Se echaba en falta su genuino e impenetrable mundo, su estilo tan particular. Pocas carreras se han forjado a lo largo de las últimas décadas con más clase y autoridad que la de Tom Waits. Desde 2004, con ese notable y sombrío Real Gone, no ofrecía un nuevo álbum en estudio, y en las postrimerías de este 2011 se ha descolgado con Bad As Me, una de las obras más esperadas del año. Y el resultado ni decepciona ni impacta. Tom Waits es incapaz de firmar un disco indigno, no digamos ya a estas alturas prostituirse, vulgarizarse, encajar interesadamente en ciertas corrientes o buscar ridículas complacencias comerciales o populares. Su fantasmagórica paleta de sonidos se mantiene intacta, esa intransferible y envolvente combinación de jazz y blues que parece regurgitado desde el mismo infierno vuelve a imponer su ley. Pero, admitámoslo, el genio de Pomona ha conocido épocas de mayor fulgor compositivo.
Cualquier incondicional de este hombre se sentirá en su elemento desde que la frenética Chicago da el pistoletazo de salida, no obstante. Más que problemas de actitud o de personalidad, atributos que a Waits le chorrean por las orejas, cabría advertir una falta de inspiración. El disco posee carácter e intensidad, pero no es demasiado brillante. Nada especialmente acusado y alarmante, sería injusto hablar de naufragio, pero es bastante posible que nos encontremos ante el disco menos arrebatador del californiano desde Black Rider, si bien es cierto que nadie contaba, o muy pocos, con una genialidad del calibre de Mule Variations o Alice. Resulta difícil mantener la excelencia durante tanto tiempo, no digamos la capacidad de sorprender o reinventarse, y el bisturí de perverso cirujano de Tom Waits parece haber dejado de escarbar. En ese sentido, y quizá sea lo más incómodo que depara la experiencia de afrontar este disco, es difícil no sentir la sensación de que todo suena, todo resulta familiar, todo ya ha sido ofrecido. Y Bad As Me es seguramente la obra de nuestro amado ventrilocuo menos original, menos arriesgada. También, y adoptando una decisión muy similar a la de Nacho Vegas en La Zona Sucia, el más conciso, el más sintético. Podría sospecharse que se trata de una reacción a Real Gone y sus divagaciones, dispersiones y excesos, quizá a ratos reiterados. En cualquier caso, el flamante nuevo álbum de Waits sorprende por su brevedad, jamás fue tanto al grano, pocas veces pulió tanto su repertorio. No hay innovación estilística, no hay nuevas exploraciones, casi todas las canciones parecen derivativas de algunas precedentes, en su mayoría más certeras, pero al menos hay que reconocerle esa ligera aportación.
Sumergiéndonos en las composiciones, resulta casi imposible señalar algún desliz importante. Sí existen piezas poco más que anecdóticas, como Face In The Highway, Back In The Crowd o Kiss Me. Del mismo modo, aupar a alguna a la categoría de clásico resultaría temerario u excesivamente optimista, según se mire. La hipnótica Raised Right Men y Pay Me, preñada de melancolía, sobresalen antes de llegar a la recta final, donde Waits decide dejar al oyente con una sonrisa estampada y el corazón pellizcado reservándose las dos mejores canciones del lote: Hell Broke Luce, genial, desquiciada, abrasadora, y New Year’s Eve, una magnífica composición de su vertiente más clásica y romántica, más atemporal. Casi, pero casi, al nivel de la referencial Flower’s Grave. Y es que, hasta en los momentos menos lúcidos, Tom Waits acaba acudiendo al rescate.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 7/10