Michael Gira lleva desde el regreso de Swans al ruedo con el miembro fuera. Sí, tan rudo como cierto, poco se le puede echar en cara al recorrido de su portentosa banda en los últimos seis años, y más viendo la convicción con la que ante el mínimo atisbo de cansancio han decidido poner punto y final a la que en estos tiempos ha sido la formación como tal. Llega The Glowing Man, y atrás quedan To Be Kind y The Seer, dos de los más espectaculares álbumes de post rock de la última década, en los que Gira y los suyos tiraron la casa por la ventana lanzándose a la pura repetición, el ruido y el salvajismo en unas canciones que se extendían en muchas ocasiones por encima de los 20 minutos.
Lo que un día fue mucho más directo, nervioso e intranquilo (White Light from the Mouth of Infinity, Love of Life) ha pasado a derretirse, a extenderse como una masa oscura pero fogosa sobre nuestros equipos, que de vez en cuando rozan el síncope entre tanta potencia sonora. Y esto es a fin de cuentas lo que a día de hoy queremos de ellos, esta densificación incandescente, este mood violento y virulento que se transmite hasta dejarlo a uno en una tensión absoluta, y que no lo abandona durante todo el día después de dos horas de intensa sesión. The Glowing Man por tanto no es un disco de ideas nuevas, es un disco de revisión y reiteración, un descenso a los infiernos que muy pocas bandas a lo largo de la historia han sabido transmitir. Y entre todos los fans sedientos de sangre, en la primera fila de la procesión se encuentra Gira con los brazos en alto; bramando, como un hombre iluminado, brillante, triunfal, que ha alcanzado sus diabólicos y coléricos objetivos, que se sabe vencedor antes de que suene el primer acorde de todo el álbum.
Con ocho “cortes”, el decimocuarto (que se dice pronto) álbum de Swans, se marca dos horas enteras de duración, que abren con Cloud of Forgetting y Cloud of Unknowing (38 minutitos entre ambas, para incentivar el apetito). La primera, la «nube del olvido», personalmente me parece una de las canciones más acertadas de la nueva era Swans, pues a pesar de ser una obertura de 12 minutos, es dinámica, misteriosa, profunda y vigorosa. La sección en la que Gira vocea “Surrender” es cuanto menos estremecedora, junto con la concisa construcción incesante. En el segundo y tercer tema se recuperan las bases de rock más progresivo (aunque duren 25 y 14 minutos), queda patente en la formidable batería que entra a los seis minutos de Cloud Of Unknowing, o en el imaginativo y enérgico piano que guía The World Looks Red/The World Looks Black. People Like Us marca el ecuador del álbum con 4 escuetos minutos, la arritmia y las disonancias de la sección orquestal le dan un aire de extraño interludio a la canción, que se resuelve sobre la cavernosa voz del incombustible Gira, intocable una vez más en estudio (gracias también a los coros femeninos).
La apertura de Frankie M es un ir y venir de timbales y voces inquietante y turbador, como de una ceremonia terrible, pero con un clímax coral enorme. Después se persona la sección ruidosa, y ya a partir del minuto 12 nos podemos enterar de las cosas que le gustan a este tal Frankie M («Frankie M, Heroin, Frankie M, Opium, Frankie M, MDMA…») que parece un tipo intenso, no sabemos si tanto como el tema, pero de seguro proporcionalmente. El caso de When Will I Return es especial, de nuevo uno de los cortes más intensos y profundos de Swans hasta la fecha, versa sobre uno de los actos más abyectos que un ser humano puede cometer. Fue escrito por el propio Michael Gira para que lo cantase su mujer, como medio de liberación, al menos momentánea, y la sección en la que Jennifer Gira canta “Im alive” mientras progresa la instrumental a su alrededor resulta escalofriante.
Si has llegado hasta la canción que da nombre al disco del tirón enhorabuena, este va a ser un momento apoteósico para ti. La colosal construcción le saca a uno de si antes de haber llegado ni siquiera a la mitad, a base de lo de siempre, simple guitarrazo, repetición hasta la saciedad y un poco más. Tal vez sea lo vivido anteriormente, el duende de la banda o dios sabe qué, pero a la hora y media de cualquier disco de Swans uno llega tan sensible y exhausto que no puede hacer más que entregarse religiosamente a lo que reste. Es aquí cuando entra la batería con un genial riff de bajo de lo más marchoso (sí, marchoso), como un trofeo, como si lo hubiesen escondido, y es aquí donde cualquiera pierde la coherencia y la objetividad y se transforma en un adulador de cada inmenso sonido de los neoyorquinos. En este punto temporal de los álbumes de Swans uno comprende qué narices tiene le da este caché a la banda (prácticamente igual que en sus directos). El cierre –Finally Peace– de nombre desconcertante, rueda por las colinas del folk épico (¿se oyen banjos?), mientras Gira y sus coristas cantan: “The glory is mine” a modo de despedida, de una despedida muy consciente y orgullosa, casi gozosa; de trabajo bien hecho.
El disco que cierra el ciclo de Swans es inteligente, y a pesar de no traer nuevas ideas desarrolla perfectamente las planteadas en los últimos años. Si a esto le añadimos momentos absolutamente geniales y la honestidad para acabar con el proyecto llevada a la práctica, estamos ante otro acierto más de la banda de Michael Gira, que sin duda tiene un lugar reservado en la olimpo del post rock.