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TINDERSTICKS – THE WAITING ROOM

Si el lector ha mirado alguna vez cualquier película que toque, aunque sea de manera tangencial, el tema de la música y de formar un grupo, seguramente esté familiarizado con aquello de “encontrar el sonido”. Y es que este es el sueño de todo artista, la capacidad de hacerse reconocible inmediatamente a través de todo lo que toca, sin necesidad de cartas de presentación.

De entre todos los grupos que emergieran en Gran Bretaña en los años 90, Tindersticks es, sin duda, de los que mejor ostenta esta característica. Esto no es así tan solo por la profunda voz de Stuart Staples, sino que se refiere también a toda una serie de costumbres y convenciones establecidas por el grupo en sus composiciones a medio camino entre el Chamber Pop y el Indie Rock. Tanto es así, que ya en Follow Me, la primera canción completamente instrumental de The Waiting Room, podemos darnos cuenta rápidamente de qué grupo se trata y a dónde nos quiere llevar.

Si bien este es un disco reconocible, no es para nada un disco aburrido. En él, podemos ver como Staples y compañía se mueven impávidos en diversos territorios, que incluyen persistentes ritmos de rock, incursiones lejanas en el terreno del afro-beat y deliciosas caminatas a través del para ellos más que conocido paisaje de las baladas lentas. Y a través de cada uno de estos parajes, Tindersticks no pierden en ningún momento la dulzura, pero parecen llevarse consigo también el leve amargor que es casi omnipresente en todo el trabajo. Prueba de ello es la brillante We Are Dreamers!, composición en la cual Staples forma equipo con Jehnny Beth, de Savages, para llevar adelante una y otra vez el mismo mantra encima de una persistente base de guitarras distorsionadas y una brutal sección de ritmos. Aún así, y de manera consciente, la afirmación en boca de Staples tiene un ácido regusto a ironía, casi al borde del sarcasmo. Ironía que tiene su espejo en This Fear Of Emptiness, la sexta pista del álbum, que contrasta un desolador título con una azucarada melodía que se va deshaciendo en disonancias pero que siempre acaba volviendo a reunirse consigo misma en la tónica.

Los arreglos orquestales que son tan marca de la casa en la música del conjunto británico tampoco se hacen esperar, y forman parte importante de las melodías en composiciones como Help Yourself. En ella, Staples se encara con una sección de viento metal en una hipnótica danza que, a pesar de su modernísima producción y su cuidado trabajo estructural, no deja de sonar como si algo hubiera sido cristalizado años ha y fuese ahora cuando por fin lo estamos recuperando. Es por eso que es especialmente reconfortante que suene después de Were We Once Lovers?, un sorprendente track que mezcla una muy confiada línea de bajo, una percusión excelente al borde de un single discotequero y la melosa voz de Staples, que consigue cambiar por completo el rumbo de la composición, pero que sorprendentemente no suena como si estuviese sacada de la garganta de Leonard Cohen.

Si hay algo a criticar del álbum, es a lo mejor que a pesar de tratarse de un álbum de pop y un grupo de pop, no se trata para nada de un trabajo accesible, con poco interés por los singles y una oscura e intrincada atmósfera general. El caso es que tampoco parece ser algo que realmente persiga el grupo y su falta de accesibilidad es lo que hace brillar la belleza en buena parte de las composiciones.

Aún así y como se suele decir, todo lo bueno vuelve. Y en este caso lo hacen las más “poperas” baladas lentas, de la mano de Hey Lucinda, que empareja a Staples con la frágil voz de la ya difunta Lhasa de Sela. En ella, Staples consigue entrelazarse sensualmente al rededor de su compañera, mientras ambos se dejan mecer por un precioso vals que cuenta con una cuidadísima instrumentación, y que en definitiva no deja de recordarnos por qué Tindersticks son un grupo sin parangón en el mundo del Baroque Pop y en el conjunto de la música en general.

Escúchalo aquí:

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