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Ryan Adams – Prisoner

Cuando llevas quince discos sobre tus espaldas además una infinidad de canciones sueltas, ya se habla de legado. En las tiendas especializadas tienes tu propia sección y resulta increíblemente complicado elegir un solo trabajo. Pero tú te sientes normal, dentro de un rango. En este caso concreto, quién lo ha creado, sigue teniendo un aire juvenil, un punto inconformista y tan solo 42 años. Ryan Adams es un poeta maldito del siglo XXI, cuando dispara tinta y compone, aprovecha para arrancarnos el corazón, provocando devastaciones como un vendaval. Agujas al mismísimo interior. 

La capacidad creativa de Ryan Adams es tan fluida que impresiona. Según rezan algunos medios, consiguió escribir más de ochenta canciones basadas en su divorcio de las cuales nos llegan doce, las que componen las piezas de Prisoner (PAX AM/Blue Note 2017). Ojalá no sea el único material que saque durante 2017. Este destrozo emocional le ha hecho resurgir cual ave fénix, prolífico y activo como siempre, ¿Acaso se le puede clasificar en un género? ¿Por qué tendemos a ordenar todo? Ryan igual cultiva el rock más purista que es capaz de saltarse sus propios principios y sorprendernos con innovaciones. Porque cuando alguien tiene tanto talento se lo puede permitir. Prisoner es una obra honesta, como él: habla claro sobre el vacío, esos vacíos que generan sentimientos universales como solo pueden generar el amor. Pero atención, no es un disco romántico ni cursi; es bello. Es ese disco que cuando cae la noche y tu día ha sido una auténtica pesadilla te hace sentirme reconfortado, y conectas con él. Y lo vuelves a poner desde el principio. Y te buscas en los versos y te encuentras. 

Para aquellos que casi estudiamos la obra de Ryan al detalle como si de una asignatura universitaria se tratase, diremos que Prisoner es incomparable. No se parece mucho a sus predecesores, salvo un ligero aire a su disco homónimo siendo una precuela de su disco homónimo y casi nos apostamos que tampoco a los futuros. Hay quien lo tacha de corriente y poco arriesgado pero si no tienes ningún tipo de inteligencia emocional está claro que llegados a este punto, no has entendido nada. Es el disco que tocaba, tras ese vapuleo al corazón de nuestro querido amigo de Jacksonville. Es verdad que hubo discos más luminosos, más cañeros, pero en esta ocasión Ryan desnuda por completo las canciones, tanto en voz como en melodías y nos deja ver su alma a través de ellas. Siempre ha sido muy de cantar sobre el momento vivido pero en esta ocasión es claro como un cristal, tan desgarrador que te hace empatizar, tan franco que asusta este brote de sinceridad. Pero para él la música es ese salvoconducto que le une con la realidad, la única forma de narrarnos un estado mental. Y que nunca deje de hacerlo.

Prisoner se abre con el single de presentación Do you still love me?, la canción más enérgica que contiene esta obra. El órgano al comienzo le da un toque casi lapidario, esos arrebatos y cambios de intensidad hacen que te apetezca cantarla con un poco de rabia. Sin duda un gancho perfecto para seguir escuchando. Los cambios en la voz son constantes, como en el segundo tema Prisoner: una canción sencilla cuyos arreglos de cuerda y la armónica lo hacen todo. A la mayoría de la gente le ha dado fuerte por decir que el disco suena a Bruce Springsteen como si fuera algo malo, pero con más de quince años en la carretera, su personalidad musical queda bien forjada. Aún así, nos gustan las referencias que pueda haber a otros músicos porque la cultura musical de Ryan es vasta hasta la extenuación. Doomsday encadena de nuevo las armónicas, casi como si se tratase de una leve transición con la anterior canción. Una vez más usa una estructura sencilla y las texturas de la voz mutan, oscilan, nos hipnotizan. Las letras siguen siendo un poco apocalípticas, hay un recreo en el dolor y en la culpa, pero sin llevar a crear himnos de lágrima fácil. Haunted House esta vez habla de los terrores de una vida en común, una balada corta que sí nos puede recordar un poco más a sus inicios aunque el toque ochentero se nota más ahora que en antaño. Con Shiver and Shake parece cerrarse un ciclo dentro del propio álbum, una creación musicalmente delicada pero con una letra tan desgarradora. Así son las paradojas de Ryan, sus abismos, voces interiores que necesitaban salir.

To be without you empuña un giro, dentro de ser una canción triste hay otros colores en ella, una voz más aguda, intensa, saliendo del lado oscuro. Con el tiempo la voz de Ryan ha cogido personalidad pero en este disco es algo totalmente tangible. Anything I say to you now abre con unas guitarras muy inspiradas en la música clásica americana, una vez amarrándose a las raíces de donde él proviene, aunque las voces nos recuerdan un poco a Morrissey al alargar los versos. Si tuviera que haber elegido una canción para abrir el disco, posiblemente Breakdown hubiera sido mi candidata. Una vez presenta un sonido áspero, guitarra en mano, su voz que todo lo inunda, más pegadiza que el resto. No es un disco de hits, es un disco para disfrutar de principio a fin, todo a través de un argumentario donde cabe la ansiedad, la desesperación e incluso la indiferencia.

Outbound train es americana total. Uno se imagina moviendo la cabeza al ritmo de esta canción mientras conduce por una carretera infinita, sin rumbo. Tiene luz, sabe a verano. Y por supuesto, unos fondos de guitarra para volverse loco. Broken Anyway nos devuelve a la dura realidad tras unos segundos de diversión, siendo quizás la pieza más comercial, dentro de un rango especialmente limitado en este ámbito, que esto es caviar, no es fácil verlo en cualquier estantería. Todo llega a su fin, hasta las obras maestras. La belleza que rezuma Tightrope es digna de enmarcar, una vez partiéndose el alma, como acompañantes voz y guitarra, clásica canción que en formato acústico nos hará vibrar, una ensoñación que se culmina con un saxo, otra locura más. We disappear es la sorpresa, ese giro inesperado, un elemento extraño. Es un cierre brutal a un paseo por la melancolía: una vuelta de tuerca. Un poquito shoegaze en las guitarras que se oyen ecos, algo que personalmente me emociona, un final sorprendente. Magia, mucha magia, un mantra por estribillo y al final, una lección de vida.

En conclusión se puede decir que estamos ante un disco redondo, de esos que te apetecen plantarte en soledad y reflexionar. Técnicamente es menos elaborado que sus primeros álbumes, son pistas más cortas pero esa desnudez le hace único, traslúcido, sentido. Derrocha un peculiar entusiasmo, esa viveza que llega a desprender un niño cuando sabe que algo excitante se viene encima. No está ni por encima ni por debajo en calidad, sencillamente es sorprendente, único y muy personal. Ryan Adams sabe que lo ha hecho bien una vez más y nos deja con un gusto agridulce en sentimientos, pero con una lección de maestría sólo a la altura de los grandes hombres, de los que no tienen miedo a enseñar lo que sienten.

Escucha aquí Prisoner:

 

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