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R.E.M. – UNPLUGGED 1991/2001. THE COMPLETE SESSIONS

Hubo un tiempo, digamos que entre mediados de los ochenta hasta principios de los noventa, cuando la televisión aún era fuente de información y cultura; un tiempo en el que la MTV aún era una cadena musical y su oferta era razonablemente amplia, variada e incluso ecléctica. A pesar de ser uno de los baluartes más significativos de la industria, su programación era capaz de satisfacer tanto a los consumidores de grandes éxitos como a melómanos exquisitos. Además funcionaba como trampolín a la fama y como creador de tendencias. Entre estas tendencias, el programa Unplugged fue una de las ideas más interesantes que, aparte de generar una moda y un sonido, legó toda una serie de sesiones míticas. Ahora suena a idea vieja y a recurso barato, pero en 1991 Unplugged molaba. Y mucho.

Aun a pesar de la iniciativa de la cadena, el éxito del formato unplugged no habría sido el que fue si en su momento Paul McCartney no lo hubiera popularizado con su habitual desparpajo. Más tarde, Eric Clapton rompió récords de recaudación con un desenchufado un tanto plano; Pearl Jam firmó un concierto que los afianzó en el stardom grunge, aunque los laureles se los llevaría (al olimpo y a la tumba simultáneamente) Nirvana.

Sin embargo, el mejor unplugged de esa época dorada, con permiso de Björk, fue el del grupo más destacado de la escena de Atlanta: R.E.M. Sin aspavientos ni modos de estrella, reimaginaron, reinstrumentaron y remodelaron, usando como brújula Out of Time (Warner, 1991), su primera década como grupo. Out of Time se reveló como un disco inmenso, cuya cartografía eliminaba fronteras e imaginaba un nuevo sistema de coordenadas con el que liberar sus canciones de cualquier circunscripción y hacerlas sonar frescas y vigorosas.

Recordemos también que R.E.M. vivían su momento más dulce. Out of Time había borrado de un plumazo las críticas recibidas por las supuestas concesiones a la industria de su anterior disco, el primerocon una major (Green, Warner, 1988). Nadaron a contracorriente con un disco de texturas folk, reposado, introspectivo, que lima la aspereza eléctrica en favor de la calidez y la armonía del sonido acústica; incluso se atrevieron a poner en primer plano instrumentos poco habituales en aquel momento como la mandolina y el clavicordio. Michael Stipe se revela pletórico y hermético a la vez en las letras, gozando de una libertad artística que más adelante perdería. Sin confiar en el éxito y renunciando a hacer gira de presentación, Out of Time, para sorpresa de propios y extraños, fue el disco del año (con permiso de nuevo de Nirvana y su Nevermind) y generó un par de hits intemporales, clásicos casi instantáneos. Considerada por muchos obra cumbre junto con el posterior Automatic for the People (Warner, 1992), fue todo un superventas y los catapultó al estrellato.

Eeste Unplugged es un documento histórico: uno de los pocos conciertos de la época Out of Time, fue carne de cañón de ediciones piratas hasta esta primera edición oficial, primero un cuádruple vinilo junto con la sesión del 2001 de edición limitada para el Record Store Day de este año, y recientemente reeditados por separado. Si no sois excesivamente sibaritas, el doble CD con ambas sesiones está disponible desde el pasado mes de mayo (sí, el que escribe estas líneas se ha tomado su tiempo en paladearlo, para desesperación del capo de Crazyminds) R.E.M. en todo su esplendor, ¿qué más se puede decir? ¿Que esta reedición está llamada a ser uno de los discos del año… aun a pesar de la sesión del 2001?

Pero volvamos a la primera, a la del 1991. Sin lugar a dudas, la exploración de nuevas texturas en la que estaba inmersa la banda les permitió experimentar con un repertorio escogido con cuidado, que realzaba el prestigio labrado a lo largo de diez años de trayectora al rehuír de la fórmula fácil de los singles de éxito. R.E.M. Insufla a las canciones un aura mágica (que acaba contagiándose al público) al descontruirlas, reconstruirlas y acercarlas a la sonoridad acústica, sin dejar quel sonido Out of Time / Losing my Religion las fagocite. Consiguen reafirmar el alma original de las canciones y dotarlas de un cromatismo deslumbrante, a la vez que evitan la gratificación y el populismo habitual del rock, reflejo de un talento caro de ver: comparar Disturbance at the Heron House y Perfect Circle con sus contrapartidas originales resulta mucho más instructivo y divertido que varios años de conservatorio.

