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La maravillosa obsesión por el rock de Layabouts

LAYABOUTS

Velada para el recuerdo la vivida el viernes en la madrileña sala Caracol. Para el recuerdo, explosiva, aleccionadora e inaudita, para ser más exactos. Pero vayamos por partes. The New Cossacks y su elegante pop prendieron la mecha y ejecutaron un show bastante ameno, con canciones agridulces y sofisticadas que podían remitir a unos The Smiths o a Echo And The Bunnymen. Una banda rebosante de frescura e ilusión, una banda a seguir. Pero el momento verdaderamente estelar e impactante de la función llegó a renglón seguido, cuando estos jovencísimos madrileños se retiraron y unos veinteañeros también de la capital tomaron el testigo y se plantaron encima del escenario. Un grupo que, tras unos inicios un poco dispersos, impersonales y enfangados por la electrónica, sufre una maravillosa obsesión: recrudecer y endurecer cada vez más su obra hasta convertirse en la banda más salvaje y primitiva posible. Adiós al devaneo sintético y programado, viva el trallazo rockero, el riff asesino y el aluvión de pogos. Atienden al nombre de Layabouts.

Estos adorables músicos llevan presentando su flamante obra Savage Behaviour más de un año, tal vez alguno recuerde el fantástico concierto que firmaron en 2011 en el Turborock, y la sensación que transmiten es que estarían encantados de prolongar esta gira dos décadas más. Pocas formaciones españolas son capaces de transmitir más convicción y satisfacción defendiendo un repertorio que Jon Arias, Roberto S., Javi C. y Víctor A. en este preciso momento. Porque ojo, las cosas no siempre fueron así. En sus comienzos, que datan de finales de la década pasada, se les metió en el infinito saco de promesas indie a rebufo de bandas tipo Franz Ferdinand y compañía. Ellos se lo ganaron, de alguna manera, con un debut un tanto impreciso y derivativo, que destilaba tanta inocencia como inseguridad, según ellos mismos admiten. Con su siguiente paso, … And They Ran In The Woods, mucho más rockero y centrado, ya enseñaron los dientes. Con su tercer y reciente aldabonazo ya se han dedicado a lo que siempre han deseado hacer: desenfundar las guitarras y morder yugulares. Y obviamente, se trata de su mejor álbum hasta la fecha y el que deparó los momentos más memorables de la actuación.

Con un aspecto gloriosamente asilvestrado, y que podía evocar a un joven Lemmy, Jon Arias arrancó el concierto como lo terminó: sin contemplaciones y a degüello. Todas las canciones que en disco podían tener algún barniz programado o artificial sonaron orgánicas e incendiarias en vivo. Y todos aquellos perdigonazos del último disco que tan bien suenan en estudio mantuvieron toda su fuerza original. A destacar To The End, una de las canciones más redondas y adictivas que se han compuesto en este país en bastante tiempo, It’s All Dead, con esa cadencia arrastrada y agónica que la hacen inolvidable, y Fire, puro y auténtico fuego. Ni rastro de pop blandito, incluso influencias ligeramente palpables de este grupo en sus dos últimas obras como Queens Of The Stone Age o Placebo no asoman demasiado sobre las tablas. Hoy en día ver a los Layabouts, salvando las distancias, es lo más parecido a ver a unos Motorhead o a los Hellacopters más psicóticos del Payin’ The Dues: absoluta incandescencia.

El público, por cierto, y esto es incluso más motivo de celebración que la adorable actitud de este grupo, estuvo a la altura de las circunstancias y protagonizó mil y un pogos, arrastrado por la inapelable capacidad de contagio de los Layabouts. El propio Jon, siendo consciente de la grandeza de la audiencia, y tal vez en el cénit de la velada, mandó crear un pasillo imaginario entre la aglomeración, formó dos grupos de espectadores a los lados del recinto, a unos les llamó Los Ramones, a sus contricantes imaginarios Motorhead, y dio la señal para que comenzara un enloquecido pogo masivo mientras desgranaba sus últimas canciones, donde por cierto revindicó dos clásicos de la música más afilada y eficaz: Surfin’ Bird y California Sun. En fin, así son Los Layabouts, un grupo que si no existiera en este triste y desnatado mundo sería absolutamente necesario inventar.

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