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Conmocionados por la pérdida de Amy Winehouse

‘My tears dry on their own…’

Se me hace muy difícil escribir algunas veces. Ésta es una de ellas. Todavía en estado de shock tras la noticia y escuchando su voz una y otra vez, va a ser desde ahora la única manera de hacerla revivir, por suerte nos quedan sus canciones, no puedo creer que se haya ido. A pesar, sí, de que no debía ser una gran sorpresa, según me recuerdan algunos. Ella coqueteaba sin parar con la muerte, una y otra vez. Pero duele. Cuando alguien se va, duele. Y si se marcha temprano más. Y cuando quien se pierde es un genio, un enorme talento, es una verdadera lástima. Haya ocurrido como haya ocurrido.

A Amy se le paró el corazón el sábado 23 de julio sobre las cuatro de la tarde. Minutos más tarde, las redes sociales primero, la prensa después, se hacían eco de ello y se nos paraba a todos el alma, también, al saber la noticia. No queríamos creerlo. Nos gustase más o menos, a nosotros nos gustaba y mucho, fue un golpe conocer la noticia de su fallecimiento.

Hacía tiempo que el soul no estaba tan bien representado por una voz femenina. Con Amy Winehouse, este estilo revivía y se veía renovado. El talento de esta mujer era inaudito. Tenía un don. Su voz era inigualable, sublime, poderosa como la que más. Era tan bella que dolía, emocionaba. Y tras su voz y sus canciones, su estilo de vida, su aspecto extravagante, sus relaciones tortuosas. Su carácter rebelde, atormentado (trastornos alimentarios y depresivos incluidos), problemático, indomable, conflictivo, escandaloso y ‘excesivo’ en casi todo, atraía. Era carismática sin pretenderlo. Y por ello, la nueva diva de nuestro tiempo, Amy, era fuente constante de noticias, junto a su amigo Peter Doherty, para los tabloides sensacionalistas del Reino Unido, que se frotaban las manos. Los carroñeros tabloides se jactaban en publicar imágenes decadentes, casi pornográficas, de la artista. Y de ese modo maquillaban lo que realmente era, una verdadera estrella, a la que le sobraba talento y éxito quizá, pues puede que se ahogara en él. Incómoda, a veces incluso tímida, precisamente a razón de este éxito que le pillo desprevenida, se empeñaba en tapar su propio brillo.

Como le ha pasado a tantos otros, que como ella se marcharon demasiado pronto. De sensibilidad extrema, como Amy, la vida les superó y fueron fruto de la fatalidad con la corta edad de 27 años. Edad macabra y maldita. ¿Qué tendrán los 27 que se lleva consigo a grandes talentos y los convierte en mitos? El funesto ‘Club de los 27’ como lo han bautizado algunos. Y en él demasiados genios ya: el todopoderoso y virtuoso de la guitarra Jimi Hendrix que se nos fue un maldito día de 1970 en Londres tras beber un cóctel de vino y píldoras para dormir. La voz poderosa de Janis Joplin se apagó tan sólo una semana después por una sobredosis de heroína también a la edad de 27. El poeta inquieto y estandarte de The Doors, Jim Morrison, también se fue a esta edad por un fallo cardíaco. Este año, además, se cumplían cuarenta años de su muerte. O a la cara más visible y famosa del grunge, el inconformista y siempre alicaído Kurt Cobain, que quiso poner fin a su vida, esta vez, de un balazo y a los 27, de nuevo la edad maldita. Da miedo. Da pena y mucha.

Dicen de Amy que era débil, frágil, caprichosa, hipersensible y su vida, desde niña, nada fácil. Quizá esto explique su trágico desenlace también. Ella misma confesaba que estaba deprimida y si bebía era un síntoma de tristeza o aburrimiento. Y que no era feliz, que no tuvo una vida sencilla se refleja en sus canciones, se esculpe en su voz, se empapa en su aspecto y en su declive en los últimos meses, últimos años. Se la veía desorientada, sola sobre el escenario. Y su última aparición en el concierto de Belgrado fue la punta del iceberg. La gota que quizá colmó el vaso. Nadie nos dimos cuenta entonces, algunos estaban más ocupados en hacer leña, sangre, de las imágenes de ese concierto que de indagar en el fondo de aquello y de lo que podía ocurrir. Ahora esas risas, esas bromas, se tornan congeladas. No queremos ni recordarlo. De hecho, miramos esas imágenes de reojo en su momento. Imágenes que hoy entendemos, eran el último capítulo de su vida. De la vida de Amy que se apagaba. Y que eran la crónica de un final triste anunciado para muchos que incluso, macabros, se atrevían a pronosticar su muerte. No sé si ahora, después de lo ocurrido se sentirán demasiado orgullosos con sus juegos, a mi me apena, sinceramente. Ese concierto marca sin duda el punto final. Tras él, el mánager de Amy, Rayes Cosbert y ejecutivos de su discográfica la amenazaron con no actuar más. Y no sabemos el efecto, o quizá sí, demasiado lo sabemos, de esa amenaza para la cada vez más débil diva del soul de nuestro tiempo.

