Ladies and Gentlemen We Are Floating in Space se publicó en 1997 y llegó a mis manos en una fecha indeterminada para mi memoria. Si bien las primeras escuchas fueron a trompicones, meses después ese disco pasó a convertirse en un extraño nexo entre el postrock y Manta Ray. Una banda sonora que me acompañó, junto a otras, durante años. Muchos años. A partir de cada nueva entrega de Jason iba descubriendo a un compositor mayúsculo y arriesgado. Capaz de arruinarse y redimirse en lo económico y en su relación con las drogas en un extraño equilibrio. Extraño, si pensamos que él fue parte de Spacemen 3, una de las bandas que en mayor o menor medida metieron eso de la psicodelia en una época en la que todo lo referente a ese género era denostado. Tipo contracorriente y de limitado talento vocal, la espera para verle en directo ha durado casi 20 años.

Tanto porque no se ha acercado a Bilbao mientras yo vivía allí (o al menos que sea yo consciente), y tanto porque, una vez estando en la ciudad del Primavera Sound, me he negado a verle en un festival. Sí, con 20 años me hubiera dado igual, pero una vez inmerso en su música, me niego a compartir ese momento con un número de personas elevado que no tengan ni idea de qué o quién está tocando en el escenario mientras suena el enésimo proyecto de Mr. Spacemen. Porque de Jason me gusta hasta esa improvisación que editó en horas bajas (Guitar Loops) allá por 2006. Sí, hasta los créditos me parecen bien. Es lo que hay, soy un convencido por la causa.

Frente a ese panorama me fue imposible esquivar adquirir mi entrada para su directo en las primeras horas (tú lo haces para la banda tal, yo para Spiritualized) y unas horas antes del concierto, revisar qué repertorios está haciendo y con qué formato. No suelo hacerlo, pero claro… por un lado me había encontrado con un setlist de no menos de 17 canciones, cosa que cuadra ya que han confirmado que no habrá teloneros/as. Por otro lado, a veces las producciones de las giras en Estados Unidos, Europa o Asia son diferentes a lo que nos traen por aquí. Si coincidía con lo que había visto, estaríamos ante una obra mayúscula sea con formato «rock» o con esa coral en la parte alta del escenario. Eso sí, no he querido escuchar apenas su nuevo trabajo, prefiero que me lo cuente/cante en persona. No he querido abusar y llenar mis auriculares estas semanas con sus canciones en eso de «aprenderme la lección«.

Sus discos me han acompañado en momentos tan personales que no se trata de ser el/la más fan, simplemente, por suerte, llevo casi 20 años escuchando su música y esa frágil voz e inimitable forma de cantar. Llevo 20 años buceando en sus combinaciones de músicos, sonido y pedales. Su silla, sus gafas, su camiseta blanca, sus pasos temblorosos sobre las tablas. La vida a veces puede ser una página demasiado intensa como para querer compartirla al lado de personas que no saben que estuvo casi muerto (oficialmente) y que podría haber muerto (en numerosas ocasiones), pero sin saber muy bien por qué él siguió cogiendo una guitarra y una púa para escribir algunas de las más bellas canciones que serán nunca escritas desde la honestidad de quien ha perdido todo en más de una ocasión. Hasta la fe en sí mismo. Indagando, porque el ser humano debería ser curioso por naturaleza me encuentro que dentro de los repertorios hay tres bloques: una primera parte con cuatro o cinco canciones reconocibles, una segunda parte en la que toca el nuevo álbum y, si cuadra, un final de fiesta recurriendo a algunos clásicos de nuevo. Es decir, una auténtica exquisitez en la que vamos a encontrarnos inmersos en un disco recreado por su propio autor una vez todo suene en su sitio para, en la recta final, dejarse llevar. Porque no hay otro modo de escuchar su música, porque él mismo es incapaz de ejercer de mercenario de sus letras.

Tras estos preparativos, llegó el momento y nos juntamos una cuadrilla que llamaré The Gang a partir de ahora. Heterodoxa, pero con las ganas y nervio compartido rápidamente me di cuenta que iban a ser unos/as grandes compañeros/as de viaje. Y así fue. Pero es que así fue en el 99% del público congregado ese viernes a las 21:00.

