Así, a medio camino entre la turbiedad narrativa de los últimos Standstill, el Fernando Alfaro más vitriólico y el Nacho Vegas más irónico, y aderezado con ecos musicales a Madee, la antigua banda de Ramón Rodríguez, esta banda catalana se encuentra en uno de sus momentos más reconocidos y elogiados con su cuarto disco, Tinieblas Por Fin. Una abarrotada Sala El Sol este jueves, día laborable, dio fe de las pasiones y complicidades que despierta Rodríguez y los suyos. Y el concierto, en algunas de sus fases, cargó de argumentos para defender con toda la vehemencia posible a The New Raemon.

Su flamante obra, entrando ya en materia, tuvo un protagonismo absoluto durante la velada. Galatea y Marathon Man irrumpieron en los primeros compases, y pese a que las sutiles aportaciones de viento y cuerda de los numerosos intrumentistas que atestaron el pequeño escenario del recinto dieron un agradable sabor a las composiciones, se echó en falta un poco de intensidad, de fuerza, tanto en el sonido como en la ejecución. Con Risas Enlatadas y Lo Bello Y Lo Bestia el ambiente comenzó a caldearse y los ojos de Ramón a inyectarse de sangre, hasta que descerrajó la excepcional Consciente Hiperconsciente, con esa atmosférica y arrastrada melancolía que la envuelve, y desde luego firmó un clarísimo punto álgido del concierto.

Libre Asociación, penúltimo álbum, fue seguramente el disco que más reforzado salió, el que dejó los episodios más sentidos y perturbadores de toda la actuación. Los dos primeros fueron poco reivindicados, y el último propició algún momento con poco fuste (La Casa Abandonada, Grupo De Danza Epiléptica, Devoción), pero el penúltimo confirmó que el fan de Sidney Lumet, portentoso director de cine al que elogió con mucho acierto y buen gusto antes de acometer La Ofensa, poquísimas veces había mostrado tanto al mundo su vulnerabilidad e inspiración. Tal vez nunca. Y no con Verdugo precisamente, que no sonó especialmente convincente ejecutada con una simple guitarra acústica, sino por la dolorosa e hipnótica Llenos De Gracia con que se descolgó para cerrar el bis. Allí, colocando la guinda más bella posible, y con algunos de los asistentes palpitando más que nunca, Rodríguez hizo sonar las trompetas del infierno, del suyo, y evidenció que es muy probable que no haya una canción en todo su repertorio donde se vacíe y se desangre más, donde eleve y sublime más el crisol de tormentos, confesiones, comicidades y ajustes de cuentas con uno mismo que articulan toda su dilatada y honesta carrera.

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