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Glenn Hugues y su torrencial voz se reivindica en un multitudinario arranque del Azkena

OZZY OSBOURNE

Se mascaba la expectación, como pocas veces se había visto, en las inmediaciones de Mendizabala. Hordas de greñudos, barbudos y féminas con look de pin-up predominaban en las colas más espectaculares que se hayan visto nunca un jueves en la historia del Azkena, ese festival tan admirable y necesario en este país que celebra este año su décimo aniversario. La apuesta de Last Tour International, promotora que organiza el certamen, fue equilibrar más que otras veces el cartel y colocar a un peso pesado, como mínimo, en cada jornada. Ayer jueves el nombre de Ozzy Osbourne refulgía en lo más alto. Pero desde la atronadora Black Country, canción que abrió la exhibición de Black Country Communion, quedó meridianamente claro que habría otros colosos del rock que disputarían al entrañable ex cantante de Black Sabbath el honor de salir triunfadores de Vitoria, de permanecer en la retina y en el corazón de la audiencia.

Glenn Hugues, portentoso vocalista que ya pusiera su volcánica garganta al servicio de bandas legendarias como Deep Purple y, como Ozzy, Black Sabbath se descolgó con un concierto potentísimo, visceral. Joe Bonamassa, reputado guitarrista blues, y Jason Bonham, hijo del mítico batería de Led Zeppelin, entre otros, le cubrieron las espaldas y conformaron la máquina de rock and roll más aplastante que sonó durante la primera jornada. Fue un concierto preñado de matices, con ramalazos soul, blues y funky, aunque donde más convincentes resultaron fueron en su vena más salvaje, donde sobresalieron especialmente dos memorables pepinazos como I Wanna See Your Spirit o The Outsider. Antes, Bizardunak y Eels, con su folk celta y su atormentado eclecticismo, respectivamente, gustaron a sus incondicionales, pero flotaba la sensación de que Hugues se erigió en el primer gran triunfador de este Azkena. Podemos adelantar que nadie le superó.

Un tipo tan desordenado, voluble y desbordante de talento como Ian Astbury lo intentó después, y bien, habría que reconocer que el concierto de The Cult deparó grandes momentos, fue desperezándose según progresó, pero faltó algo de chispa, algo de genialidad. Es incómodo ver a Astbury en su faceta más distante, ausente, como en alguna de sus últimas giras, pero también descoloca verle tan sobrado de peso, tan descuidado físicamente, y abusando hasta el hartazgo de la complacencia al público español con el grito de ‘Campeones’. Billy Duffy, más austero y centrado, llevó el peso con su guitarra de inmortales maravillas de los 80’s como Rain o She Sells Sanctuay o pildorazos de la escuela AC/DC como Love Removal Machine o Wildflower. Aunque tampoco hay que desdeñar un fogonazo de rock clásico y abrasador como Rise, una de las cimas de la tarde-noche.

A continuación, Rob Zombie deparó el primer chasco del festival, aunque a este inquieto y excesivo artista convendría no pedirle mucho a estas alturas. Una escucha al lamentable último disco que ha perpetrado y otra al fabuloso The Boy Who Cried Werewolf de Rock City Morgue, con Sean Yseult de bajista, no define quién poseía el verdadero talento en White Zombie, pero bien podría dar una pista. En cualquier caso, el extravagante músico estuvo en su salsa, con una puesta en escena llena de excesos, pirotecnia y alusiones al cine de terror y de serie B pero un despliegue musical mediocre, aparatoso y escasísimo de inspiración. Ni las contundentes Supercharger Heaven y More Human Than Human, dos de las mejores canciones que firmó con su antigua banda, evitaron el naufragio.

Ozzy, por suerte, y pese a sus lógicas limitaciones, subió la temperatura y el nivel. Fue una lástima que omitiera No More Tears, quizá la mejor canción que ha ofrecido en solitario, pero resultó conmovedor verle tan entusiasmado, agitando los brazos como un poseso y con un aspecto bastante mejor del que algunas voces malintencionadas presagiaron. Como suele ocurrir, como ocurrió con Black Country Communion cuando ejecutaron Burn de Deep Purple, lo más celebrados fueron sus guiños a Black Sabbath, donde sobresalieron Fairies Wear Boots y la inevitable Paranoid. Es chocante ver a un predicador del infierno y la oscuridad desprender un aura tan inocente, inofensiva, incluso cierta inseguridad, pero Ozzy, aún con achaques y encorvamientos, resulta más creíble que la inmensa mayoría, siendo generoso, de cantantes diabólicos o siniestros disfrazados de El Cuervo.

Por último, y mientras un punzante frío se apoderaba del recinto, Kyuss Lives! cerraron la velada con otro concierto que arrancó desangelado pero fue adquiriendo incandescencia. No son Kyuss, no está Josh Homme, pero no resultan un mal consuelo en esta era de migajas y nostalgia. John Garcia anda algo escaso de carisma escénico, queda claro que su principal baza en la música es su voz. Nick Oliveri, habitualmente enloquecido sobre un escenario, estuvo inauditamente comedido, hasta el punto de que fue difícil reconocerle. Brant Bjork cumplió aporreando la batería y el guitarrista suplantador de Homme hizo lo que pudo, que no fue poco, pero insuficiente para hacer olvidar al mastodóntico líder de The Queens Of The Stone Age. Canciones como Hurricane sonaron sin todo el filo y la expansión posibles, pero cuando el grupo se engrasó, y ya hacia el final, cuajaron alguna interpretación muy convincente, como El Rodeo. Y así, con los aullidos de García resonando en el ambiente, concluyó una intensa y en líneas generales muy estimable primera jornada del Azkena 2011.

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