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ROSALÍA – EL MAL QUERER

Por primera vez en años, el panorama musical de nuestro país se ha encontrado con la aparición de un álbum destinado a cambiar las reglas del juego. Uno de esos discos que desde el primer momento está en boca de todos y que tiene la capacidad de generar consenso o desacuerdo entre público y crítica con una visceralidad fuera de lo común. Viendo el éxito cosechado por los sencillos de adelanto se preveía la magnitud que podía alcanzar El Mal Querer (2018, Sony Music). Ahora ha llegado por fin el momento de mirar dentro del alma de la obra de la artista.

No se puede ignorar el ruido creado en torno a este lanzamiento, no solo por parte de la propia discográfica y sus fastos promocionales, sino por un debate acerca de la apropiación cultural que, aunque interesante, ha venido a poner de manifiesto viejos fantasmas de nuestros gozos y miserias como son el fantasma de la envidia y el del machismo. Resulta curioso cómo a la hora de adentrarse en algunos géneros tradicionales la ofensa suele llevar nombre de mujer, sin que nadie ponga el grito en el cielo cuando un hombre empieza a incorporar elementos y sonidos ajenos a su obra de la noche a la mañana. La delgada línea que separa la experimentación del oportunismo, trazada a conveniencia.

En lo que se refiere a la gestación del álbum, todo empezó a cobrar sentido en el momento en que una artista de un talento descomunal se puso en manos de otro talento que, además de haber sido protagonista principal de la historia reciente de nuestra escena independiente, ha sabido encauzar su carrera como nadie. Porque aunque todo esto gire en torno a Rosalía, el trabajo de El Guincho es tan perfecto que cuesta pensar en cómo habría sido el resultado final con otro productor al mando. Muchos artistas suelen caer en la maldición del segundo disco al no cumplir las expectativas generadas por sus álbumes debut, pero con Pablo Díaz-Reixa de compañero en el camino sucede todo lo contrario. Él ha sido el responsable principal a la hora de cocinar un gran trabajo a fuego lento, sin pasos en falso que pudieran lastrar al conjunto.

En apenas treinta minutos asistimos a una tragedia contemporánea narrada con la intensidad cinemática de las películas del mejor Carlos Saura. Una historia de desamor en la que la protagonista sufre el desencanto, la bajada a los infiernos y la liberación final tras cortar por lo sano, en el sentido más literal de la palabra. Una estructura que ya nos es familiar de otros discos conceptuales, lo cual puede ser apropiado para contar esta historia, pero que en última instancia resta algo de espontaneidad al conjunto.

A nivel narrativo se confirma el peso que tienen en el álbum temas como Pienso en tu mirá, Bagdad o Di mi nombre, que dentro del relato adquieren una dimensión aún mayor de la que se apreciaba al ver los vídeos de Canada. El frenesí de palmas y guitarras ahogadas que perfilan el sentir de la protagonista durante su boda en el segundo tema Que no salga la luna da paso a la intimidad cómplice entre los amantes que revela el alegato celoso de Pienso en tu mirá. Llegados a este punto, podemos apreciar con total claridad ese primer momento de no retorno en la relación que finalmente acabará por quebrar a la protagonista a lo largo de las siguientes canciones.

No solamente de flamenco y trap bebe El Mal Querer. A lo largo de los once temas que conforman el disco vemos guiños a géneros tan diversos como el trip-hop o el RnB y a artistas como Bon Iver, James Blake o Pharrell Williams, algunos de los cuales han tomado parte activa en la creación del álbum. El resultado final es sorpredentemente convincente, algo que pocas veces se consigue sin caer en la burda copia a la hora de aunar tradición y tendencia en este país.

Ese es probablemente el punto fuerte de El Mal Querer, la utilización de los recursos actuales como manera de empoderar el conjunto. En una época en la que estamos acostumbrados a ver cómo los samples y el autotune se usan sin ton ni son resulta casi un milagro que la incorporación del Cry Me a River de Justin Timberlake pase por el disco casi de puntillas, sin restar un ápice de protagonismo a una Rosalía vocalmente inconmensurable en Bagdad, posiblemente el punto álgido de toda esta historia.

Como contrapartida a ese punto fuerte, decir que aunque estamos ante un disco que se disfruta desde la primera escucha y con muchos matices que se van revelando poco a poco, el exceso de cuidado en hacerlo perfecto y las concesiones a la tradición hacen que adolezca de esa chispa de locura necesaria para encandilar de la manera en la que lo hacen las obras maestras.

Sea como fuere, lo que es innegable es que Rosalía ha conseguido con este trabajo tres cosas muy importantes: situar a la música española en la vanguardia internacional, dar visibilidad a una parte importante de nuestra sociedad y empoderar a las mujeres con su mensaje. Solamente el tiempo puede poner a este trabajo en el lugar que le corresponde, pero por ahora vamos a celebrar que El Mal Querer nos hace sentir más vivos y optimistas que nunca de cara al futuro de nuestra música.

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