Nada en LCD Soundsystem fue lo que se dice típico: James Murphy, la rockstar improbable, el abuelo del rock, no imaginaba que su debut en largo, el homónimo LCD Soundsystem (DFA Records, 2005), cuando contaba ya con 35 años, iba a marcar un punto de inflexión de tanto éxito en una carrera que, para los cánones actuales, empezó «demasiado tarde».
Polifacético, inquieto e impulsor de innumerables proyectos (entre ellos, y quizá el más importante, la fundación del sello discográfico DFA Records junto a su socio Tim Goldsworthy, que cobijó entre sus surcos los primeros trabajos de The Rapture, Out Hud, Hot Chip y !!!, entre otros), ya mostró signos de cansancio durante la grabación del tercer y último disco de la banda, This Is Happening (DFA Records, 2010), dejando constancia en las redes, con aguda ironía (como en buena parte de su lírica), de lo engorroso que le resultaba la rueda del rock (grabar, promocionar, salir de gira). Y, a pesar de todo, grabó el disco más compacto y certero de una tríada que, poco después, resultó ser el canto del cisne de LCD Soundsystem.
James Murphy se había hartado, y decidió poner punto y final a la carrera de la banda antes de alcanzar el estrellato. Antes de que se le escapase de las manos.
Esta es, pues, la historia de un hombre que decide sacrificar su más preciada creación por integridad. La historia de un hombre que escribe la crónica de una muerte anunciada, controlando milimétricamente cada paso, hasta llegar al punto de planificar el funeral más suntuoso que se haya visto en la Gran Manzana, un canto del cisne que hizo un sonadísimo sold-out en el Madison Square Garden de la Gran Manzana (y cuatro conciertos previos que Murphy para reventarle los planes a los reventas que acapararon parte del papel de la fecha de la despedida definitiva).
Esta es una historia que empieza justo en el momento en que la fiesta acaba, los miembros de la banda y los amigos (entre ellos, Arcade Fire y Shit Robot) se abrazan y se despiden. Una historia que se desarrolla en tres líneas temporales: la recreación de una entrevista con un periodista de The Guardian donde el entrevistador va profundiza en el amor de Murphy por la música y en las auténticas razones del adiós; la del día siguiente, en la que el sol sigue saliendo por el horizonte, el Metro sigue cruzando Nueva York y el trabajo en DFA debe continuar; y la de la fiesta, el concierto, el funeral.
Aunque el tono del documental, que no escatima recursos en la grabación del concierto, se acerca bastante a la indulgencia, en él se destila, igual que en las canciones de LCD y en el talante de su cabeza visible, esa visión distanciada y cínica bajo la que reside una mirada escéptica, a medio camino entre la melancolía y el desencanto. Bajo la apariencia de fiesta, los beats propulsaban auténticas cargas de profundidad. Si no, pinchad en casa Losing My Edge, North American Scum o Movement, y prestad atención a las letras. Por eso LCD Soundsystem caló tan hondo, por eso su base de fans fue tan transversal y tan variada.
Algo de esa visión se contagia en la cinta de Dylan Southern y Will Lovelace. Al fin y al cabo, ellos rodaron horas y horas de metraje sin imponer condiciones, sin planificar poca cosa más que rememorar aquella entrevista, buscando el retrato de Murphy. Pero éste es, en parte, esquivo, al igual que su música, que sus letras, que su talante. Shut Up and Play the Hits tarda en llegar a lugares íntimos. Como crónica es correcta; como montaje de (parte de) un concierto (que el tiempo dirá si fue mítico; yo me inclino por afirmarlo), realza y transmite la fuerza de un electropunk certero, contagioso y de qualité. Sin embargo, el artificio se resquebraja en contadas ocasiones: James Murphy, solo ante los instrumentos almacenados al día siguiente; en taxi por las calles de esa New York, I Love You but You’re Bringing Me Down; a solas mientras el resto del grupo celebra el final de una etapa y el inicio de algo que ya se verá qué es.
Para los que querían rememorar todo el concierto, los directores anunciaron una versión de más de tres horas, pues para la versión comercial, presentada en el Beefeater In-Edit, tuvieron que dejar fuera muchas de ellas, a la vez que querían mostrar las canciones más emblemáticas, que no los grandes éxitos. Para los que esperan de un documental de estas características una mayor introspección, recomendarles una lectura entre líneas que, aun así, puede resultar escasa. O acallada por el sesgo autopromocional. Vaya usted a saber.