El nuevo trabajo de Superchunk, estos veteranos del indie rock más auténtico, les devuelve el sentimiento de urgencia, de vitalidad y de energía que habían abandonado paulatinamente por un rock más maduro y reflexivo.
Lo cierto es que las similitudes del periodo actual con el periodo en el que los de North Carolina se formaron, allá por finales de los 80 y primeros 90, es más que evidente y tal vez sea por eso esa necesidad de reivindicar este disco como la manera de Superchunk de decir que ellos ya estuvieron ahí y que, pese a lo que pueda parecer por su edad, siguen flipando y quejándose de cómo está el mundo con la llegada de Trump al poder. Ahí aparecen dos temas como What a Time to Be Alive, que abre y titula el disco y que entre muchas lecturas posibles, no obvia la política y la pone en uno de los planos principales. O Reagan Youth, la reivindicación de la juventud alternativa que creció, como ellos, en los márgenes de la cultura aceptada y que ahora resurge con Superchunk y gente de su generación, como padrinos de ese punk rock de ética DIY como modo de protesta.
Y es que Superchunk ha vuelto por sus fueros más punk, sin abandonar nunca la melodía (es imposible en ellos), pero devolviéndolos a la juventud perdida de su No Pocky for Kitty, su Foolish, o al tono de su gran hit, junto a Slack Motherfucker, Hyper-Enough, una de las canciones preferidas de quien esto suscribe. Las guitarras con punteos y riffs sencillos y contundentes y que te llevan a los estribillos sin apenas darte cuenta, transportado por el gran trabajo, como siempre, a la batería y al bajo de Jon Wurster y Laura Ballance respectivamente, son la tónica de un disco que no te deja un momento de respiro y que entra como un tiro, de principio a fin. Un final que con esa Black Thread sea la única concesión al pasado más reciente de la banda, la del la vuelta en 2010
De este modo, What a Time To Be Alive es un trabajo en el que podríamos entender la postura de la veterana banda ejerciendo de mentores de lo que fue un estilo que necesita reivindicarse de nuevo. Ahí aparece un tema corto, contundente y directo como Lost My Brain, en el que Maccaughan nos canta alucinando por la mierda que vino el año pasado, siendo consciente de la lucha entre discernir si somos nosotros los únicos cuerdos que quedan en un mundo que se ha vuelto loco, o si es al revés. Esa estupefacción da paso a la toma de decisiones, sin importar lo drásticas que sean, tal y como narra en Break the Glass: El mundo está en llamas y no voy a arreglarlo entrando por la puerta, sino destrozándolo de nuevo, en ese toque nihilista que todo punk lleva dentro de sí. Y, si bien la banda de Maccaughan está ahí para liderar, como hemos dicho, también ejerce de padrinos dando el relevo a su herederos, como la aparición de Kate Crautfield aka Waxahatchee en uno de los probables hits del disco, Erasure, donde también colabora Stephen Merritt. Y es que Waxahatchee es una de los proyectos que salvando algunas distancias estilísticas, más reivindica esos 90 que lideraron tantas cosas que hoy damos por supuestas
What a Time to Be Alive es el mejor disco, sin duda, desde el retorno de la banda en 2010. Un disco que nos devuelve, al menos a los que los descubrimos en los cada vez más lejanos 90 (ay), a esa juventud ya perdida en lo físico, pero siempre presente en lo mental y que no queremos dejar de perder nunca. Un disco que pone a los posibles nuevos fans y jóvenes que accedan a este disco y a la banda por primera vez, ante la tesitura de entender lo que sus mayores les dicen, porque lo han vivido de primera mano o la de escoger su propio camino de lucha y de protesta y tropezar en las mismas piedras en las que tropezamos nosotros. Yo escogería el camino del medio, disfrutar de la sabiduría de estos sabios abanderados el auténtico indie, y usarlos como mentores y guías de mi propio camino. Me pegaré hostias igual, pero las disfrutaré y diré que Superchunk ya me lo advirtió.