Sin lugar a dudas, en este año 2010, una de las noticias más tristes en el mundo de la música ha sido la separación de uno de los mejores grupos que ha dado Inglaterra en los últimos años, que no es otro que Supergrass. Aunque declararon en su nota de separación que las causas de la misma eran “diferencias musicales”, todos sabemos que una banda que en su momento fue uno de los grupos de moda de Inglaterra y que ahora era un grupo que había perdido ese tirón comercial que tenía allí y en el resto del mundo, se había separado claramente por esa pérdida de interés en su música que había sufrido. ¿Cuántos grupos que en su día tuvieron éxito comercial y luego lo perdieron acaban separándose?. Sólo hay que ver ejemplos como Mansun, Elastica, y un largo etcétera.
El cuarteto de Oxford era un grupo que, siendo sinceros, con el cambio de siglo había bajado el nivel cualitativo (lo cual no quiere decir que sus últimos discos no fueran buenos), aunque también es cierto que era difícil mantener el nivel que habían conseguido en I Should Coc o el álbum del que hablaremos a continuación (hay grupos que, con un éxito comercial infinitamente mayor al de los de Oxford, ni tan siquiera se han acercado al nivel cualitativo al que habían llegado ellos). Y a mí realmente siempre me sorprendió el poco éxito comercial de este grupo, especialmente fuera de su país de origen; canciones tan buenas, pegadizas e infecciosas como Caught By the Fuzz, Alright o Richard III no tuvieron mucha repercusión comercial fuera de Inglaterra, y esto es extraño teniendo en cuenta que compañeros generacionales que también hacían punk-pop (aunque venían de diferente padre y madre) como Green Day, Offspring o Blink-182 vendían millones de discos en todo el mundo (y al menos en mi opinión, Supergrass tenían canciones mucho mejores que cualquiera de ellos).
Cuando Supergrass salieron a la luz por allá a mitad de los 90, muchos se encariñaron con aquellos chavales que hacían aquellas canciones frenéticas, hiperactivas, adictivas que llegaban incluso a sonar en ocasiones infantiles. Parte de ese encariñamiento se produjo especialmente por la naturalidad que tenía el grupo, sus canciones hablaban de sus vivencias adolescentes: una detención por culpa de estar en posesión de marihuana, la felicidad y despreocupación que se tiene al ser adolescente, etc. Y esa despreocupación y felicidad también estaba reflejada en la música tan alegre y fresca que hacían, una música que principalmente estaba influenciada por clásicos ingleses como son los Kinks y los Buzzcocks, además de otros como Madness, The Jam o incluso los Sex Pistols.
Pues después de aquel primer álbum llamado I Should Coco, le llegó el turno a su continuación, el disco del que vamos a hablar: In It for the Money (Parlophone, 1997). En este segundo trabajo, como el de toda banda que empieza con un debut prometedor, tenían que demostrar que su primer disco no fue un golpe de suerte. Y por supuesto, lo consiguieron con un álbum en el que rebajan la hiperactividad y frenesí del primer disco por canciones más elaboradas, trabajadas, aunque temas como Tonight o Richard III podrían estar perfectamente en I Should Coco debido a su inmediatez. Si en el primer disco eran unos adolescentes, en éste ya empezaban a mostrar algunas señas de que se estaban haciendo adultos.
El disco se abre con la canción que da título al disco, In It for the Money, en la que ya se ve que no suenan tan acelerados como en el primer disco y que utilizan una producción con mayores arreglos e instrumentación. Es por esta producción que este disco suena más ambicioso que su debut.
Después vienen las anteriormente mencionadas Richard III y Tonight, dos joyas que suenan frescas y directas como el primer día, al igual que Cheapskate. Luego nos encontramos con la lenta y melancólica Late in the Day, en la que se ve claramente esa madurez de la que hablábamos antes, madurez que también asoma en la gran It’s Not Me, que es de lo mejor de este disco. También hay otras canciones de este estilo como Hollow Little Reign.
Tenemos también Sun Hits the Sky que, con ese toque psicodélico gracias al teclado, nos da una clara evidencia de lo grandes músicos que son estos chicos de Oxford. Y el disco se cierra con Sometimes I Make You Sad, una extraña canción que parece sacada de un espectáculo circense.
Con este álbum, Supergrass se confirmaron como una de las grandes bandas de su época y demostraron que eran unos “niños” más inteligentes que algunos adultos. A mí personalmente, que siempre había visto a Supergras como unos Blur de 2ª, este disco me cambió totalmente esa percepción que tenía de ellos, y desde entonces siempre defiendo y defenderé la calidad de esta banda tan infravalorada por algunas personas que simplemente se limitan a llamarlos como “otro grupo más que se subió al carro del éxito del Britpop”. Supergrass son mucho más grandes que eso, y el que quiera comprobarlo sólo tiene que escuchar este disco, para ver la gran pérdida que hemos sufrido en este 2010.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 9/10.