En sí, la sesión de 1991 destilaba una suerte de liturgia pagana: un momento de madurez televisiva, musical (cuando el college rock y el grunge entran en el mainstream, con todo lo bueno y malo que comporta) y generacional. Half a World Away y Low suenan catedralicias gracias al clavicordio, instrumento que en Radio Song se reinventa en elemento rítmico y dinámico. Losing my Religion suena pletórica, así como otra de las favoritas de Michael Stipe, World Leader Pretend; pero la plasticidad que mejor define este Unplugged se puede saborear en temas más antiguos, y muy queridos, como Swan Swan H o las imprescindibles Perfect Circle y Fall on Me: decir que estas versiones suenan gloriosas es quedarse muy, muy corto.

El equilibrio lo introducen canciones de tono más alegre (si no atendemos la letra, claro está), como It’s the End of the World As We Know It (and I Feel Fine) y Pop Song 89, que consigue enardecer al público para unirse a la fiesta. Una sesión que, si bien empieza con un Stipe más bien esquivo, logra ganarse al respetable por méritos musicales propios y bien cimentados.

Sin embargo, no se puede decir lo mismo de la segunda sesión que el grupo, diez años más tarde, se marcó en la cadena. Muchas cosas habían pasado en el ínterin, algunas nada halagüeñas. El relevo de Automatic for the People, Monster (Warner, 1994) marcó el inicio del declive; durante las sesiones del sintético Up (Warner, 1998), Bill Berry anunció su retirada del grupo, cansado de unas giras mastodónticas que no eran lo mejor para delicada salud: durante la presentación de Monster, en Lausanne, se desvaneció en el escenario a causa de un aneurisma cerebral. La banda, reducida a trío, dio golpe de timón tras otro, y aunque con el etéreo Reveal (Warner, 2001) recuperaron parte de la credibilidad perdida, ya nada sería como antes.

El cansancio y la desorientación se pueden percibir en el tono en el concierto. La naturalidad que había caracterizado su primera sesión se ve aquí anquilosada, secuestrada por una vaga sensación de constricción, como si R.E.M. hubiese dejado de sentirse cómoda consigo misma, sin por eso dejar de sonar de forma impecable. Recordemos que años antes, el grupo firmó lo que, en su momento, fue el contrato más lucrativo de una banda con su discográfica. No sería de extrañar que Stipe, huraño como suele ser, se sintiese de alguna forma incómodo por la situación, y la presión hiciese estragos tanto en la inspiración como en la interpretación: recordemos que la fama y la identidad se convierten en temas habituales en el repertorio de la década de los noventa.

Sean cuales fueren los motivos, el caso es que, a pesar de firmar un concierto intachable, la banda sonaba distante, fría y rígida. La frescura del Stipe tímido y juguetón del 91 quedó aparcada ante un frontman circunspecto, incapaz de franquear del todo la barrera autoimpuesta. Musicalmente, la reinterpretación de las canciones se ciñe más al original (escúchese, por ejemplo, Imitation of Life, Disappear y All the Way to Reno, por poner sólo tres ejemplos) y se reprime la frescura de la anterior sesión. Causa dolor ver cómola intensidad, la delicadeza y la emoción acaban lastradas por el peso de un fardo demasiado pesado para sus hombros. Compárese Losing my Religion con la sesión de 1991, por ejemplo; o la interpretación de The One I Love, prácticamente esquelética.

Por otra parte, habida cuenta de que gran parte del peso de la sesión recayó en gran medida en Reveal y en Up, la fragilidad de Disappear, I’ve Been High y Sad Professor tampoco permitía muchas alharacas. Causa o efecto del tono general del concierto, no menospreciemos, ni mucho menos, la majestuosidad con que Stipe, Buck y Mills interpretaron las nuevas canciones y el mimo que pusieron al mirar al pasado. So. Central Rain refulge como un diamante en paño, y Cuyahoga se mantiene como ese canto atemporal y primigenio a una naturaleza resistente. Majestuoso, reposado y en cierta manera nostálgico, como si reflejase las cicatrices inexorables del paso del tiempo, sin apenas concesiones a su época dorada (sólo sonó Find the River del Automatic for the People), esta sesión produce cierta desazón: la del dolor, la de la desorientación y la de la tristeza, pero también la afirmación de una sabiduría ganada con perseverancia y voluntad de superación. Quizá jugó muy en su contra el haber dejado, diez años antes, la que, insisto, es la mejor sesión unplugged jamás vista. 

Y, ¡qué caramba!, ¿no he dicho que es el disco del año?

NOTA CRAZYMINDS: 10/10

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