En febrero de este año, Alex Turner torcía el gesto en su discurso en los Brit Awards. El líder de los Arctic Monkeys, altivo, excesivo, jugaba a la caricatura para defender algo tan aparentemente pasado de moda como el rock&roll. Curioso, teniendo en cuenta que la banda inglesa recibía un galardón por AM, un disco en el que abandonan el rock clásico de Suck It And See para dejarse seducir por los ambientes sexys del R&B y el soul. Y es que, a pesar de los chascarrillos que siguieron a la actuación de Turner, algo de verdad tenía el de Sheffield cuando aseguraba que el rock&roll está siempre esperando ahí, tras la esquina, para volver. Claro que sus caminos no siempre son fáciles de seguir. Con The Strokes fuera de combate y Jack White montando la fiesta por su lado, poco queda de aquel cuadro que, a principios de siglo, aseguraba que el rock de guitarras no estaba muerto. De aquella generación, tan sólo los propios Arctic Monkeys y The Black Keys pueden decir a día de hoy que llenan estadios aludiendo a la vieja química de Chuck Berry y los Rolling Stones. A su manera, claro.
En el caso de Patrick Carney y Dan Auerbach, batería y guitarra de The Black Keys, el golpe definitivo llegaba hace un par de temporadas con la edición de El Camino. Un título que parecía servir de metáfora a una carrera larga y, finalmente, exitosa. Desde aquellos comienzos tocando en el garaje de Carney hasta la llegada del primer gran pelotazo global con Tighten Up, canción incluida en el reivindicable Brothers, tuvieron que pasar ocho años. Suficiente tiempo para convertir ese blues-rock grasiento, servido en crudo, en una mezcla de mojo y R&B capaz de convencer tanto a rockeros de chupa de cuero y espuelas como a merodeadores de clubs nocturnos. La historia se repetía. La banda salida de un pueblo perdido en el mapa norteamericano se hacía famosa con la simple ayuda de una guitarra y unos parches. Perfecto para llenar titulares y convertir al combo de Ohio en nuevos inquilinos de la ciudad del éxito.
Sin embargo, muchas cosas han cambiado por el camino. Por lo pronto, The Black Keys han dejado de ser un dúo, tanto en el escenario (dos músicos adicionales les acompañan cada noche) como en el estudio. Desde la publicación de Attack & Release, Brian Burton, más conocido bajo el sobrenombre de Danger Mouse, se ha convertido en hombre en la sombra cada vez que la banda decide entrar a grabar. A él le debemos buena parte de ese sonido más depurado y apetitoso, digerible para el público masivo. Un salto que, lejos de sonar a experimento pasajero, se ha terminado convirtiendo en seña de identidad de la banda. Tanto que resulta imposible no escuchar sus ecos en las últimas referencias de gente tan dispar como Hacienda, Ray Lamontagne y The Sheepdogs. Todos ellos producidos miméticamente por el propio Dan Auerbach, capaz de firmar los créditos de una leyenda de Nueva Orleans (Dr. John) o de una primeriza del pop más comercial (Lana Del Rey). La fórmula, copiada hasta la saciedad, ha demostrado, sin duda, ser garantía de éxito. Quizás por ello era de esperar que en su nuevo trabajo The Black Keys, siempre inquietos, movieran ficha y abandonaran la zona de confort.
A pesar de todo, Turn Blue suena a continuación natural de El Camino. Si este último había sido un disco homogéneo, rotundo, lleno de derechazos y singles; Turn Blue podría pasar como su cara B. Oscuro, disperso, ambicioso en las formas, difícil de captar al primer giro. Los ingredientes de sobra conocidos siguen ahí. El oyente que se enfrente por primera vez al disco se encontrará con los habituales riffs jugosos, el rock rompepistas, los teclados tostados y esa voz llena de soul de Auerbach. Nada nuevo. Sin embargo, todo parece patas arriba. Lo que antes eran palmas y bombos, ahora son ritmos pausados y coros que parecen salidos de un disco de Curtis Mayfield. Lo que anteriormente eran invitaciones a cantar y estribillos pegajosos, ahora son solos de guitarra y sendas frondosas. Remánguense la camisa.
Basta colocar el álbum en el tocadiscos durante unos segundos para notar la diferencia. Aquel Weight Of Love podría pasar como un intento de repetir la fórmula de Little Black Submarines. Esto es, la furia guitarrera de Led Zeppelin sigue ahí, ejerciendo de telón de fondo. También la calma previa a la tormenta. Sin embargo, por el camino Carney y Auerbach han recogido la magia de esos Pink Floyd etéreos, con un pie en la psicodelia y otro en blues. También de un Ennio Morricone que podría haber firmado sin duda ese paisaje inicial. El cóctel da como resultado una de las composiciones más complejas y angulosas de la carrera del dúo. También una de las más brillantes. Perfecta para pisar el acelerador y dejarse llevar carretera abajo.
Idéntica situación se atisba con Fever, primer single extraído de la colección. Sin duda, el molde de Lonely Boy ha ejercido de guía. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con Weight of Love, en este caso The Black Keys parecen restar más que añadir. Fever vacía de contenido todo lo bueno que habíamos escuchado en El Camino. Ni rastro de esas melodías electrizantes. Tampoco de aquellas seis cuerdas abrasivas. Tan sólo un insulso ritmo es capaz de mantener en pie una canción que, si bien encabezará la lista de descargas, apenas aguanta la tercera escucha. Insípida. Al igual que 10 Lovers, otro de los cortes menos inspirados de la colección. También uno de los menos representativos.
Por suerte, si algo han logrado Auerbach y Carney es mantener alerta al oyente a lo largo de las once canciones del álbum. Si In Time recupera esos coros herencia Pink Floyd, confirmando que estamos ante el disco más personal del dúo, soulful, triste, solitario; Waiting In Words parece recoger el funk aterciopelado de Prince, suave y sugerente. Más movida suena It’s Up To You Know, canción que no habría desencajado en Thickfreakness, segundo trabajo de la banda. Al menos hasta que, acaso aburridos, el dúo decide enmendar lo hecho y volver a la senda habitual del R&B juguetón a los dos minutos de canción. Error de bulto que parece repetirse en varias ocasiones durante Turn Blue.
Bullet In The Brain, In Our Primer, Year On Review. Canciones todas ellas capaces de mostrar todo lo bueno y todo lo malo que es capaz de hacer el dúo de Ohio. Melodías brillantes que se ahogan entre arreglos sobreproducidos y giros sin sentido. Sin duda, The Black Keys han tomado buena nota de lo que le ocurrió al rock en los setenta. Para volver a repetir a sus errores. En vez de firmar un álbum complejo, pero honesto; ambicioso, pero fluido; han terminado perdidos entre cables y sintetizadores. Apabullados por las posibilidades de un estudio que se les ha quedado grande. A la larga Turn Blue no puede más que calificarse de experimento fallido. Intento a medias por firmar su obra conceptual, su disco de noches frías y escucha calmada. Quizás porque, al final, habrá que reconocer que Dan Auerbach y Patrick Carney nunca dejaron de ser un par de músicos de rock&roll. Y si no escuchen ese Gotta Get Away que cierra el álbum. Puro rock stoniano. Simple y efectivo. Sin más esfuerzo que cuatro acordes y un buen ritmo. Un capricho entre excesos y canciones olvidables. Epílogo perfecto de un disco caótico, que promete más de lo que da. Oportunidad perdida para un dúo capaz de sacar más jugo a sus aventuras.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 7/10