La banda salió al escenario dejando a Jason en un discreto segundo plano. Sus pasos eran calmados, un breve saludo y tomó asiento, porque lleva más de una década sentado frente a sus pedales dando el perfil al público. La disposición fue con dos guitarristas obreros, teclista y bajista a la izquierda y tres coristas y Jason a la derecha. Partiendo la escena la batería, es decir, cuatro, uno, cuatro. Importante que desde su ubicación Jason se ve arropado por las voces espirituales negras y puede marcar al dúo de guitarristas si seguir o dar una vuelta más por esa suerte de desarrollos que antes loopeaba y controlaba él y ahora deja espacio para que la banda se luzca en aras de la canción. Que Jason ha cedido su ego es claro a estas alturas y el resultado es espectacular ya que el conjunto se mostró brillante en demasiados momentos como para no recordar su actuación como una de las más impresionantes demostraciones de destreza y alma que podemos ver en directo. El sonido de la sala respiraba expectación y es que, tras una intro temblorosa de Hold On se arrancaron con Come Together. Aún se eriza la piel de mis brazos, una demostración de fuerza de tal magnitud, en este caso acompañado por un sonido que aportaba óxido al resultado frente a la pulcritud cristalina del pop fue perfecto para alguien que ha visto la muerte, la ruina y la desesperación con la misma fortuna que las mieles del reconocimiento de los medios especializados. Sin duda, pese a lo que en un principio podía parecer que jugaría en su contra, una sala con sonido más punk no deslució los momentos más pausados y en cambio jugó muy a favor cuando tensaban el fuzz y volaban como sólo ellos saben. Shine a Light dejó pasmado al respetable que no había querido curiosear los setlist de otros conciertos. Sí, Mr. Spacemen parece estar en una gira de despedida con este And Nothing Hurts y su comienzo de directo sirve para calentar, para recordar quién es y para después compartir su nueva obra al completo en vivo. Porque su nuevo disco está a la altura del aclamado Ladies and Gentlemen y eso lo perfila como uno de los aspirantes a disco del año. Stay with me, Soul on fire y Broken heart nos dejaron en un estado de satisfacción absoluta. Perfectamente empastados con cierto margen de caos, con sus guitarristas puliendo arreglos y punteos incesantemente, con una sección rítmica que, sin gestos, pasaba de lo sutil a lo contundente y esa suerte de coro celestial, las teclas y la aportación de Jason en sus textos y texturas fue un auténtico decálogo de lo mejor de su carrera. Esa vena en el cuello cuando subía de tono en mitad de la tormenta nos mostraba a la persona al límite. En su caso, superado por su propia creación. La batalla estaba siendo dura hasta para un ex-Spacemen 3 como él. Sólo ese primer tramo sería algo que firmaría buena parte de la mediocre escena postrock de tercera generación que usa los saltitos y cierta actitud futbolera para suplir su falta de ideas.

Y ahí vino lo que nos hizo darnos cuenta de lo que Jason busca con este repertorio: su nueva obra está a la altura de sus mejores canciones. Ni un solo minuto sobró de lo que vino posteriormente. Hubo guiños internos, a los Floyd, al sonido Canterbury, a las Islas y claro, todo sazonado con alma. Otros tres cuartos de hora de vaciado y extenuación, de contención, de dinámicas y barullos jazzeros controlados anárquicos. De voces finas, blancas y negras. De armónicas, slides, delays y trémolos. De fuzz, de marshall. Inenarrable el sopapo propinado ya que su nuevo cancionero tiene cierto aspecto positivo que aún dudo si entender como redención, postulado o despedida. Sea como fuere, los naranjas, verdes, morados e incluso lo cristalino, no quedan nada deslucidos frente al azul de la primera parte. Por cierto, muy interesante el trabajo desde luces, sencillo, sobrio y sobre todo, sin distraer de lo realmente importante. La música. Por momentos me pareció sentir que Jason ha decido retomar lo mejor de la música británica y pasarla por su filtro y le ha quedado de diez.

Y llegó tras el final del concierto al uso algo que no puede pasar desapercibido. La energía de Pierce al levantarse y aplaudir en mitad de una de tantas ovaciones estruendosas tras los respetuosos silencios. Quizá agotado en lo emocional tras vaciarse durante más de hora y media sin parones más allá de un cambio de guitarra, su sonrisa era sincera, pero la energía de sus palmadas era muy débil. Frágil, quizá demasiado hasta para lo que nos tiene acostumbrados/as.

Abandonaron el escenario hasta que volvieron para hacer un bis que recortaron frente a otros conciertos para acabar con una emocionante y convincente Oh Happy Day como broche a una noche de diez. Sí, quizá sea una despedida de Spiritualized, del público o de la música, pero querido Jason el mundo es un poquito mejor gracias a tu talento. Que te quiten lo bailao. Me quedo con tu sonrisa del final, con esos aplausos vitales y agradecido mirándonos satisfecho tras un bis mágico. Me quedo con ese «mereció la pena todo«. Si te vas, no dudes que te echaremos en falta.