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Cranberries: Secuencia de amor indeterminada

CRANBERRIES

Regresan los Cranberries tras una década de ausencia y diversos e infructuosos proyectos en solitario. Una serie de recuerdos adolescentes se agolpan en mi cabeza, mientras van pasando las estaciones de metro que me separan de Vistalegre. En ese estado hipnótico comenzó una noche que se asimila a una historia de amor, con todo lo gratificante y decepcionante que ello conlleva.

 

La primera fase del amor es la búsqueda. Un arduo camino que te conduce a la presencia de algo que estimula tu alma y en el cual todos los duros obstáculos son solventados con una fe inquebrantable. Un camino que, en ocasiones, se aleja de tu objetivo. Perdido por las calles de la zona por culpa de un smartphone cuyos mapas se encuentran en huelga y tras muchas preguntas a amables transeúntes, encamino mis pasos en la dirección correcta. Mi impuntualidad me condena siempre.

 

Una vez en la dirección idónea, la marea de gente se hace más notoria. Se trata de un grupo muy heterógeneo – grunges trasnochados, poppies, canosos, jóvenes o treintañeros – al que se le ilumina la cara al grito de: Ya están ahí.  Es la ilusión de la primera cita, la misma que yo siento, aunque una nueva barrera se cruzase en mi destino. Los gorilas del evento me impiden entrar una vez iniciado el concierto. Se me rompe el corazón, los tiránicos vigías me tienen dando vueltas al recinto en busca de una entrada salvadora mientras en el interior retumban estruendosas las voces de miles de fans y me parece distinguir Dreams y Just my imagination. En plena desilusión debido al amor perdido, mi desesperación me lleva a intentar colarme. Imposible. Finalmente, encuentro en las taquilleras a las perfectas celestinas. Ellas me entregan la llave para entrar en el cuarto de la princesa.

 

Con media hora de retraso mi cita con Dolores se acerca. Es ahí donde se plantea la principal duda del amor: ¿merecerá la pena tanto esfuerzo? Un empleado vestido con un traje, camisa, corbata y zapatos negros me acompaña al ruedo y me dirige a la puerta de toriles donde me ofrecen el asiento del apoderado – el universo Crazyminder es fascinante -. Lamento no haber llevado pañuelo para suplicar por alguna oreja. Vistalegre registra una buena entrada aunque no se ha llenado y las calvas en el coso y en las gradas resultan muy evidentes.

 

Tras la fascinación de la primera toma de contacto, me sumerjo en una fase de adecuación. Empiezo a ver los defectos de la persona amada de los que no me había percatado. Observo una banda un tanto acartonada, por las que no han pasado los años físicamente pero sí en espíritu, sin la chispa de la juventud y que intenta  mantener esa contundencia que nunca volverán a tener. Aún así se mantiene viva la llama de la pasión a través de la prodigiosa voz de Dolores, que obsequia a la concurrencia con unos juegos vocales al alcance de los elegidos y de las tablas adquiridas por la banda tras tantos años de carrera. Lástima, que la propuesta escénica sea demasiado pobre, incluso para un grupo como ellos. Aunque, como el buen vino, su madurez les permite aprovechar sus registros en canciones de corte más pausado, como si tratasen de escapar de un pasado de excesos rítmicos.

El público sólo pide himnos y van apareciendo When you are gone, Ridiculous Thoughts, Empty, o Twenty one. El nuevo material como Tomorrow, Losing My Mind o Schizophrenic Playboy  deja todavía más petrificado al público, que apenas reacciona a los estímulos enviados por la banda en las primeras filas de devotos seguidores. Me decepciono y mis sentimientos encontrados empiezan a aflorar. Es ahí cuando llega esa primera discusión grave en la pareja. La que marca un antes y un después en la relación. Una situación límite. Se trata de esa sensación de hastío provocada por una pasión que se desvanece por puro desgaste y que habitualmente profundiza en sentimientos ocultos de amor o de odio.

 

No obstante, los bises suponen el típico revolcón tras una reconciliación exitosa. A través de Promises, Zombie o Dreams, los norirlandeses insuflan una energía no vista hasta entonces durante el concierto y logran dejar un buen sabor de boca general. En ese momento hallo la respuesta: Ha merecido la pena. Me invade una sensación de satisfacción por haber sido testigo directo del regreso de una banda estandarte de los noventa. A pesar de ello, en nuestra próxima cita me gustaría encontrarme con una banda que sepa explotar su madurez y que deje de explorar su juventud.

 

 

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