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God Is An Astronaut derrocha belleza y emoción en su concierto en Madrid

GOD IS AN ASTRONAUT

Vivimos atorados en una crisis económica y moral, en un sangrante sinsentido, donde ya ni siquiera las palabras, esa herramienta tan necesaria y afilada, nos brindan consuelo. No es de extrañar que, en esta coyuntura, un género como el post rock se antoje más necesario y balsámico que nunca. Si omitimos la evidencia de la absurdidad de la etiqueta, como casi todas, ya que hablamos básicamente de grupos de rock con una clara tendencia a componer temas instrumentales y atmosféricos, nos encontramos con que varias de las bandas con mayor poder de emotividad del momento responden a esos esquemas. Las hay, cada una con sus particularidades, algunas incluso lindantes con la música clásica, muy recomendables: Sigur Ros, Mogwai, Explosions In The Sky... Una de ellas, Mogwai, para algunos la pionera y más brillante, facturó el año pasado un disco descomunal, generosísimo en matices, muy certero, probablemente la obra más inspirada del 2011: Hardcore Will Never Die… But You Will. Y otra de las grandes, de las que perduran e importan, protagoniza una de las giras más esperadas de la actualidad. Y en la madrileña sala Arena, primera escala en nuestro país, firmaron el primer día de marzo una actuación muy notable, llena de fuerza y magnetismo, de rabiosa intensidad, de compromiso, de mercromina para nuestras heridas. Se llaman God Is An Astronaut.

Si bien en estudio recurren a ritmos y texturas electrónicas, especialmente en su debut y en su último álbum, sobre un escenario la actitud y la vocación de los hermanos Kinsella, Torsten y Niels, es netamente rockera, maravillosamente sudorosa. También su imagen, mucho más próxima a tipos como a Eddie Vedder o Ian Astbury que a cualquier impersonal DJ. Quien recalara en esa sala aspirando a encontrarse con alguna higiénica e inofensiva sesión de música techno, con alguna inocua avalancha de sintetizadores, debió de salir huyendo despavorido al volcánico ritmo de Echoes o Age Of Fifth Sun, especialmente desbordante esta última, donde uno casi podía cerrar los ojos e imaginarse a los Metallica del Master Of Puppets o el …And Justice For All en algunas de esas sobrecogedoras tormentas musicales que provocaban entre aullido y aullido de James Hetfield. Cuando James Hetfield aullaba, hace mucho tiempo, se entiende.

Una buena metáfora de esta engañosa apariencia, de este caramelo envenenado que es God Is An Astronaut, es Zodiac, un bonito puñetazo al mentón, que arranca con unas efímeras bases programadas pero que enseguida entra en ebullición con una orgía de guitarras, punteos y redobles que hizo las delicias de la audiencia, mucho menos entregada a la causa de lo que merece este grupo, para no perder la tradición. Cada vez cuesta creer más en la sinceridad de aquellos músicos que subrayan la fogosidad del público de nuestro país. Quizá la sinceridad esté sobrevalorada, convendría añadir.

Por ponerle algún pero, además de que ante la inexplicable cancelación del grupo telonero (With Tides From Nebula) hubiera apetecido que los irlandeses tocaran dos horas más, destacar que las proyecciones de imágenes carecieron de pegada y de capacidad hipnótica, en parte por un manejo de la iluminación francamente mejorable. A veces uno echaba un vistazo y veía de todo, desde el rostro de Björk a planos de una película bastante amorfa que remitía al impagable Ed Wood, pero desde luego esa pantalla no conjugó todo lo bien con la música como cabría esperar, como sí sucediera el año pasado con Mogwai en su espectacular concierto en la capital, dicho sea de paso.

De todos modos, esta circunstancia esconde un detalle positivo y revelador, y es que estos entrañables compatriotas de Shane McGowan no necesitan de ningún artificio para retorcerte las entrañas. Prueba de ello fue una recta final de escándalo, de piel de gallina, de vísceras y poros abiertos en canal: Suicide By Stars, Forever Lost y Fireflies And Empty Skies, todas ellas de su majestuso y mejor disco llamado All Is Violent All Is Bright, todas ellas confabuladas para mostrar todos los resortes emocionales y conceptuales de este imprescindible grupo, desde la progresión huracanada de la primera hasta el vertiginoso y palpitante ritmo de la tercera, pasando por la melancolía etérea y sorda de Forever Lost, una de las canciones instrumentales más hermosas que se hayan hecho nunca, un título ciertamente bello, también. Con una banda así, con una banda como God Is An Astronaut, las crisis azotan y desgastan menos.

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