Toda creación artística refleja, en su mayor o menor grado, el inconsciente de su creador. En el caso de Ty Segall, y su más reciente lanzamiento Emotional Mugger (próximo a salir bajo el sello independiente Drag City), una idea asalta nuestra mente de inmediato: absurdo emocional.
Y es que desde que la noticia de su existencia salió a la luz, el disco ha estado rodeado de detalles poco convencionales, como hacerlo llegar a los medios especializados mediante una cinta VHS (formato en desuso y casi desconocido para las nuevas generaciones) y subir una serie de extraños videos a la página oficial (en uno de ellos es posible ver a Segall y a su banda tocando en vivo mientras portan mascaras con rostros de bebés siniestros), entre otros. Detalles que dan vida a un imaginario bizarro y lleno de sarcasmo.
La portada del disco, por ejemplo, muestra a una antiquísima muñeca de porcelana con las cuencas de los ojos vacías como si se tratase de una imagen sacada del universo de los hermanos Quay, mientras que en el extremo inferior se observa un recorte circular con la leyenda “No man is good three times”, eslogan utilizado en los años 40 por los republicanos contra la tercera reelección de Roosevelt en los Estados Unidos, relacionado quizás con la actualidad política estadounidense.
Pero, al margen de una estrategia inusual de marketing, Segall denota que después de siete álbumes haciendo su fiable de psych-rock tradicional, siendo un icono del new wave y lo-fi actual, teniendo como estandarte los valores de rock clásico y la psicodelia y una carrera excesivamente prolífica; había comenzado a decaer y parecer monótono en sus últimos trabajos.
2015 fue el primer año sin un nuevo disco bajo el nombre Ty Segall desde su debut, un presagio que posiblemente indica una de dos cosas: o bien que el pozo se había secado, o que su próximo álbum podría marcar un cambio inusual en la forma en su particular método de trabajo. Viniendo de su álbum más aclamado por la crítica (Manipulator, 2014), y accesible al público por sus composiciones básicas y sencillas progresiones de acordes, ritmos de rock estándar y ganchos pegadizos, se antojaba difícil imaginar un trabajo tan radical en cuanto a lo meramente musical.
Podríamos decir que ahora trata de alejarse de toda estructura, estabilidad y asepsia creativa. Conduciendo las primeras escuchas hacia un lugar en donde toda representación inconsciente puede tomar la forma que le apetezca, un lugar habitado por personajes disociados que intermitentemente pierden y recuperan su cordura.
Guitarras extremadamente ruidosas, una voz sucia y disonante, sintetizadores ásperos y patrones rítmicos poco comunes arrojan a Segall fuera de su zona de confort. Irrigando su tradicional sonido con un caos imaginativo y fértil gracias a una producción delirantemente articulada, cada sonido tiene su espacio y los instrumentos mutan de personalidad de un canción a otra.
Destacan temas como Candy Sam, en donde se logra un balance entre lo experimental y lo digerible, mostrando uno de los mejores solos de guitarra del disco en conjunto con una melodía envolvente y pegajosa. Mandy Cream, que muestra un sonido casi único en la discografía de Segall. Y Baby Big Man (I Want A Mommy), en donde la voz delirante de Segall se desfasa y se reencuentra intermitentemente, mientras la batería cohesiona una composición desarrollada en la elasticidad de una armonía volátil llena de atípicas ideas musicales, acompañadas de un lirismo poco profundo.
Si bien Emotional Mugger es un álbum que seguramente dividirá opiniones, lo más interesante es saber que existen artistas que obedecen a su necesidad creativa sin miedo a defraudar a la crítica, sin necesidad de demostrar nada a su público. Al final del día, es la honestidad quien mantiene a flote y valida el trabajo de aquellos se atreven a ser fieles a su propio llamado. Nos demuestra que sigue siendo posible evolucionar como artista en un marco limitante del rock, incluso si la respuesta es hacer girar todo hasta nuevos extremos.
