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Niño de Elche: Postpoesía en Madrid

Lo poético imbricado en su piel, en el sudor, en el humo que cubre la oscuridad (la no luz) del escenario cuando el concierto comienza, el sonido, la voz. La negritud, el humo y lo industrial, para vestir a Nadie, canción que abre la noche.

Francisco Contreras Molina, el Niño de Elche, voz e interpretación, es un auténtico animal del escenario. Un ser que abre sus alas y las expone en toda su dimensión, en cuanto se sube ahí, al centro, a las tablas. Hoy es el teatro Joy Eslava. Es Madrid. Es noviembre. Es el fin de Voces del extremo o su fulgor, su apogeo. Y hoy sus alas van a volar, y hoy tampoco va a ser un concierto igual al de ayer.

Voces del extremo es un disco que ha acercado y ha atraído a diferentes escenas/generaciones al flamenco. Desde un flamenco marginal, que realmente deja de serlo al ser acompañado con música industrial, kraut, electrónica… o simplemente con arpegios eléctricos de formación funk, r&r, etc. «El actual flamenco debe ser acompañado con guitarra eléctrica y no con acústica», dice Fran/Francis/Paco. Un cantaor atípico, una rara avis, que se junta con Raúl Cantizano a la guitarra, Darío Del Moral (Pony Bravo-Fiera- syntes, caja de ritmos, secuenciadores) y Raúl Pérez (Estudios La Mina) al bajo, para llevar su sonido un paso más allá.

El efecto. Lo que traslada al espectador. Se puede traducir/deducir por: pupilas dilatadas, boca semiabierta, paralización del tiempo y espacio personal de cada uno de los presentes. Reducción del estrés. Liberación. Oír, sentir. Sentir. Él maneja los tiempos, los tempos, los discursos intermedios, los agradecimientos, las risas con el público, las subidas y bajadas, los altos y bajos. Logra que toda la sala permanezca en silencio, toda la Joy, el escenario y sus dos pisos. Rendición y admiración.

Postpoesía. Todo en su conjunto, el resultado. Hay una búsqueda constante de un nuevo lenguaje o una vuelta del lenguaje, una actualización, una revolución no solo musical sino también ideológica del mundo del cante ortodoxo, un laboratorio musical que parte de su garganta y sigue por todas las notas que visten la canción: guitarras eléctricas, bajos, beats, programaciones electrónicas, sintetizadores, etc. Postpoesía ( véase libro de Agustín Fernández Mallo), que lo mismo se une con Martirio, que con Beñat Achiary, dos de los momentos de la noche.

Primero fue la colaboración del alucinante Beñat Achiary (improvisador vocal o uno de los más grandes vocalistas vascos, nacido en francia), momento una vez más de experimentación y orfebrería vocal, manejando la voz, la garganta como un instrumento más, como un medio y un fin. Creando un nuevo espacio físico y conceptual dentro del concierto, para reducir y triturar la canción establecida/grabada y llevarla a su extrarradio.

Luego la gran Martirio, deslumbra partiendo una vez más de la doctrina, de estilos tradicionales para volverse parte del extremo, en el que se coloca siempre el Niño de Elche, con las “voces del extremo”. Otro momento de admiración y aplausos. Niño de Elche ha sido igualmente adoptado por la escena indie estatal, como criticado por el gran número de conciertos y festivales a los que ha asistido, por convertirse en un nuevo “hype” de la industria. Pero el Niño de Elche, siempre parte del extremo, de la descontextualización del cante, de la agitación de la tierra y de sus ruinas, del dibujo de la silueta de su propia sombra para de repente cambiar el foco e iluminarlo(nos) de una forma diferente. Una obra de arte.

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