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Adiós al soul indómito de Bobby Womack

Si tuviéramos que calibrar la grandeza de un artista por la variedad de músicos que le respetan y le veneran, Bobby Womack debería tener un sitio reservado en el olimpo de los más grandes. Compositor de éxitos R&B, músico de estudio, intérprete audaz, el artista de Cleveland, fallecido el pasado viernes a los 70 años, nunca encajó en el molde destinado a las estrellas del soul. Retratado en múltiples ocasiones junto a su guitarra acústica, su espíritu rebelde, ajeno a etiquetas, aunque con el suficiente olfato como para juntarse con los grandes nombres de su tiempo, le terminó relegando a un olvido tan sólo abandonado en sus últimos años de carrera, cuando Damon Albarn decidió rescatarle para Gorillaz y producir su último disco, The Bravest Man In The Universe. Una segunda oportunidad que Womack aprovechó para contar su historia de hombre valiente, en busca del éxito en un mercado en el que los artistas negros estaban destinados a componer canciones que llegarían al número uno de mano de sus compañeros de tez pálida.

Así fue de hecho como el mundo conocería por primera vez a Bobby Womack. Corría el verano de 1964 y unos imberbes Rolling Stones llegaban por primera vez al número 1 de las listas británicas con It’s All Over Now, una canción original de The Valentinos, banda familiar formada por unos Womack que, como tantos otros, habían saltado de las iglesias a las listas de rhythm&blues. A pesar del éxito rotundo, a Bobby pareció no gustarle que unos adolescentes llegados desde Londres recogieran el fruto de su esfuerzo. Poco le duraría el ataque de rebeldía adolescente. Con los años el de Cleveland terminaría haciendo buenas migas con los Stones (especialmente con un Ronnie Wood que se uniría a la formación británica años más tarde) y hasta acabaría reivindicándose como compositor de hits para artistas blancos, especialmente después de que el mercado negro le diera la espalda tras casarse con la viuda de Sam Cooke (Womack había sido guitarrista del cantante soul durante varios meses) apenas tres meses después de la muerte de este.

Suya sería la guitarra y la autoría de Trust Me, canción incluida en el disco póstumo de Janis Joplin. Más enraizadas sonaban las canciones que Womack compuso en los míticos estudios de Muscle Shoals, donde grabarían gente como Aretha Franklin o Wilson Pickett. Sin embargo, la vuelta del músico a la comunidad negra llegaría a través de Sly Stone, con el que compartiría aspiraciones musicales y excesos derivados de la cocaína. Claro que la formación de Detroit nunca se caracterizó por su ortodoxia a la hora de atacar el género negro. Durante el final de los setenta y el resto de los setenta Bobby Womack desarrolló paralelamente una carrera en solitario inquieta, que tan pronto rendía tributo en clave soul a canciones eternas (esa California Dreamin’ de The Mamas & The Papas de su debut) como firmaba una colección de tonadas country & western (BW Goes C&W fue un disco fallido, sí, pero lo suficientemente atrevido como para mostrar a ese Womack capaz de traspasar sin pudor la línea entre el mercado negro y blanco).

Después del éxito de The Poet en 1981 llegaría el olvido para el músico, la travesía por unos tiempos que nunca fueron para Womack (el de Ohio nunca se sintió cómodo en el terreno de la disco music), los discos poco memorables, su nombre relegado al vagón de atrás, allí donde nadie mira por miedo a ser tildado de raro. Tendría que ser un tipo particular, con predilección por las joyas olvidadas, el primero en reflotarle. En 1997 Quentin Tarantino estrenaba Jackie Brown, su homenaje a las películas blaixplotation en la que incluía Across 110th Street, canción que el propio Womack había compuesto para una película del género en su momento. Su nombre, hasta ahora en los cajones de saldo, volvía a sonar en las emisoras de radio. Sería unos años más tarde cuando un Damon Albarn, liberado de la presión de Blur y dando rienda suelta a su vena más experimental con su proyecto paralelo Gorillaz, se convertiría en celestina del gran regreso del artista negro. Bobby participaría en dos álbumes de Gorillaz como anticipo de la grabación de su gran obra de madurez. Hablamos, claro, de The Bravest Man In The Universe, el disco que devolvió a Womack definitivamente a la palestra, su álbum de redención, la confirmación de que al artista todavía le quedaban unas cuantas cosas que decir.

Aquella colección de canciones fue recibida con una sonora ovación, fruto de un trabajo excelente por parte del propio Albarn y Richard Russell (capo de XL Recordings), que convierten esa llama soul que Womack lleva en los genes en algo apetitoso para las nuevas generaciones (sin ir más lejos, el año pasado le pudimos ver en el festival de Glastonbury). Entre duetos con Lana Del Rey y recuerdos al pionero del rap Gil Scott-Heron, escuchamos a un Womack en plenitud, oficiando su última gran misa en la que soul, R&B y electrónica se funden en una sola voz. No sabemos muy bien si fue este último esfuerzo, pero a partir del lanzamiento del disco la salud del artista comenzó a decaer. Diversos problemas le llevaron en varias ocasiones al hospital. A pesar de ello, Womack siguió manteniendo su ritmo de apariciones de directo, consciente de que estaba ante su última oportunidad. En el momento de su muerte el artista de Ohio estaba preparando la edición de un disco de duetos junto a gente como Stevie Wonder, Rod Stewart o Snoop Dogg. Un último testamento de ese espíritu musical indómito, capaz de romper las barreras de un género, el soul, que gracias a gente como Womack dejó de ser una cuestión exclusiva de negros.

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