De Rodrigo y Gabriela te esperas talento a la guitarra, algo diferente, innovador y refinado. Lo que vimos unos cuantos afortunados – pocas butacas vacías en el Circo Price – trasciende más allá. Un espectáculo íntimo, sincero, sin artificios.
Pero lo mejor del espectáculo es la simpatía y la química que tienen estos dos mexicanos con sus seguidores. Un empatía espectacular que provoca una reacción en la audiencia como pocas he visto. La escena austera, con dos baúles de músico como único atrezzo, era una declaración de intenciones. Minimalistas como pocos, Rodrigo y Gabriela se bastan con sus dos guitarras para llenar un escenario. Lo cual demuestran que en esto de la música, los circos de luces y la pirotecnia llegan a sobrar. El talento lo llena todo. Sin voz ni percusión – únicamente usando como caja de percusión la guitarra de Gabriela – consiguen una devoción en el público difícil de encontrar.
Las historias personales que nos regalan conectan a base de humor tu cerebro con esos ritmos metaleros teñidos de pasión mexicana y guitarra española. Y es que hay mucho de Metal en su música, en sus ritmos, en sus posturas, en su actitud… Ellos comenzaron haciendo versiones personales de Slayer, Metallica, Iron Maiden… Pero supieron ver mucho más allá y generar un género en si mismo. La fuerza de sus melodías enchufa a un teatro que se rebeló contra las butacas.
Nunca he visto un público sentado tan enfervorecido, ni en el Bernabéu. El final apoteósico de su actuación lo demuestra. El público puesto en pie, bailando, pidiendo más, disfrutando de un talento sincero y modesto. Espectacular final, de lo mejor que he vivido. Los bises, aunque más necesarios de lo habitual, restaron naturalidad a la actuación, pero desencadenaron una histeria colectiva única. Los que estuvimos en el Price saben de lo que hablo. Uno de los mejores directos del año; refinado, potente, íntimo y sincero.
