A lo largo de su ya larga trayectoria, Tim Hecker ha sido uno de los artistas más activos e innovadores en lo que al avant garde respecta. El canadiense lleva experimentando con drone noise y sintetizadores elocuentes y variados más de quince años, que le han valido una reputación enorme dentro del panorama alternativo. La aclamación sin duda le llegó al entrar en la década que nos atañe actualmente, pero su método de trabajo y su influencia en varias de las obras más novedosas del presente era evidente desde mucho antes.
Hoy revisamos el octavo trabajo del de Vancouver, el primero en el sello 4AD (sorprende lo que ha tardado algún sello prominente en llevárselo). Si a final del año pasado hablábamos de cómo trabajar con Hecker influenció y volvió más tenso el trabajo de Daniel Lopatin (Oneohtrix Point Never), podemos también asegurar lo contrario. Tim Hecker lanza uno de los álbumes más pausados y menos viscerales que le hemos escuchado hasta la fecha, en los que el drone sigue presente, pero en el que como en la portada, podemos adivinar un color más frío y menos duro, más suave y sintetizado. Love Streams parce claramente influido por la cultura del vapor (aunque no es que llegue pronto a ella). Mientras seguimos escuchando capas y capas de disonancia, todo en ellas es más puro y sofisticado, lo correoso aparece sólo en momentos de máxima tensión, dejando paso a un sonido menos afilado, a unos ecos que se dejan escuchar y no se superponen los unos a los otros (Bijie Dream, Leave Leak Instrumental). Hasta los sampleos vocales son más puros y certeros, aunque siguen escondidos bajo capas de edición, pero estas no los distorsionan, simplemente los retransforman, como bien haría un vocoder o el mismo auto-tune.
Sólo hay que fijarse en los títulos de los temas para caer en la cuenta de cómo la era del internet está constantemente presente en el disco, pues el propio artista admitió en una entrevista que ya no sabe qué hacer con tal variedad de estímulos y cacharros con los que trabajar desde su propio y simple ordenador. De nuevo, el orden de Love Streams (como en trabajos anteriores) se entiende tanto como acertado como confuso, puesto que los clímax de los temas residen en las multiplicaciones corales y en una intensidad arrítmica. Sin duda las dos secciones de Violet Monumental, en las que podemos escuchar hasta saxofones, se llevan la palma, bien colocadas en la mitad de un ambient que por suavizado y pasado por un filtro que esté vuelve a tensar nuestra mandíbula y a generar una enorme tensión. Al igual que en Virgins (2013), el resto del sonido menos pasado por agua se lanza en los dos últimos cortes, que durante algo más de 10 minutos y tras la paz sintética de la segunda mitad del largo, nos vuelven a poner contra las cuerdas de la rigidez.
A pesar de ello todo el conjunto suena bastante compensado. Parece plausible que este no es el mejor trabajo de Tim Hecker, pero sí que ahonda desde su propia perspectiva en los tics más evidentes de la música que está a la orden del día (de forma bastante acertada). Love Streams sigue teniendo todo lo que Hecker representa, y continúa un camino exigente en el que no todo el mundo puede entrar, pues su intensidad y sus producciones son un fino hilado de toques humanamente sutiles pero salvajemente tecnológicos.
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