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RADIOHEAD – A MOON SHAPED POOL

Después de treinta años de carrera y ocho álbumes  a sus espaldas, a los escépticos (por mucho apego que le tengamos a Radiohead) nos surgía una gran duda ¿Qué puede aportarnos a día de hoy la banda de Oxford? Bendita apatía. En 2011 Thom Yorke agarró a los suyos y les hizo lanzar su álbum más diferente hasta la fecha, un King Of Limbs que a pesar de no resultar tan tremendamente lúcido como otros trabajos anteriores, sí que dejó espacio para una tonelada de matices y de momentos reseñables.  Esta ligera bajada de escalón (de calidad, de concentración) hacía esperar que cinco años después -y con una serie de factores negativos de por medio- el noveno disco de Radiohead no fuera más que una nula apuesta orientada a continuar giras y hacer dinero, pero una vez más; no.
Durante la era OK Computer y Kid A, Thom Yorke se comportó como un ser poco empático, más bien casi como un ente alienado que mientras reescribía el futuro de la música británica, lanzaba mensajes desesperados contra la tecnología y el rumbo que tomaba la humanidad en ella. Escapista de la prensa, no podemos hacernos a la idea de lo que pasó por la cabeza de la banda en aquella época, cuando en el mismo presente el estatus de Radiohead se disparó al de leyenda. Después llegaría la experimentación –Amnesiac-, la caída en la disconforme realidad –Hail To The Thief– y la mera diversión, la proliferación del talento con In Rainbows. Pero el curso pasado Thom Yorke se separó de su esposa después de 23 años, y a la inquietud de la mera creación artística se sumó la vital, la de perder este sólido apoyo en la realidad, pues Rachel Owen parecía el remanso del vocalista. A partir de aquí empieza el trabajo grupal, en el que Jonny Greenwood toma la batuta, metiendo arreglos orquestales bien influidos por sus pinitos en las soundtracks de Paul Thomas Anderson (que a su vez les grabó el videoclip de Daydreaming) y en el que sin duda, se realiza un regreso perspectivista al antiguo sonido del quinteto.
A Moon Shaped Pool es un trabajo retrospectivo; en él los miembros de Radiohead se miran a través del tiempo, hablando principalmente del pasado o de cosas que ya parecen escapar a su control. Las letras del álbum podrían tener una doble lectura; la obvia, en la que Yorke escribe a Rachel Owen, a cerca de su relación y su pasado, y otra mucho más abierta y potente, en la que son lanzados una y otra vez mensajes de desesperanza hacia el mundo que nos rodea. En una especie de “ya os lo advertimos” Radiohead estarían viendo el presente desde una posición de altura, entendiendo que aquello de lo que hablaron como posible ahora es palpable, y que definitivamente no existe la vuelta atrás ¿Cómo hacen para dar a entender esto también con su música? Pues es relativamente sencillo. Un “back to the roots” en toda regla; el nuevo largo de Radiohead se ve envuelto en juegos de jazz, cajas de ritmos que se alean con baterías, vuelta a los riffs, e incluso a las variaciones vocales más dinámicas de Thom Yorke. Pero por si esto no es suficiente sólo hay que rebuscar un poco para saber que ocho de los temas que componen el álbum ya habían sido tocados previamente en directo (hasta veintiún años antes).
El álbum abre con la canción más impersonal del mismo, un Burn The Witch que suena a amenaza, “We Know Where You Live” y que sobrecoge con los tremendos arreglos orquestales que se van masificando a medida que avanza el tema. Un single de esos que resulta mucho más interesante plantado en la estructura del disco (que ojo, el tracklist está en orden alfabético), y que recuerda además al ambiente histérico e inquieto que Radiohead tan bien reproducían hace trece años. Le sigue el segundo adelanto, la confusa y angustiosa Daydreaming, en la que el mensaje parece más claramente dirigido a Rachel Owen, y donde Yorke narra melancólicamente el mencionado punto de “no retorno”. Un tema que tiene unas secciones tan calmadas y bellas como rígidas y extrañas. Estos ecos que se reproducen y sampleos invertidos van generando una extravagante atmósfera que nos deja alienados. La conexión que se crea entre esta referencia al pasado y las constantes capas de sonidos invertidos durante todo el largo hacen pensar en una analogía de volver atrás, patente en el final del tema, que si invertimos, al parecer dice “half of my life” (el tiempo que ha durado su matrimonio).
