Ah, los discos de retorno…Podrían ser un género en sí mismos, por aquello de comparar expectativas de la banda y el sonido actual de su música con lo que nos dieron y lo que fueron en el pasado. Y lo cierto es que, en la mayoría de los casos y tal y como afirmaba Heráclito, ni los grupos ni nosotros somos los mismos que hace 20 años y nuestras motivaciones, gustos y circunstancias suelen ser muy diferentes, lo que provoca esa disparidad de emociones entre lo que queríamos que fuera, lo que es, y lo que la propia banda entiende que debería ser un disco de retorno. En este sentido entra también el subjetivismo racionalizado que no deja de ser una crítica de un artefacto cultural, un subjetivismo enfrentado a 3 bandas entre crítico, banda y público, algo que no siempre encaja de la forma tan perfecta en que lo ha hecho este retorno homónimo de una de las mejores bandas del shoegaze y el dream pop.
Slowdive nunca ha sido una banda que haya usado el noise como manera de generar melodías, sino que la banda siempre ha sabido crearlas a través de capas y capas de melodías superpuestas que configuraban un resultado propio que se articulaba de forma sublime con las voces etéreas y angelicales de Rachel Goswell y ese toque algo más terrenal de Neil Halstead. 22 años después de Pygmalion, su despedida hasta ahora, y qué llevaba la sonoridad de la banda hacia unos terrenos más cercanos al ambient y al postrock, este retorno es un ejemplo de madurez muy bien entendida
Madurez entendida como la claridad de ideas, saber exactamente cuál es tu lugar en el mundo musical y saber que tener 25 años más no ha de ser sinónimo de languidecer. Slowdive vuelven con un disco que es la fusión de todo lo que fue la banda desde su primer EP, donde Cocteau Twins se daba la mano con la Velvet, hasta ese Pygmalion más fluido. La banda suena mucho más potente, con la batería de Simon Scott y el bajo de Chaplin marcando la base sobre la que se genera ese single perfecto que es Sugar for The Pill o Don’t Know Why, donde a partir de la caja se construye una base sobre la que los arpegios de guitara de Halmstead y Goswell crecen hasta llevar la canción hasta altas cotas de intensidad. Las voces no se diluyen en un segundo plano, sino que esa manera de cantar tan característica del estilo se sitúa en la primera pista para que las excelentes letras sirvan como una de las partes capitales de la creación melódica del tema y no una más.
La banda parece que nunca se haya marchado. Estas 8 canciones de las que se compone este Slowdive son, como ya hemos dicho, el proceso natural compositivo que parece llevar la banda si hubiera seguido editando discos, pero con la particularidad de que la música de ahora no es la misma que la de 1995 y que muchos grupos de revival que han bebido de los propios Slowdive son los que están marcando las pautas actualmente. Es una golpe encima de la mesa para reivindicar su propio legado y dejar un disco que, si no es perfecto, está muy cerca, y en la que cada una de las canciones funciona estupendamente como entidad propia pero que cobra especial relevancia escuchada en el conjunto del LP.
Algo que estamos perdiendo en estos nuevos-viejos tiempos del single de consumo inmediato. El shoegaze, el dream-pop, el postrock, son estilos que se disfrutan mucho más desde la experiencia completa que es la escucha de un álbum entero. Sumergirse en las olas que nos mecen en este Slowdive, dejarnos llevar por el viaje (ni psicodélico ni externo sino interno y emocional) y disfrutar de todo lo que nos lleva desde Slomo hasta Falling Ashes, parándonos en el pequeño viaje que es cada una de las canciones. Viajes que nos llevan hasta el postrock de Go Get It, al shoegaze puro de Everyone Knows o al dream pop de Star Roving.