Aún recuerdo el día del fallecimiento de Amy Winehouse. Ese 23 de julio de 2011 nos encontrábamos en un conocido festival de música de nuestro país, preparándonos para una nueva jornada, cuando nos llegó la terrible noticia. Irónicamente, estábamos allí disfrutando de la fiesta de la música y nos había dejado uno de nuestros referentes de los últimos años en ese ámbito artístico. Sin reponernos del todo, emprendimos el camino al recinto del festival, pero sabíamos que ese día sería uno de los más tristes… Amy nos había dejado para siempre y, desde entonces, no hemos dejado de echarla de menos.
Hoy, en el Día de la Mujer, vuelvo a reivindicar la figura de esta extraordinaria artista, porque dio luz a nuestros días durante un corto período de tiempo y porque, de alguna manera, la empatía que sentíamos por ella, nos hacía estar conectados en algún lugar inexistente. Era frágil, pero excepcionalmente poderosa. Hoy no pretendo escribir una biografía, ni aportar datos sobre su vida, únicamente expresar lo que significó Amy para mí.
Una artista única
La primera canción que escuché de ella fue, evidentemente, Rehab, y jamás se me olvidará lo que me transmitió esa voz. No sabía lo que estaba escuchando, si se trataba de una cantante clásica o contemporánea, si la mujer en cuestión era de raza negra o blanca, si era alguien joven o de edad avanzada. Todo parecía indicar que se trataba de una cantante soul de toda la vida, pero el sonido de la canción era limpio, moderno, actual.
A partir de ese momento no pude evitar querer saber más acerca de Amy y, de forma casi obsesiva, compré Back To Black, la incontestable obra maestra que nos entregó en 2006. Lo desgrané tema a tema, sumergiéndome en la letra de joyas como You Know I’m No Good o Tears Dry On Their Own, dejándome llevar por esa portentosa y mágica voz que jamás había escuchado y que pertenecía a una joven británica insultantemente joven. Pocas veces alguien me ha transmitido a nivel vocal más que ella. Qué manera de interpretar, de conquistarnos con su maestría y su sensibilidad.
Su particular deterioro
Pero el personaje de Amy Winehouse fue, poco a poco, consumiendo a la persona y a la artista. Polémicas con su ex marido, peligrosas adicciones, trastornos alimenticios, un padre que quiso aprovechar demasiado el éxito de su hija… Todo ello empezó a ser preocupante y, en cierto modo, todos nos sentíamos a su lado, queríamos ayudarla, pero no podíamos. A pesar de ser un personaje aparentemente fuerte y valiente, era muy débil y su fragilidad fue patente hasta el último día. La gravedad empezó a evidenciarse cuando en sus conciertos no estaba a la altura de la artista que realmente era y se mostraba ausente, desorientada, incómoda, ebria… La fama consumió poco a poco a esta londinense que siempre soñó con cantar y que, de manera natural, rebosaba arte. El amor en todas sus vertientes fue su tabla de salvación, pero también su obsesión y perdición.
Aquel 23 de julio, Amy ingresó tristemente en el maldito ‘Club de los 27’ y, con ella, algo en nuestro interior se desvaneció también para siempre. Teníamos demasiadas esperanzas depositadas en su figura, la ilusión de asistir alguna vez a un concierto suyo, las enormes ganas de verla totalmente recuperada y rescatando su carrera de manera definitiva… Todo se desvaneció ese fatídico día. Con ella volvimos a amar el soul. Se recuperó y actualizó un género que, aunque nunca había caído en el olvido, parecía pertenecer ya a otro tiempo. Pero también aprendimos a amar la música y, sobre todo, la vida. Inolvidable, única e irrepetible.
Recordamos tres de sus canciones más inmortales: