Durante la última jornada del festival Beefeater In-Edit se preestrenó en nuestro país, en primicia continental, el último documental del londinense Julien Temple: London – The Modern Babylon. El director comentó en el turno de preguntas que, aun producido gracias a los juegos olímpicos de la capital británica, nada tiene que ver con el evento deportivo.
London – The Modern Babylon es un ambicioso, abigarrado y en ocasiones excesivo documental-collage que, para los amantes de la concesión, se podría resumir como un exhaustivo repaso al archivo de imágenes de Londres, desde finales del siglo XIX hasta los juegos olímpicos, y de cómo ha pasado de ser la metrópoli del último gran imperio clásico (si entendemos el colonialismo a la manera pre-guerras mundiales, y no al neocolonialismo neoliberal) del mundo a erigirse, mediante la inmigración colonial y postcolonial, como la ciudad más inquieta y cosmopolita de la actualidad. Pero eso sería quedarse con lo superfluo.
Carente de un hilo argumental claro que engarce todo el metraje, la narración se mantiene a través del nexo temporal, enhebrada a partir de los recuerdos de algunos londinenses más ancianos (mención especial a Hetty Bower, londinense hija de inmigrantes judíos, nacida en 1905, que aún saca tiempo y fuerzas para acudir a una manifestación anti-tory, echarse una siesta y asistir al estreno londinense del documental); pero sobre todo por esa visión en forma de nudos en la historia de la ciudad, cuya intención es ofrecer toda la panoplia que ha conformado la de la ciudad. Aun así, la forma, el montaje, revela, a poco que uno se fije, no tan sólo el nervio y el genio de Temple, sino su posicionamiento sentimental, vital y político. ¿Constituye esta postura un defecto? No… necesariamente. Me explico: aunque la yuxtaposición de imágenes de archivo simule una distancia fácilmente asimilable a una supuesta neutralidad, la falta de un discurso narrativo clásico (vamos, la archiconocida estructura con presentación, nudo y desenlace, con sus tres actos y sus puntos de giro), al eludir la demostración de la premisa de partida (la vitalidad de la ciudad parte de su capital humano, londinense de más de 300 nacionalidades de origen) obliga al espectador a asumir la premisa. Es ese aspecto el documental resulta tramposo, y puede que le haga rechinar los dientes a más de uno. Aunque, si es así, quizá que se lo haga mirar…
Pero esta premisa esconde un núcleo aún más suculento, una idea que, por su naturaleza, es más elusiva, pero más inquietante… y vital: la ciudad como un espacio dinámico, vital, como un organismo vivo, cuya energía surge de su ciudadanía y que evoluciona a golpe de crisis. Consecuencia: el conflicto es inevitable. Inquietante en cuanto mecanicista, pero si atendemos al big scheme of things, la demostración no es tan sólo obvia, sino que resulta incluso optimista. De la crisis actual saldremos reforzados como colectivo, aun a pesar de la misera actual. (Y esperemos que sea así, porque la alternativa ya se narra en las distopías más lóbregas.)
Hacer un análisis en profundidad del documental resultaría imposible si queremos que la reseña tenga sentido y no devenga un mero storyboard. De una ciudad, el Londinium romano, situado estratégicamente en las orillas del Támesis, aislado del continente, la ubicación ideal para un puerto europeo que recaudaría incontables riquezas de unas colonias situadas en los cinco continentes e invicto en todos los conflictos bélicos, se construye la mayor metrópoli mundial que acumula en su seno oleadas de inmigración, ya en busca de una vida mejor, ya huyendo de los conflictos que asolaron primero Europa y después todo el mundo, a un ritmo de empacho. Los conflictos nacionales y raciales son inevitables, pero también la mezcla y algo tan inasible como el «carácter londinense», forjado a golpe de disturbios y convivencia. De aquí surgen dos de las reflexiones más inquietantes, por heterodoxas (que no infundadas) que comparten algunos de los entrevistados: que el poder tiene miedo de las concentraciones, de la masa, de los mobs; y que el pasado que los nostálgicos (y, de entre ellos, los supremacistas) añoran, un pasado de orden basado en el status quo previo (Inglaterra para los ingleses, para los blancos, etc.) nunca existió.
¿Y qué pinta London – The Modern Babylon, aparte de ser el título más reciente del homenajeado Julien Temple, en el In-Edit? Pues que el adjetivo vital no es una boutade para definir una ciudad cosmopolita, sino que una consecuencia directa está la vida cultural, una vida que se alimenta de la necesidad que genera el entorno: las varietés tras la miseria de la primera guerra mundial, la denuncia tras la segunda guerra mundial, el punk como reacción al no future de finales de los setenta, el sonido house, el mestizaje… Sex Pistols, Madness, The Clash, M.I.A., como hijos de un tiempo que es resultado de toda esa historia amalgamada.
Como decimos, el documental es mucho más rico y prolijo como para resumirlo brevemente. A destacar las declaraciones de Malcom McLaren diciendo que, un día, la City londinense caería y el poder económico se trasladaría a Berlín… en 1991. La burbuja inmobiliaria privatizando las orillas del Támesis. Un paquistanés cantando las bondades del pescado de la lonja, contagiando optimismo, en un inglés que huele a especias de Samarkanda… Una gozada visual y un ejercicio para el intelecto, demasiado apegado a la linealidad de los libros de historia y a la reinterpretación facilona.
Y como daño colateral, la envidia comparar una ciudad vital, con una vida cultural casi inabarcable, con nuestras ciudades más provincianas y, para colmo, maltratadas y ninguneadas por nuestros políticos. Pero, claro, pretender que documentales como este se vean y, además, lo entiendan…