Hija de una familia modesta del norte de Londres, donde aún vivía. Su padre taxista, su madre farmacéutica. Ella era artista y lo demostró desde niña. Pasó por escuelas de teatro y con diez años fundó un grupo de hip-hop. Con trece, aprendió a tocar la guitarra y rápidamente se puso a componer.
Su carrera comenzó temprano y es reciente. En 2003, después de que un productor la descubriera cantando en pubs de Londres, publicaba Frank y, dejando a todos sorprendidos al escuchar su voz por primera vez que vestía al jazz y al soul como hacía tiempo nadie lo hacía, comenzaba a forjarse la leyenda. Cantaba con pasión y con una aparente facilidad, propia de los genios, que dejó a todos maravillados. Sólo tres años más tarde, en el 2006, llegaría su momento de gloria con la aparición del maravilloso disco Back to Black. Escucharlo ahora pone la piel de gallina y duele. Duele porque ya nunca más vamos a tener la oportunidad de escuchar algo nuevo como aquello. Con el Back to Black, todos sin excepción conocimos a Amy. Todos nos enamoramos de ella, nos quedamos anonadados con su aspecto, hechizados con su voz. Esa voz poderosa acompañando a ritmos de jazz y soul para una voz negra. Y ella la tenía. Poseía una voz negra en un cuerpo, cuerpito, de blanca casi enfermiza. Eternos y atemporales son ya su incombustible Rehab, el Back To Black, el Tears Dry On Their Own, Me & Mr Jones o la versión de The Zutons de Valerie, a la que le insufló una elegancia suprema. Llevaba el soul y la música negra en las venas, en el alma, y las paseaba por las calles de Londres, por todo el mundo. Por ello fue galardonada nada más y nada menos que con cinco premios Grammy en 2008, incluidos a mejor artista revelación y mejor álbum del año.

Después de este disco que le valdría las alabanzas de crítica y público pasó tiempo, mucho, igual demasiado. Y quizá la presión por un tercer disco a la altura ha sido demasiada para la diva del soul de piel blanca. E igual esto no sabemos si fue el verdadero motivo que la llevó a la decadencia física y nos atrevemos a suponer que a la destrucción, pero igual tiene que ver. La pasión por los excesos, por la vida al límite, tiene, seguro, una explicación que solo Amy sabía bien.

Pero mientras esperábamos la llegada del tercer disco de la londinense, ella iba participando en diferentes proyectos, como un disco de duetos de Tony Bennett, Duets II, que saldrá a la luz en septiembre y que, claro, será esperado como agua de mayo por muchos de sus fans y curiosos. Dicen los entendidos además que su compañía, Universal, dispone de 30 canciones nuevas. Y sabiendo lo cruel que es a veces este negocio, saldrán a la luz dentro de nada, a título póstumo. Nos hubiera gustado conocerlas con ella aquí. Disfrutarlas en directo con una Amy recuperada.

Lo que sí está claro es que la gran Amy nos deja dos, sí, sólo dos extraordinarios discos para el recuerdo, para su recuerdo infinito. Dos joyas que la hicieron grande en poco tiempo, que demostraron que era todo un prodigio. Digna sucesora, y ella estaría bien orgullosa de la comparación, de su adorada Billie Holiday o de las Ronettes de las que imitaba estilo y peinado.

Hay gente que posee magnetismo y ella tenía y mucho. Quizá esto explica muchas cosas. Los excesos, el querer huir de una realidad aparentemente feliz, de éxito y fama que igual la terminó superando. Y así, trágicamente, un 23 de julio se apagó la voz de otra de las grandes de la música. Tras ella, tras su historia y su música, nace el mito que no hace sino engrandecerla todavía más. Mito al que nunca olvidaremos. Queremos recordarla por lo que hizo y no, como muchos se han empeñado en hacer durante mucho tiempo, por lo que la deshizo. Cantó lo que vivió y vivió lo que cantó de la misma forma y lo hizo con pasión. Fue grande y lo seguirá siendo. Su luz no deja de brillar. Y como las grandes estrellas, ahora lo hará para siempre.

No hace falta ni decir que te echaremos de menos Amy y no dejaremos nunca de escucharte. Descansa en paz.

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