Un par de años después de que el EP Fortaleza se estableciera como trabajo de transición hacia nuevas sonoridades, Niño Burbuja nos traen el que es su tercer disco, El Futuro no Existe. Un trabajo de madurez donde la evolución se hace mirando hacia el pasado y hacia la nostalgia en una suerte de retrofuturismo en el que el Space disco, Moroder, las bandas sonoras de Tangerine Dream, o el italo se dan la mano con el synthpop electrónico y la música de baile pura y dura a la que ya se abrieron en el citado Fortaleza.
Bajo la producción del Delorean Hans Krüger y con cambio de discográfica (ahora es Menta), la banda se ha empapado de dance ochenetero, tintes analógicos y cajas de ritmos para darnos un disco que, pese a lo movido y bailable de las canciones, oculta una sensación de melancolía y nostalgia, de miedo a crecer y de miedo a no encajar en una sociedad que te dicta que, si entre los 30 y 40 no tienes casa, coche, críos, perro y te vas de vacaciones, eres un puto loser.
Y lo jodido, es que pese a que poco a poco la sociedad va cambiando, los años de clichés y tópicos nos siguen condicionando la mirada hacia el diferente, hacia el cuarentón que sigue soltero y yendo a conciertos, al que seguimos tildando de desfasado. Cristian, en sus letras reflexiona sobre el paso del tiempo, sobre esa sensación de sentirse a medio camino entre la juventud y la madurez, ese no saber a qué acogerse, a seguir saliendo de fiesta pero a la vez añorar un viernes de mantita y sofá comiendo chuches, mientras vemos la sexta de GoT, una vez hemos acostado a los niños. Así lo reflejan temas como Ovnis en el After, Vieja Escuela o Magnífico que suena a la última fiesta antes de volver a la rutina.
Pero lo cierto es que también hay espacio para, una vez abandonado el remordimiento, lanzarse al hedonismo propio e inherente de nuestra sociedad. Quien nos iba a decir a Cristian o a mi, con la edad que tenemos, que seguimos amando salir, ir a conciertos, vivir la vida y ponernos a bailar un temazo como si fuéramos el elenco protagonista de Billy Elliot.
La mano de Krüger se nota, sobre todo, en el uso de recursos y sonidos de los que Delorean hacen gala y seña principal, pero también en la calidad del sonido, mucho más compacto, potente y evocador de la época hacia la que Niño Burbuja miran. Se nota el amor por esos sonidos que a los que ya tenemos una edad nos marcaron de forma indeleble. Ese abrazo sin ambages por el estilo se nota en los tres primeros temas del disco, pero sobre todo en el riff de sinte que abre Magnífico o Promesas que recuerda profundamente a Cetu Javu. También se lanzan al baile más desenfrenado y optimista en un tema que parece una fusión del Subiza de Delorean y el imaginario sonoro de Niño Burbuja como es Cristal, o dejan espacio para un puro sonido space disco que recuerda a Casco y su Cyberlove en Euforia Temporal.
Niño Burbuja, han sabido, ahora en formato trío, reconvertirse sin abandonar su esencia, lanzar un trabajo que destila madurez y sentimiento pese a que abraza sonoridades inorgánicas, y pasan ya a ser la confirmación de que en nuestro país quien no baila es porque no quiere.