Decks Dark es uno de los grandes ejemplos de la combinación genérica. Con reminiscencias a In Rainbows gracias a las geniales guitarras y la –en este caso- dinámica voz de Thom Yorke, el tema evoluciona con apoyos corales de lo más desconcertantes (y funcionales) en el estribillo. El gozoso estado Radiohead llega al final, mientras se repite la frase “If you had another one”, pues es esta sección de piano y guitarra lo más rock que le hemos escuchado a la banda desde 2007, y funciona como un remember excepcional. El sonido de Desert Island Disk juega a un nivel entre orgánico casi folk –la batería sin embargo se mueve en el jazz- y The Bends, resulta tranquila hasta que Yorke comienza a proponer el “different types of love are posible”, que da paso a la canción más tensa del álbum. En Ful Stop volvemos a encontrarnos después de mucho tiempo a unos Radiohead nada conciliadores, exaltados y con una base a lo Kid A, que se extiende durante casi dos minutos hasta que comienza la reprimenda. Una reprimenda que no podemos esperar a ver en directo, agitada y malhumorada, acongojadora y rodeada de guitarras y ecos angustiosos.
Llega después la hastiada Glass Eyes, una de las canciones más interesantes, pues el acompañamiento principal a la voz es la orquesta. Recuerda así a la canción que compusieron inútilmente para 007, pero en este caso el mensaje de esplín y de monotonía se empoderan del mood, en contraposición con la belleza del resultado completo. Identikit es seguramente la canción más accesible del disco, y en ella aparecen las primeras referencias orientales/psicodélicas que Greenwood trae de su proyecto Junun. Estos arreglos entre ecos bellísimos y entonaciones graves e hipnóticas crean algo tan divertido pero tan onírico como podrían resultar los primeros Yeasayer (palo que prácticamente nunca habíamos visto tocar a Radiohead). Entramos ya en la parte final del disco y el espacio cambia a algo más tranquilo y consciente. Un bajo correoso guía The Numbers, otra de las accesibles e interesantes, que se ayuda de la orquesta para dar está sensación de asombro, de relevancia; “The numbers don’t decide, Your system is a lie (…)” And you may pour us away like soup, Like we’re pretty broken, flowers, We’ll take back what is ours, Take back what is ours”
En Present Tense también hay referencias al pasado, recuperando el “sonido acuático” que otras bandas de rock alternativo han desarrollado entre 2007 y 2010 (Deerhunter, Ducktails, Ya La Tengo…). A pesar de ser de los cortes más ligeros, su fragilidad y sencillez resultan enternecedoras y acaban por ayudar a la estructura del álbum, que pasa definitivamente a una despedida espacial y de una factura excelsa en Tinker Tailor Soldier Sailor Rich Man Poor Man Beggar Man Thief. De nuevo lo mejor de los 2000, los pianos se mezclan con una batería jazz y las cajas, aparecen las cuerdas, y todo esto adornado entre acordes de guitarra que crecen hacia una agudeza cada vez más agobiante. El estilo, casi de ópera, se tuerce en una disonancia que da paso a uno de los momentos más esperados para los fans de Radiohead, el momento en el que se grabó True Love Waits; la canción que Radiohead lleva tocando desde 1995 y que nunca habían grabado. True Love Waits es una balada de Thom Yorke dedicada a su esposa, y que no ha tenido a bien grabar hasta el mismo momento en el que han dejado de estar juntos. Su triste y desesperada letra (que también es sencilla y muy visceral, muy humana) pide a Rachel Owen “don’t leave” una y otra vez mientras las últimas líneas del álbum se desdibujan. Este cierre tan esperado como triste, resulta sin duda una de las últimas grandes vueltas de tuerca de Radiohead, que sacan a relucir toda emoción sin miedo alguno, y vaya como la transmiten, uno de los momentos más emocionantes de su carrera.
Para su noveno disco, Radiohead han empleado casi toda su autoconsciencia y han regresado sin abusar ni aburrir a sus raíces, haciéndonos entender y rememorar con ellos lo que nos narraron y como esto ha sucedido. Además Thom Yorke ha tenido tiempo para reducir sus circunstancias a unos calmados y bellos temas (más que nunca con la ayuda del resto de miembros), y a unas letras de despedida pero de paz. El sonido es el de un hombre que ha madurado históricamente con una generación y que entiende que aunque en última instancia las cosas se escapen a su control, esto no debe provocar su histeria. En A Moon Shaped Pool hay mucho más de lo que podríamos haber esperado de una banda ya tan hecha al ruido que ha provocado, pues para nada es un álbum cómodo, aunque tampoco es una reinvención, es un trabajo de madurez.

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