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Shearwater: Postales paradójicas

Shearwater en La[2], Barcelona

Fecha: 16 de noviembre de 2012
Lugar: La[2] (Barcelona)
Fotografías: Álex Vidal

He aquí la paradoja: Estás frente a un grupo soberbio, técnicamente impoluto, de sonido ampuloso, barroco, bello, muy bello; Jonathan Meiburg hace gala de una simpatía muy natural, muy cercana, al tiempo que arranca maravillosos acordes a las seis cuerdas y es capaz de trazar hermosas florituras vocales. Una tras otra, desgrana las canciones del esplendoroso Animal Joy (Sub Pop/Everlasting, 2012), que en una sala a poco más de cuarto de entrada deambulan en libertad, se extienden y se expanden y convergen en un tsunami de texturas folkeléctricas que quitan el aliento. Uno queda abrumado enseguida por esa poética cuasi pictórica de Shearwater en directo, esas postales de un mundo salvaje, hermoso, en continuo conflicto y lucha contra el hombre… y antes de los bises uno ya está pidiendo la hora, pensando en los planes que lo esperan al acabar el espectáculo.

Intentemos, pues, encontrar cuál es el elemento que desentona en el conjunto.

 

Podría ser que la ambición de Meiburg, que decidió en 2008 dejar Okkervil River para centrarse en el proyecto que fundó junto a Will Sheff, le haya hecho perder la perspectiva en la composición. No tendría por qué ser cierto: Rook (Matador Records, 2008) y The Golden Archipelago (Matador Records, 2010) han cimentado el éxito de Shearwater apuntalando ese folk ambicioso, que camina cerca del americana, pero que este Animal Joy ha acelerado en pulsaciones y ha revitalizado con garra eléctrica. No parece ser este el problema, pues. Aparte, si alguien quería sentir esas descargas adrenalínicas más rockeras, encontraría en Animal Life, Pushing the River y Star of the Age, por nombrar solo unas pocas, motivos para arrancarse la cabeza a bandazos.

Quizá sea este factor, el de la energía, el que ha retorcido unas composiciones que tendían a ser intimistas; pero el volumen y la electricidad, al contrario, pueden dotar de un mayor impacto a la narración, como muchos otros grupos han sabido demostrar, así que podemos descartarlo. ¿Quizá no saben trasladar el ambiente al escenario? Tanto las nuevas canciones como las miradas al pasado fueron ejecutadas con brío y talento, sin pérdida de matices o, en todo caso, añadiendo una dimensión orgánica que la frialdad del láser (o incluso de la aguja de diamante) no transmiten. Entonces, ¿qué fue lo que pasó? Porque algo quedó claro desde el principio: fue un buen concierto, un muy buen concierto, pero no fue un concierto excelente, memorable, de los que dejan huella. En algún punto quedó claro que pasaríamos un buen rato, que estábamos ante unos grandes músicos, que Meiburg imprime una personalidad única a sus canciones, pero no hay material que rompa, rasgue y enamore. Todo es correcto, nada desentona, pero acaba siendo monótono, aun a pesar de que pocos fueron los momentos de calma, e incluso las canciones más delicadas, como You as You Were y The Snow Leopard, quedaron algodonadas ante una épica no tan exagerada como la de Arcade Fire, pero tampoco tan polifacética y rica como la de la banda hermana Okkervil River.

Con todo, no se trató de un mal concierto, ni mucho menos; y, desde luego, no merecían una entrada tan pobre. Y sí, este no es lugar para hablar de las políticas culturales de los gobiernos central y catalán, aunque deberían llevarse de palos cada vez que hablamos de cultura, pero me gustaría saber cuánta gente más habría disfrutado de un grupo no tan conocido por el entorno indie de haber valido la entrada unos euros menos, los del IVA. Volviendo al concierto, tras la orgía eléctrica de White Waves, Meiburg apareció solo en el escenario para interpretar las peticiones del público, y tras entonar clásicos como The Snow Leopard y Rooks, despidieron al público barcelonés, con ese castellano tan tejano y tan animado por el vino, con una versión de These Days de R.E.M. Aplausos, alabanzas y algún grito de «guapo» para algo que podía haber sido muy grande pero que, oye, quedó en un concierto íntimo entre amigos.

Con una sala mucho más vacía se presentó Jesca Hoop, californiana nómada y apadrinada por Tom Waits, que defendió su último trabajo, The House that Jack Built (Curuja Songs/Last Laugh, 2012) con una guitarra eléctrica, sus manos (que suplían la compleja instrumentación del disco con las cuerdas) y una voz entre angelical y poderosa. Y con una actitud de cercanía y naturalidad con la que se ganó, con apenas cuatro palabras, la atención y el cariño de los que andábamos haciendo tiempo para Shearwater. Otra de esas paradojas: cómo con tan pocos elementos, una voz perfectamente modulada y a la que sabía sacarle todo el partido (aun a pesar de los problemas de garganta que arrastraba) y un acompañamiento desnudo hasta los huesos se puede pintar un lienzo de amores malsanos, de metafísica inquietante, y acabar compartiendo cañas con el público. La música nunca dejará de maravillarnos y de sorprendernos. Y que así sea siempre.

 

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