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Alabado seas, Ryan Adams

En el mundo actual falta más gente en el mundo que sean como Ryan Adams. Personas espontáneas, con un talento magistral y un gusto exquisito y además, por si os sabe a poco, con un apabullante legado de canciones.

¿Qué le distingue del resto de artistas de su generación? ¿Quién es capaz de escribir dieciséis discos más un incontable número de ep’s y además, hacerlo bien? Sólo él. Su pluma es tan ágil como su mente, aunque parece que los años le han vuelto mucho más zen, da la sensación que vive a mil revoluciones en el plano musical.

42 años y toda la vida por delante. Ha vivido intensamente pero con perspectiva, la madurez le está dando la oportunidad de explayarse y mostrar en todo su esplendor cada ápice de su talento.

Por todo esto no dudamos en movernos a Londres para volver a verle en su propia gira y además en un espacio único, donde cualquier músico querría actuar: El Royal Albert Hall. No podía haber ni mejor motivo ni mejor envoltorio para un artista tan sublime.

Los conciertos en Reino Unido son otra historia. Un respeto mayúsculo por las bandas, por los asistentes y en general por la música. Se nota a leguas que es algo totalmente integrado en la cultura, por lo que, en resumen, puedes llegar a un concierto sin prisas, colocarte en buena posición y que además, nadie hable ni se pase todo el concierto grabando. Mi nivel de disfrute tocó techo.

Como prólogo a la que se nos venía encima, tuvimos teloneros de lujo: Karen Elson y su banda supieron calentar el ambiente a ritmo de rock mezclado con violines, que si lo sumamos a la magnífica voz que tiene Karen, nos supo incluso a poco. Todo encajaba, esto era un preámbulo.

Tras el aviso pertinente del uso de flashes dada la enfermedad que sufre Ryan (y siempre hay algún desaprensivo que lo usa), la banda salió a escena entre los tigres y amplificadores que flanquean por igual el escenario. Ryan siempre a la izquierda, Todd a la derecha y en el medio mucha fuerza, alto voltaje.

La sola presencia de Ryan Adams en el escenario es algo muy imponente. La primera vez que le vi este año, en el Nos Alive, se me saltaban las lágrimas porque el sueño era real, él existía más allá de los discos y mi timeline de Twitter, parecía que habría llegado de otro mundo para salvarme, como ya lo hizo su música hace más de 15 años. Para mí hablar de este tipo es como hablar de Dios, al menos en mi escala de creencias.

Los primeros acordes de Do you still love? nos hicieron flotar desde el primer acorde y por si fuera poco, los set list de la gira Prisoner no bajan de las 22 canciones. Sabíamos que iban a ser dos horas de frenesí musical y se cumplió. Le siguió To be Young, que la podemos encontrar en su primer y sorprendente disco Heartbreaker, que se llevó la palma a uno de los álbumes debut más laureados de la historia. Para mí, la magia reside en escuchar su voz a día en canciones de este calibre.

Gimme something good nos lleva a Stay with me o a Two, hasta desembocar a Outbound Train. Me paro en este corte porque a mí me recuerda totalmente al genio Bruce Springsteen, del cual es fan declarado. Y sin duda Ryan llegará a sus niveles de mito con el tiempo. Si yo fuera Bruce, estaría orgulloso de haber educado musicalmente a alguien tan bien.

Ryan Adams le gusta dirigirse al público de tanto en cuanto. Se ríe, agradece al acabar cada canción y habla de esa forma tan expresiva como sólo lo hace él. Sabe que tiene el don de eclipsar, se recrea y todos reímos. El fin de la gira ha sido dura para él pero ahí está, aguantando estoicamente, luchando contra una enfermedad que a veces le sobrepasa y dando lo mejor de si mismo.

Nos transmite la sensación de que la felicidad plena se alcanza en cada riff, en cada jam con Todd, en cada acorde que sale cada vez que sus rápidas manos se deslizan por el mástil de su infinita colección de guitarras. Un músico de los pies a la cabeza, puro rock and roll, leyenda viva. La gloria bendita.

Sonó Doomsday para nuestro regocijo personal, adaptada al directo. En breves desnuda Prisoner, dando lugar a la magia de la soledad que tan solo una guitara y una voz tan especial pueden crear. Es una maravilla verle así, tan transparente, en bruto.

Empieza una parte muy interesante en el concierto que se abre con Cold Roses, donde Karen le ayuda en los coros y donde el duelo Ryan – Todd fluye, vuela, muta. Tiempo de creación, artesanía pura. Un delirio poder vivir esto en vivo. En When the stars go blue morimos entre tanta belleza que aporta el juego de luces, a son con la letra. La expresión facial de Ryan es contagiosa, ver sentir a alguien las cosas tanta pasión es algo demasiado fuerte de describir en unas líneas.

Otros clásicos de su setlits se daban paso como This house is not for sale y Dear Chicago pero si había un momento que podía todavía superar a lo vivido era la espectacular actuación para Broken Anyway, donde por una vez el de Jacksonville se desprende de la guitarra, su tercer brazo, y deja fluir todos los sentimientos posibles, haciendo la interpretación más emotiva que he visto en mi vida, acabé destrozada de sentir y ver sentir a alguien de una forma tan real. Impresionante, magnífico, sobrecogedor.

Tras recobrar la compostura, la juerga seguía: Let it ride, Magnolia Mountain o la suprema I see monsters, donde Ryan vuelve a la realidad y cuenta la historia de la canción. Por un momento la persona gana al genio y todo se humaniza todavía más porque si algo representa es al anti divo: nada de atención, discreción y lo más importante, mucha música.

El final se venía venir y se cerraba con piezas incunables: New York, New York, Come pick me up y cerrando la trilogía con mucho humo, Karen y una locura llamada Shakedown on 9th Street; por una vez rompimos el protocolo y nos dimos al baile y descontrol, un cierre feliz tras mucha dureza sentimental.

Las luces del Royal Albert Hall se encendían invitando a irse pero no: Ryan tomó la guitarra y nos regaló My winding wheel como agradecimiento a dos horas inolvidables.

En resumidas cuentas, 27 canciones, bastante centrado en algunos trabajos y olvidando otros. Por supuesto el setlist podría haberme gustado todavía más supongo que el concierto tendría que haber durado 24 horas. En realidad fue perfecto, por qué no decirlo. Musicalmente perfecto, una banda de acompañamiento en sintonía, muy armonioso.

Me va a costar mucho olvidar la noche del 22 de septiembre. Creo que Ryan Adams está en su mejor momento profesional, en el personal no sabemos pero no nos incumbe como público. Lo único que sé que si alguien me pregunta por mi concierto perfecto, ya sabéis la respuesta.

Alabado seas, Ryan Adams. No dejes de crecer ni de soñar. Como tú dices: Keep the faith.

 

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